Guerra de retratos

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

¿Cuántas clases de retratos hay en el mundo?

Antes de la invención de las máquinas algunas personas tenían a su pintor. O éste escogía a sus modelos. Sublimaban la gastada carne humana o reproducían su estampa ordinaria. Los retratistas de un reino pintaban dioses, batallas, paisajes, autoridades, santos, ellos mismos con deliberación o disimulo.

El retrato del pintor sale de un ojo denso. Su mirada conjuga, para aceptar o rechazar, el poder, la gratitud, la burla o el fastidio. Un enano que altera la solemnidad. El Papa Inocencio. Los monstruos de la razón. El brillo de una coraza de batalla. Se pintaba ante la pose o se rescataba un recuerdo.

Hoy, el pintor y el fotógrafo contratados se aplican a reproducir una apariencia, según la función: el músculo correspondiente del deportista, el esfuerzo; la sombra de la autoridad del gobernante; el arrobo de los enamorados; la disposición al mando de los soldados.

Sin embargo, los años transcurren y retratos y fotos se van desprendiendo de la identidad que alguna vez les confirió un lugar. Del compromiso entre el artífice y el que expone. A lo mejor resulta aventurado afirmar que los testimonios que no son contratados, hechos al azar de un impulso, un llamado interior sin propósito, son en la actualidad los que importan. Muchos de ellos logrados en situaciones límites. No solo las del drama sino también las del sueño, las de lo imperceptible, las del misterio humano tan descuidado. Muchos de estos no tienen un nombre. Lejos de ser esa circunstancia un descuido, se torna una poderosa situación que nos convoca y nos hace partícipes. Somos de la imagen anónima también. Allí estamos, en el dolor o en la satisfacción.

Hace varios períodos un Presidente de Colombia rescató del olvido una ley dispuesta por un antecesor suyo. Mediante la norma, Alberto LLeras Camargo prohibía que en las oficinas públicas se exhibieran retratos y pinturas de los mandatarios en ejercicio. Aún se consideraba la sentencia cristiana de: por sus obras los conoceréis. Parece que la vanidad pudo más y bastaría revisar los depósitos y almacenes de los entes públicos para tropezar con arrumes de fotografías, con banda de escudo y bandera, barbilla levantada cual prócer, y el abandono sin la caridad de una bruja con agujas. Ratones traviesos.

Por estos meses el tema se agitó y se estuvo a punto de organizar batallas con esfinges de gobernantes trasteados de su nicho. Entronizar puede ser memoria de gratitud. Quitar puede ser renovación o irreverencia. En Venezuela el Libertador y dos Presidentes. En Bogotá D. C. el Libertador y Jiménez de Quesada.

A lo mejor los retratos que quieran exhibirse quedarían bien en los museos ¿alcanzarán? y en el álbum de cada devoto o cada enamorado. Pero las imágenes del amor como las de la ideología son imposibles y su eternidad esquiva. Vanidad de vanidades.


Imagen: Gonzalo Jiménez de Quesada (grabado anónimo)

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1 Comentarios

  1. En Argentina está peleando por bajar los cuadros de Néstor Kirchner! Absurdas peleas pero da para debatir.

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