MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ -.
Las venden en un comercio nocturno de Biargieta, ese barrio que abre sus puertas cuando las del día se cierran, es decir Entre dos luces. Vienen de México y sus hilos se enredan como los de las vidas aturulladas que luego cuesta desenredar para que vuelvan a enredarse de nuevo a poco de regresar a escena. No tienen remedio. La primera que tuve vino de México vía París. La recibí en un acuartelamiento de Caballería (Cornejas de Bucarest), venía en una caja negra, un ataud festivo, porque lucía un títere de la Comedia del Arte en la tapa. 1972. Todavía la tengo a mi espalda. Ha envejecido. Yo también. Me he acordado de eso viendo The Spikes gang, un western de Fleischer de aquella época. Me pasa que me pongo a ver películas y al rato estoy pensando en otra cosa, las imágenes desfilan, pero alguna me lleva a otro mundo y para cuando vuelvo ya no sé por dónde andan las cosas, y da igual. Rip van Winkle de mí mismo que se mira en el espejo y no se reconoce. Hasta que fallezcas estás en las cosas con las que te rodeas, en tus reliquias, en tus tesoros de urraca, en tus pobretorios. Luego no. Esa es la historia.
Las venden en un comercio nocturno de Biargieta, ese barrio que abre sus puertas cuando las del día se cierran, es decir Entre dos luces. Vienen de México y sus hilos se enredan como los de las vidas aturulladas que luego cuesta desenredar para que vuelvan a enredarse de nuevo a poco de regresar a escena. No tienen remedio. La primera que tuve vino de México vía París. La recibí en un acuartelamiento de Caballería (Cornejas de Bucarest), venía en una caja negra, un ataud festivo, porque lucía un títere de la Comedia del Arte en la tapa. 1972. Todavía la tengo a mi espalda. Ha envejecido. Yo también. Me he acordado de eso viendo The Spikes gang, un western de Fleischer de aquella época. Me pasa que me pongo a ver películas y al rato estoy pensando en otra cosa, las imágenes desfilan, pero alguna me lleva a otro mundo y para cuando vuelvo ya no sé por dónde andan las cosas, y da igual. Rip van Winkle de mí mismo que se mira en el espejo y no se reconoce. Hasta que fallezcas estás en las cosas con las que te rodeas, en tus reliquias, en tus tesoros de urraca, en tus pobretorios. Luego no. Esa es la historia.
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