PABLO CINGOLANI -.
A Guillermo Aguirre
¿Tendrá sonido el dolor? ¿Será que puedo escucharlo? No sé pero desde hace unos días escucho una música, una música que viene de tan lejos que me es imposible soportar tanta distancia, siquiera suponerla. Sin embargo, y a la vez, esa música, esa misma música, la siento tan cerca, tan adentro, que es como si la tocara con las manos y pudiera agarrarla y decirle mientras intento abrazarla: no te vayas, música, no te vayas, quedate conmigo, seguí sonando aunque me duelas, seguí sonando aunque cada vez suenes más triste, pero quedate conmigo, quedate conmigo porque no hay peor dolor y no hay tristeza más honda que el olvido
¿Y será así? ¿Será que es el dolor lo que suena? ¿O serán esas palabras que faltaron, algunas que nunca pronunciamos, porque jamás confiamos en las despedidas? ¿Serán esas palabras ausentes la música que escucho, la música que escribo? ¿O serán esas otras palabras, tan próximas, tan intimas, tan nuestras pero a la vez tan de todos, esas que compartimos siempre, las que andan encendiendo este blues, esa música interior que tanto agita mi piel como palpita en mi alma? No sé, digo yo: ¿quién puede saberlo?
¿Será el viento, eso que escucho? ¿Será el viento, el sonido del dolor? ¿Será que el viento sufre conmigo y trae hasta mí no sólo esa canción desdichada sino también el eco de tantas moradas que nos ampararon, el latido de todos los cerros al atardecer que admiramos juntos, la alegría de saberlos propios y fundirlos, sangre y amalgama de la sangre, dentro de nuestras almas? ¿Serán el viento, serán esos cerros, serán esas piedras, será esa sangre, que forjaron el alma, la tuya, la mía, la de todos, lo que escucho, lo que escribo? Andá a saber si son guitarras como abismos, andá a saber si son violines que se quiebran y se vuelven vertientes, andá a saber si son tambores y crepúsculos, andá a saber…
Andá a saber, mago viejo: estoy seguro que vos siempre lo supiste mejor que yo y ahora lo sentís más puro, más claro, más libre; ahora lo sentís más contundente que nunca: ahora me lo vas a poder contar, más sentido y más vivido, que nunca; ahora me lo vas a poder contar, como siempre me lo contaste, mago, viejo, más cerca, más íntimo, más tuyo de lo que jamás lo sentiste porque ahora sos vos y solo vos lo que canta, ahora sos vos y solo vos la memoria, ahora sos vos y solo vos el silencio
Vos lo sabías, mago, vos lo sabías, viejo: el silencio, lo que canta y la memoria, juntos, eso es invencible; unidos, eso vence al tiempo y al olvido, porque eso, eso que es forja, que es lucha, que es luz, que es belleza, que es tuyo, mago viejo, eso, eso siempre lo llevaste marcado en la piel y si estaba tatuado en tu ser, eso, esto que escucho y que escribo, y eso que es lo que vos me dejaste cuando te fuiste, eso, eso está más allá del dolor, eso está más acá de la vida, eso está más allá de la muerte.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 28 de mayo de 2016
Mago viejo: así alude Eduardo Galeano a Haroldo Conti en la contratapa de su libro La balada del álamo carolina. No pude evitar robar amablemente tan poderosa alusión para esta elegía. Los tres, estoy seguro, ya estarán compartiendo felices, allá arriba.
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