PABLO CINGOLANI -.
El hombre del bisturí en incierto sabor galáctico preguntaba entre ginebras sobre la rueda del tiempo, la sensación del abismo y el devenir de la carnicería en los países subdesarrollados. The man anda inquiriendo y volando por ahí -infectando salones de por sí nocivos- cómo es posible suturar el déficit de súper-hombres con inyecciones de velocidad mental, néctar de puro karma, hectolitros de sangre reprobada en exámenes de castidad, vertebrada por los ejércitos del pus que pierden sus suministros en el cruce a la autopista del espanto. Cómo es posible resucitar las almas. Cómo es posible desviar a la 38. Cómo es posible.
El hombre insiste, persiste, arrecia. Waiting for the moment escuchando la estereofónica llamada del discípulo dilecto del no-pensar (el no-tecnológico a la zafra mercantilista de las almas) increpando a las amebas de la salud inmóvil, pervertida caricia del autobús de la historia donde se apiñan el hedor de los faunos castrados y las legiones de etíopes que nunca arribaron a Roma, hilachas de un imperio sin vacunas para la infamia, sin dioses para trepar la colina del destino y lidiar con el desencanto. The man está alterado, molesto: las moscas ya no sangran.
Corre el vino y el tic-tac viene cuajándose: el cerebro puede decir basta.
El Julio César de la avenida de los grises viene prometiendo una cabalgata a la san bartolomé para una de esas noches del más oscuro free-lance propósito.
Un sicario del monasterio del vidrio convence a los perros en su cruzada de profilaxis preventiva donde resbalan las monalisas licuándose en sus cegueras perpetuas.
Se incendia la mano del mendigo azul acariciando el capot de la limusina del rey de la asfixia, entre cataratas de rouge que pestilan el coto de caza de las diosas asesinas.
Corre el vino y dios ha perdido las llaves.
Incitación al mastín que custodia el jardín de los enanos literarios: esa violencia que engalana un papiro auto-impreso de edición restringida (Sólo una voz retumba en la pared del misterio, sólo la pálida inspiración de la acechanza que lame en el viento su intriga, su insistencia). The man y sus bolsas de promesas, ovillos de esperanza, cápsulas, joyas sin redención que son el tesoro del mundo: su mueca desfigurando una planicie henchida de cadáveres, close to me derritiendo el teléfono del silencio, enviando mensajes en clave de muerte.
¿Vendrás?
Trae el tesoro y después incéndiate.
La cacería del diamante tiene su precio: un tributo, un aletear en las tinieblas y perseguir un deseo más allá de las estrellas.
El hombre en el mapa de lo insensible: dragones bordeando la muralla del afecto donde tormentas de escorpiones ciñen la posibilidad y las dudas. Catapulta en derroche de fuegos: la fortaleza es un espejismo. No hay dos Ronald Biggs ni mitiga a las horas sin goce. Lo que hace falta: imaginación.
The man with the key coronando de fertilidad la piel del camino, la marca que invisible perdura.
El hombre, ese hombre: cualquier hombre. Altivo ante la minima moralia de los programadores, los cazadores de estadísticas cómplices, los cómplices de las estadísticas que multiplican su voracidad bajo la luz dormida de una edad de tuertos.
Inmutable a la crueldad que emana de los depósitos de voluntades suprimidas, el cajón alcanforado de los héroes exhibe los neones a full en letras de amarga geometría que sentencian:
“Aquí se pudre la negación de todas las negaciones."
No hay síntesis, my friend. Nos mintieron. Esos combates los libra la sangre, lo que circula en el espacio sin medidas que no limita la carne, ese que funde la sombra en espejos imperceptibles pero que brillan, fulguran en su canto que cae, avasallante. Detrás del sol, siempre detrás: en bastardillas, en notas al pie de página, en ese territorio voraz que sobrevive a los hachazos de lápiz en veneno de los titulares catástrofe, en la artera lágrima de la poética de los años que pasan. Vana la dialéctica de los desahogos y probarse en fechas y citas autorizadas que la pretensión es absurda, que el bronce y el moho no pueden bailar porque el movimiento sacude a confesores y confesados.
A las celestinas de voz crispada que engolosinan orejas de la abadía con alborotos del conventillo de los calzones en oferta limitada.
A las muchachas de la ingenua vereda, la población itinerante de la zona del amor helado y la lotería de los sueños.
Al cándido policía que se pasa a las columnas guerrilleras.
A los pasajeros de la vidriera de los prejuicios, locatarios de la ciudad cercada, el museo de cera y el príncipe de las migajas.
Al mago de las cremalleras.
Humphrey Bogart clonado a piano cuatro manos en potpurrí insensato de aires vieneses sureños contemporáneos amputando cada esquina cada taberna cada plaza a la cascada de renacimientos posibles, la guerra por una velocidad nueva, la cicatriz que se fuga cada primavera tras los castillos de frustraciones que habitan la soledad de los proto-voyeurs, la caída de los adolescentes y el rosario de penas y medias palabras que lucen los sultanes de la diversión ajena.
Espuma que incendia el hotel de los verdugos: tu tiempo, tu tragedia. Se acabó el vodka, el hielo, todo, ¿vendrás?
The man y la fotografía sucia de la niñez. De la higiene todopoderosa a las venas al garete en océanos que harían vomitar a cualquiera. De la pulcra señal en la solapa —la escarapela celeste y blanca, tan celeste y tan blanca— y la cabeza donde el peine era déspota a la montaña de harapos y la tarántula que agrede, lastima. Del tobogán y el vaivén de la hamaca a la cola por la visa y la baba de broadway que espejea una vida, tu vida. Puro chantaje.
Después, el ascenso desde la cueva de la taquicardia: the man y el feeling de la noche tropical habituándose en corazones esteparios que mercaban calor en alambiques y sótanos de jazz: esa música y esos cuerpos que anhelan la agonía del cometa, la maravilla y el boato de los siglos en ropajes marilynescos y la lluvia que queme, nos haga trizas.
No vendrás.
Entre tanta conversación de necios, tanta escarcha, pudo ser que el volcán anidase una fiebre que avasalle, un río feroz, ceremonias que laceran. Pudo ser y es un privilegio contarlo. Un privilegio fugaz: las palabras sólo nos aproximan a la grandeza. Esperando el eclipse definitivo: por eso escribo.
Pablo Cingolani
La Paz, 1994
De La canción de la lluvia
Imagen: Pedro de la Sota
2 Comentarios
Alucinación estilo Shakespeare en Sueño de una noche de verano. Amen.
ResponderEliminarMe hice una pelicula y aluciné. Muy buena narración.
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