ROBERTO BURGOS CANTOR
Hubo un tiempo durante el cual Colombia tuvo buenos noticieros de televisión. No existían los canales regionales. De uno era director Mauricio Gómez.
Perdidos los años en las devastaciones del olvido, y sin invocar aquella sentencia de Galaxia Gutemberg: el medio es el masaje, revivieron imágenes, por el premio al Mérito Periodístico Guillermo Cano otorgado al hoy arriesgado reportero Gómez.
Por aquel entonces, su noticiero se caracterizaba por el rigor en la noticia, la inteligencia de los análisis, y la disposición de las secciones. Y llegó, sin llamarla, la conjetura traviesa. ¿Sería que estábamos encantados por la belleza sin subrayas de María Paz Oviedo, la presentadora? ¿Sus ojos, la voz? Y para mi un misterio irresuelto: nunca pude saber si María Paz decía las noticias en pies descalzos. A pesar de que acompañé más de una vez al poeta Santiago Mutis a florecer el bidé de Oviedo, objeto de Duchamp, con rosas rojas, y a colgar de la regadera nubes de papel con versos de lluvia. Circo de enamorados en el reducto de las vanidades del espejo y las meditaciones de aliviar al cuerpo.
Entre vara de premios electorales y derechos de sangre adquiridos, los noticieros se acabaron. Entre lejanías y tragedias, alguna muestra de pinturas, ejercicio discreto, Gómez no se dejaba ver. Hasta hace estos años distintos y graves en los cuales regresó a sus informes, duros, arriesgados, exploraciones de la realidad desgraciada, que le han merecido el premio con el nombre de ese otro insobornable, don Guillermo.
Si todavía pensáramos, sería la ocasión de discernir, sobre algunos temas que Gómez tocó en sus declaraciones de la noche del periodista. Selecciono dos.
Una: “Nunca antes la provincia colombiana había sido tan ignorada como ahora”.
Los amigos panameños dicen como saludo: ¿Qué pasó?
Para discusiones futuras se pueden aventurar explicaciones. Aburrida de centralismo, la provincia se enconchó en su patio natal y respondió al desconocimiento y la exclusión con un desconocimiento deliberado de las reglas que condujeron al aprovechamiento de los pícaros y su máquina corrupta. La excepción cultural no condujo a la universalidad de la norma; terminó en el cinismo del aprovechado.
O, la representación permitió la toma del reducto Capital con sus catedrales y capitolios, por parte de los sagaces negociantes de la vida ajena. Ahora no dormían en las curules, los electrizaba la ambición del negocio indebido. Queso agusanado el centralismo suelta sus dádivas. No hay discursos en latín y el cacareo insolente de la estupidez ensordece.
Aviso: hay excepciones.
Dos: “el periodismo como la literatura no sirven para nada”.
Y es verdad, por motivos distintos. La una por la libertad del arte, son locos. El otro por falta de agallas, los matan.
La gratitud: Gómez nombró a Castro Caycedo y por allí a Germán Pinzón.
Imagen: Mauricio Gómez, periodista colombiano.
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