Rescato este texto de entre otros papeles bolivianos. Me lo dio, hace ya tres años, su autor, el poeta Ricardo García Camacho, un buen amigo de allá, que tuvo trato con Víctor Hugo Viscarra, escritor, borrachón, delincuente… de todo le he oído nombrar, al margen de como mito (abusado y manoseado) de la noche paceña para quien la frecuenta y para quien no y gusta de la pasión de la noche, antes de que esta se convierta en la noche de la pasión.
Ricardo es el autor de los versos desgarrados de “Debajo de otro te he visto”, entre la cuchillada y el vitriolo en propio cuerpo, y cuyo último editor no sé si está vivo o muerto, o en la cárcel de San Pedro o se quedó dentro del Quirquincho, cuando lo cerraron después del último crimen, con sus músicos de sombra y su Ecce Homo que yo creí era el pinchadiscos… Si alguien sabe de esa noche paceña, terrible, y de sus desbarrancaderos es él, sin imposturas. En la imagen, el día que anduvimos por el rumbo del barranco de Uta Pulpera, bajando de La Ceja de El Alto, en día de mercado, debajo de un aviso para choros de ocasión: ninguna broma.
Aquí abajo, el Victor Hugo Viscarra,
debajo de una máscara de diablada, con su nariz rota de fajador de las
sombras, entre diablos, artistas, poetas… en el cielo del Bocaisapo, en
noche de trueno, “pesada” dicen los del papel de fumar en el alma, con
un vuelo de hojas de coca.
LO QUE EL PERRO NOS DEJÓ
(A propósito de Víctor H. Viscarra)
(A propósito de Víctor H. Viscarra)
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ - .
“Una vez, antes de acomodar los cartones y sentarnos en las gradas cubiertas de grasa de la calle Baltasar Alquiza (un lujito que a veces el Vico financiaba) nos percatamos de la presencia de un hombre, recostado en la acera y sin la pierna derecha. Se había quedado tieso, ni su torpe ayudante de madera se animaba a despertarlo. Lo dejamos así y le echamos un kajj y a seguir charlando, al rato llegaron los aya kathatis (Unidad de la policía que levanta cadáveres). Un varita y los vecinos ya habían denunciado antes al charquesito. Se llevaron todo menos un palo de sombrilla que le servía de muleta. Víctor me dijo asustado “Yo no quiero morir así”, y los dioses le dieron gusto: se murió en una cama del Hospital Arco Iris de La Paz.
“Una vez, antes de acomodar los cartones y sentarnos en las gradas cubiertas de grasa de la calle Baltasar Alquiza (un lujito que a veces el Vico financiaba) nos percatamos de la presencia de un hombre, recostado en la acera y sin la pierna derecha. Se había quedado tieso, ni su torpe ayudante de madera se animaba a despertarlo. Lo dejamos así y le echamos un kajj y a seguir charlando, al rato llegaron los aya kathatis (Unidad de la policía que levanta cadáveres). Un varita y los vecinos ya habían denunciado antes al charquesito. Se llevaron todo menos un palo de sombrilla que le servía de muleta. Víctor me dijo asustado “Yo no quiero morir así”, y los dioses le dieron gusto: se murió en una cama del Hospital Arco Iris de La Paz.
“Lo conocí al empezar la década de los ochenta, entonces un poeta y novelista, René Bascopé, dirigía el periódico de izquierda AQUÍ. Este
victucho colaboraba en la edición del periódico. Un día su sed de
alcohol lo llevó a menoscabar el poder de la prensa revolucionaria,
burló la vigilancia de los periodistas y se llevó varias resmas de
papel. Como pesaba demasiado, vendió la futura edición a un vendedor de
hot dogs, a una cuadra del órgano escrito. Los rojos se enojaron y a la
cárcel fue a parar. Después de unos días lo liberaron. René me consultó
acerca de lo que la ley nos permitía en este caso. Por toda respuesta lo
acompañé a una ferretería a comprar un candado; luego el Yale se reía
comentando lo sucedido.
“Nos farreamos por aquí y allá y más
aculla. En su memoria nombro algunos lugares: La Guerra, La Curvita, El
Pezón de la Mariposa, La Thujsa Culo, El Averno o La Marujita. Escribió
varios libros hermosos, crónicas de su andar. El que le trajo más
problemas fue su “Diccionario de Coba”. Un oficial de policía, al
parecer único propietario de todo germanismo, lunfardo o lenguaje
marginal, amenazaba con iniciarle un proceso por plagio. El “Tanta
escritor” me pidió asesoramiento. Lo tranquilicé diciéndole que si había
algún derecho conculcado era el de los choros y nunca del tombo.
“Le metimos unos tragos meses antes de su
muerte. Las malas lenguas dicen que el Omar (otro borracho) y este
locuaz penitente interrumpimos su tratamiento, aventándolo al abismo de
esta forma. No hay tal. El Perro ya venía en picada y ese apodo al que
hago alusión era el más querido por el finado, decía. La última vez que
nos cañamos me pidió a gritos que una vez muerto, yo, su apóstol
fulero, estableciera una verdad meridiana acerca de su triste final: que
no lo mató la madre al quemarle el cuerpo a sus seis años por haber
traído a la casa alcohol de menos octanaje (claro él se bebía la mitad
de la botella y la rellenaba con agua); que no lo mató la deslealtad e
ingratitud de sus compañeros de asalto, ni que se iba por padecer de
tubeculosis y cirrosis hasta en las uñas; que murió a causa de las
palizas, abusos de toda índole, semanas o meses de encierro en celdas
húmedas a las que se añadía baldazos de excrementos como principal
alimento ofrecidos a cuenta de la policía nacional.”
* * *
Hasta aquí Ricardo García Camacho que sé podría escribir el gran relato de la noche paceña. Estoy por completo seguro.
2 Comentarios
Gracias por presentarnos a Ricardo García Camacho!
ResponderEliminarSaludos.
"El perro ya venía en picada..." Eso exculpa los excesos finales.
ResponderEliminarBuenísimo, querido amigo.