ROBERTO BURGOS CANTOR -.
A medida que alienta la esperanza hay que empezar, todos, a construir una ilusión que sacuda, encauce, corrija, mejore.
Estos años, extraviados en una violencia dolorosa y estúpida, la vida bajo los efectos de muertes, perdió sentido. El vacío abrió un espacio sin fin donde anidaron odios, propósitos de venganza, la destrucción del otro como manifestación única de arreglo.
Una sociedad así, medio sobreviviente de una devastación moral de impredecible extensión, debe aplicarse con humildad y alegría al reconocimiento de que esto, esto innombrable, nos pasó a todos. Desde ya hay que entender que los acuerdos de los combatientes, la primacía de la voz y el canto sobre las explosiones, el silencio de las armas, apenas es el comienzo de un porvenir que requiere amor, inteligencia, generosidad, y una inmensa humanidad de la cual hoy estamos despojados.
El llamado a realizar un mundo posible, a pesar de la gritería más aguda que los chillidos de la loca de Tamalameque insistiendo en el fracaso, la muerte, la frustración reiterada, será más poderoso si asumimos lo que nos corresponde.
Una causa noble vivifica. Devuelve vida potenciada a los abuelos y padres. Ya no tendrán que jubilarse sino los padres de la patria. Se inventará matria ahora. Ellos entenderán el escaso lenguaje y la indiferencia de los hijos y los nietos. ¿Podía esperarse, acaso, otra conducta distinta a la indiferencia y el callarse, de los jóvenes que vieron una sociedad agrietada, de podredumbres que asfixian y que la recibían sin que nadie ofreciera excusas o sintiera vergüenza?
La tarea que se avecina es descomunal. Por eso vale la pena. Consiste en rectificar la vida y permitir el futuro. Despertar una sensibilidad que paradójicamente hay que crear otra vez porque fue extirpada.
La pesadilla de la violencia nos hizo indolentes. Creemos que no somos violentos porque no echamos tiros y no ensuciamos la champeta de sangre humana. Pero la vida cotidiana, sus antiguos ritos, son hoy un ejercicio de atropello y negación del otro. Y esto influye ya que el espíritu también se enfermó. Esa forma de enfermedad que consiste en desaparecer.
Aquí entonces, una consecuencia de la violencia. Esa que traspasó el territorio generalizado de la guerra y encontró asilo en cada colombiano.
A Usted y a mi nos ha tocado. Cuántas veces en la fila de la oficina de los servicios públicos, del hospital, del banco, alguien brinca la fila para llegar a la ventanilla, interrumpir al funcionario, y alegar que su pregunta, su caso, es más importante que el de Usted. Sin la menor disculpa porque ya interiorizó que el acto de fuerza es la ley.
La pobre ley: desprestigiada y expuesta a la inobservancia porque quienes la crearon, al representar un interés particular, la invalidan ante la comunidad.
¿Cómo volver a los principios de libertad e igualdad de las democracias?
Pintura: Ana Pascale Gil
Pintura: Ana Pascale Gil
1 Comentarios
Al porvenir hay que desearlo bello. Esa actitud es necesaria para no bajar los brazos.
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