ROBERTO BURGOS CANTOR -.
En 1974, Miguel Ángel Asturias donó a la Biblioteca Nacional de París sus manuscritos y archivos. Esta decisión fue el origen de la colección Archivos. Un proyecto de ediciones de títulos de la literatura de América, preparada por especialistas con rigor para la fijación de los textos, notas pertinentes y seductores ensayos. Se publicaban en cuatro idiomas. Y formó parte de las tareas útiles de la UNESCO.
Como se sabe, Asturias está en una de esas volteretas que da el capricho humano para reconocer y para negar. Es raro que se lo recuerde por la novela pionera de los encantamientos del poder, El señor Presidente. Tema que, a lo mejor como consuelo ya que no tuvimos reyes, atrajo a muchos novelistas. El Presidente: encarnación del mando. Delirio y abuso.
A pesar de la mundialización, se puede observar como el escollo a un territorio común, sea el desconocimiento de las particularidades nacionales. ¿Dónde está cada quién? ¿Qué podemos hacer juntos? Tu guaracha y tu vals.
Justo en esta dificultad es donde surge el destello, o algún vislumbre de la literatura. Ese lenguaje, renovador y secreto, que es necesario arrojar de las esquelas de enamorado, de su cantarina recitación en cumpleaños, que no es condenable, pero reduce y señala una función de utilidad impertinente y acaso reductora. No fundan el amor ni propician la celebración. Viejo florero arrinconado.
Si leyéramos a los novelistas y poetas, es probable que nuestros sentidos incrementaran la diversa comprensión del mundo y los seres. Las peculiaridades de su humanidad.
Sin embargo algo ocurre. La colección Archivos merecería ser recibida y distribuida con mejores recepciones que aquellas con las cuales se tocan panderetas y bombos por un préstamo del Fondo Monetario. Por supuesto se empieza a consumir allí, en estudios repetidos y más cocteles.
Pero queda perdida en los sótanos de amasijos de documentos y publicaciones, a veces rescatados por algún escándalo o por un funcionario compasivo.
Así, en estos días se publicó en la colección la obra de Álvaro Cepeda Samudio. Un azar que se urdía bajo los designios de sus dados me permitió conocer el proyecto.
Un artista colombiano, egresado ¿hará cuántos años? de Artes de la Universidad Nacional, se embarcó y quedó en Italia. Entre líneas y letras, se dedicó a enseñar literatura en universidades de Bolonia, Bérgamo, Milán. Oí hablar de él cuando se hizo la edición de los cuentos de Marvel Moreno. La bella escritora que nos peleamos los de Cartagena con los de Barranquilla. Se llama Fabio Rodríguez Amaya. Ha traducido al italiano una muestra amplia de los contemporáneos. Acaba de coronar la proeza de entregar un volumen de más de mil páginas, con un equipo seleccionado por él, que rescata las ficciones y el periodismo del Nene Cepeda de los cultos a sus memorables estropicios. Historia del mundo.
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