PABLO CINGOLANI -.
Es justo que lo haga. De un tiempo a esta parte, cada sábado a la mañana, es despertarme, sin hacer ruido para no molestar a los pájaros que también se andan despertando, preparar café y leerlo. Cuando lo leo, mi cuerpo –entumecido aún por la dormida- empieza a sentir un estremecimiento placentero, como si las palabras actuasen como bálsamo, y a la vez como detonante. Mandan pequeñas señales de baja frecuencia –algo así como un ronroneo literario- hacia mi cerebro, que se activa (no es el café insisto, es lo que voy leyendo) y el cerebro manda a su vez flechazos certeros a mi corazón que dicen, gritan, imploran a veces: ¡vive! Soy de los que cree que cada día, es preciso, es precioso, encontrar, reafirmar, sentir que vivimos por algo, no por vivir. Que vivimos porque vale la pena hacerlo por un motivo más fuerte que el mero existirse, por un principio más trascendente que las rutinas y los automóviles, por una causa más sensible que el dinero y lo que el dinero concede o quita. Entonces, cuando mi corazón recibe esa descarga eléctrica que me brinda la lectura de lo que escribe Oscar García, cada sábado que lo leo, agradezco, miro las montañas frente a mi ventana y agradezco. Es justo que lo haga.
Ustedes dirán: ¿por qué? García es una rara ave, vaya si lo es. Lo conocí hacen ya muchos años, cuando con Ugalde –otro pájaro extraño, como los pájaros de las novelas de Djuna Barnes- estábamos embarcados en un proyecto audiovisual y vivencial que se llamó Imagina Bolivia. Habíamos recorrido la geografía nacional por meses, capturando imágenes únicas y estábamos post produciendo la cosa en una casa esquinera de la Plaza Avaroa. Ambos habíamos coincidido en esto: la música para tanta fragua, la música para tanta emoción vuelta imagen, la tenía que componer el Oscar. Y fue así, y fue a nuestra manera, la de todos: un tour de force creativo e inverosímil. Recuerdo a García durmiendo en la isla de edición, inspirándose o qué, componiendo o qué. Recuerdo uno de los temas: la voz de David Portillo, susurrando, te hacía llorar. Eso fue el año 1994, como dije, hace ya mucho tiempo. Luego, hicimos algunos trabajos más con la rara ave. Algo que recuerdo con más cariño fue un CD de canciones y temas en defensa del Parque Nacional Madidi, algo tan sano que hasta hoy no se ha repetido. Un seleccionado de los mejores músicos contemporáneos de este país –sin cobrar un peso- grabaron más de diez composiciones originales buscando llamar la atención sobre la necesidad de proteger a la naturaleza. García también estaba ahí, dirigiendo la nave de los locos hacia un océano donde se mezclaban las aguas de la expresividad y el compromiso.
Siguieron pasando los años y ¡zas! el mismo García músico que yo conocía, empezó a derivar, transmutarse, morar, vaya uno a saber qué química lo domina, en el García escritor, que es el motivo que anima este texto. Y señores y damas: ¡El escritor es tan movilizador, es tan penetrante, es tan audaz, como el músico! García escritor tiene un mérito indudable: no transita por ningún camino conocido de la literatura boliviana. Se labra solito una huella, una marca, una apacheta, que estoy seguro que el tiempo –el único encargado de dictar sentencia-, seguro reconocerá. Esa huella de García es la huella de la ironía y el humor. Al principio, alguien pudo suponer que lo suyo era un divertimento, un subproducto de su hacer cómo músico, la resaca de su arte madre. Alguien pudo pensar que García escribía como la mayoría habla: porque no cuesta nada. Pero hete aquí el prodigio: lo de García –lo publicado en varios periódicos, he ahí su obra develada- fue persistiendo, arreciando, tomando cuerpo, espesor, sentido, saber, sentir, y digo, y no es un decir nomás: lo de García ya se merece un reconocimiento, ya se merece un halago, ya se merece –si no hay lo uno ni lo otro-, al menos un trago, una ofrenda despojada de cualquier otro tributo que no sea agradecerte, hermano, porque cada vez que te leo, me haces feliz, me haces querer vivir, me haces cagar de la risa (que es una de las esencias y el combustible de la vida). Y eso, esto sí sépanlo todos, eso, aquí, en la China o en cualquier parte, es mucha dosis. Entonces, final: es justo que lo haga. Es justo que lo escriba. Para que, al menos yo, en este mundo ingrato, nunca me olvide.
2 Comentarios
No es solo amistad...pero es la parte más linda de la nota.
ResponderEliminarQué justo que lo leo y qué placer que lo haya hecho. Hermoso.
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