Poeta y narrador, Homero Carvalho Oliva. |
Jaime
Nuñez de Prado
“Cuando llegué me advirtieron que nadie había podido definir
claramente tu perfil, ¿sabes qué les respondí? Que yo sí sabía cuál era tu
debilidad, les dije que tu debilidad era el amor, porque sabía que nunca habías
amado y todo ser humano quiere sentirse amado alguna vez”
.
Ha
convertido nuestra trajinada vida contemporánea a la literatura seria en el territorio del cinismo. Y lo
peor, un cinismo edulcorado, que transforma la belleza en juguete frívolo, el
artificio en decorado y al ser humano, en un fantoche desamparado. Sin duda es
éste un terreno cómodo para la literatura, que opone, de manera sistemática, el
latido de la tierra a la industrialización, los fluidos seminales al amor, y
cree, con terrible pretensión, haber desenmascarado de una vez por todas al ser
humano.
El morbo
por lo fisiológico a todos los niveles tiene como resultado una literatura
subterránea, que pretende situarse a la sombra de la condición humana e ir
explicando todos sus comportamientos a partir de una mediocridad radical.
Literatura oscura, desesperanzada y de aliento enrarecido. El personaje
literario de nuestra época es un ser condenado por su multiplicidad, el
escritor posmodernista un ser cínico que en lugar de intentar recoger los
pedazos del hombre, exacerba sus soledades, las yuxtapone hasta la nausea.
Hemos
perdido en muchos casos, la humildad de la escritura, humildad que es verdad, y
valor.
“El se consideraba un escribidor casual de versos, afirmaba
que nunca tuvo el coraje para ser poeta, que la poesía era una actitud ante la
vida que no tenía nada que ver con la de ciertos autores que, en su arrogancia,
eran, para Huáscar, simples narcisos viajando hacia el olvido”
Esta
diferencia entre el escribidor de versos y
el poeta es casi imperceptible. A
primera vista, Homero hace lo que sus semejantes cuando intenta limpiar las
legañas a la memoria o reconstruir en sentido inverso la pasión, incluso es
aficionado a desnudar sus personajes ante el espejo y hacerles mirarse el
cuerpo. Creo que en las últimas cinco novelas que he leído, pertenecientes a la
segunda mitad del siglo XX, el sexagenario protagonista, se derrumbaba
ineludiblemente ante la visión de sus raquíticas piernas y su flácido pene.
Tampoco se aparta de la literatura del fracaso, sus personajes terminan
poniéndose diligentemente “la máscara
apropiada para una sociedad que ha hecho de las apariencias su motivo de vivir”
o siendo aniquilados como el pobre Zacarías.
Decíamos
humildad y coraje por una razón sencilla y es que para que la literatura sea
búsqueda debe haber aceptado de antemano la opción del fracaso. La única manera
de sortear esta fragilidad es cerrarse en banda, obviar o ridiculizar los
estallidos de luz que iluminan nuestra existencia. Si en un momento esta
literatura que hemos denominada subterránea
fue un acto de arrojo, una lúcida herramienta literaria, el evidente desgaste
de las formas ha convertido a sus creadores en seres vanidosos y, algo peor, en
creadores frívolos.
Y si algo
resulta totalmente extraño a la literatura de Homero es la frivolidad. Tal vez
por ello se sitúa tan al margen de su época y, en consecuencia, es tan consciente
de ella. Sus novelas recogen una sabiduría masticada, como si se tratase de los
posos que quedan del café en una taza. No se trata de moralina de cacareo, la
experiencia de su vida viene dada en pequeñas dosis, como cuando trabamos una
amistad. Es precisamente esta escritura impúdica la que alumbra sus novelas y
las despoja de cualquier suerte de vanidad.
Este
trabajo es un intento de recoger cuidadosamente los posos de tres de sus
novelas Memoria de los espejos, La conspiración de los viejos y La maquinaria de los secretos. Un
intento de explicar porque Homero es un poeta
y no un escribidor de versos. La
elección que hemos realizado de las novelas responde a un criterio muy
sencillo, se trata de su primera, segunda y última novela, quizá por comprobar si
aquella intensidad que transmite su primera obra se mantiene hasta su última
producción.
No es
Homero, como hemos dicho, un hombre alejado de las convenciones estéticas de la
literatura actual, sus temas son los habituales en la cartelera de la literatura
que se pretende de buena factura. Tampoco estamos ante una conciencia narrativa
bonachona ni ante el misticismo de la anciana y los pucheros. Digamos, e
intentaremos explicarlo a continuación, que su cinismo se dirige a los defectos
del hombre, a sus carencias, pero que evita cifrar la condición humana en su
escritura. La desmitificación del hombre no es en él dogmatismo; las crisis de
identidad, de memoria o afectivas que sufren sus personajes no pretenden
retratar un caduco ser humano sino penetrar y alumbrar sus carencias con una
mirada comprensiva, sin circunscribir al ámbito de su literatura todas las
variables existentes.
En todas
ellas existe un rechazo por el intelectual, habitualmente el de una izquierda
caduca, que no concibe la literatura más que como un juego de luces para
destacarse a sí mismo.
“El problema de algunos de nuestros intelectuales es que
consideran la lectura como un deporte en el que se juega a quién sabe más
palabras y lo único que consiguen es aumentar su vanidad, el pecado favorito
del demonio”
Estos narcisos viajando hacia el olvido poseen
un impedimento infranqueable para hacer literatura: no saben mirarse a sí
mismos. Parece esto una inversión del mito de Narciso pero no lo es. En la
superficie de la fuente, Narciso nunca vio más que su reflejo. La literatura de
Homero no es frívola porque crece hacia dentro, explorando una de las carencias
más graves del hombre de nuestro tiempo: su incapacidad para conocerse.
El tema es
tan delicado que debemos entrar casi con pudor. Todo acto literario no es más
que una radiografía del hombre, un acto de introspección, en la medida que
procede de los entresijos de la sensibilidad. La literatura moderna, como es
evidente, ya no tiene la función de sentar cátedra al respecto, su manera de ejercer
su oficio es el desenmascarar, poner en evidencia las actitudes postizas del
hombre, decir qué no es.
Cuando un
principio artístico, aunque sea sumamente fértil como este que venimos de
describir, pierde su vitalidad, degenera en ideología. La literatura
contemporánea muchas veces es, bajo su apariencia introspectiva, repetitiva y
superficial, dogmática (perspectiva de la que creemos, se aleja Homero). No es
mi propósito establecer un paradigma que permita diferenciar lo valioso de lo
superfluo, principalmente porque no existe tal cosa. El interés es más bien
descubrir en la literatura de Homero una sensibilidad cercana al hombre y no
perdida en elucubraciones estéticas estériles.
La
literatura, Homero no se cansará de repetirlo con sus novelas, es un ejercicio
de acercamiento al ser humano, pero al actual, no a la mitificación literaria
que tanto gustan, por incapacidad o vanidad, tantos escritores modernos. Desde
la generación a la que pertenezco este fin de la tragedia es, a todas luces,
evidente. La gradación necesaria para el éxtasis, llamémoslo catarsis, orgasmo
o salvación, es impedida por la cultura de la inmediatez. Es curioso que
parezca de mal gusto hablar del fenómeno del Smartphone en un estudio
literario; inconscientemente apartamos eso para un estudio sociológico, actual,
científico, útil.
“El poeta siempre vuelve por aquí junto a otro que es mayor
que él, vienen a hablar burreras acerca de cuestiones filosóficas o por lo
menos pretenden que los que les escuchemos creamos que son filosóficas; cosas
como el infierno de Dante Alighieri, lo hacen con arrogancia que solamente los
libros otorgan, los pobres, en su soberbia, no se dan cuenta de que ya están en
el infierno”
Este
camarero homosexual, hijo de una prostituta y criado desde niño en un burdel es
más lúcido que el falso escritor. Para explicar el fin de la pasión podemos
recurrir a intrincadas explicaciones estéticas o mostrar cómo opera en el
adolescente Instagram, Whatsapp y la pornografía. “Las imágenes virtuales o “realidad virtual” están destruyendo las
imágenes esenciales; la realidad misma. Ya nadie recuerda el color de los
reales crepúsculos tropicales y el brillo real de las gotas de rocío naciendo
con la alborada” Ello depende de la humildad del escritor, de si es capaz
de sacrificar el sentido del decoro contemporáneo en aras de una literatura de
calidad.
El
personaje literario de Homero, probablemente cada uno de nosotros, está sujeto
a tres fuerzas vitales: mundo, pasión y lenguaje.
De todas
ellas, la tratada con menos profundidad en Homero es la pasión. Es cierto que
aparecen instintos como el sexo o la sed de venganza, pero nunca alcanzan el
cuerpo de la pasión. Como si el ser humano hubiese perdido su capacidad
trágica. La muerte del asesino de Dinky en La
conspiración de los viejos, trata de esto mismo. La reescritura
contemporánea de Fuenteovejuna debe
renunciar a toda la carga trágica de la obra, en el siglo XXI y bajo la sombra
del 68, ningún hombre actúa más que impelido por un entramado de estructuras
opresoras o manipuladoras, el fatum
tiene proporciones humanas ahora. La descripción de los servicios secretos, que
controlan a las personas como marionetas, en La maquinaria de los secretos, tiene más de sorda amargura que de
distopía a lo Orwell. No se trata tanto del ensayo de una estructura global
apocalíptica de como mostrar, por medio de la ficción, el extrañamiento del
hombre moderno.
Mundo y
lenguaje son los dos ejes en los que gira la búsqueda de la identidad de los
personajes de la novela. El lenguaje es consciencia de uno mismo y del mundo
que nos circunda. Somos todo aquello que podemos expresar de nosotros mismos,
conocemos todo aquello que nos permite el lenguaje. Esta idea de que la
amplitud y la hondura nuestra existencia está determinada por una capacidad
lingüística es aparece a menudo en la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Homero
nombra a Wittgenstein en su última novela tres veces, Zacarías es un agente
secreto que se dedica a analizar la lengua para encontrar patrones de conducta
que puedan amenazar la seguridad del estado; en su primera novela, Roberto
intenta ser otra persona escribiendo
artículos periodísticos con un pseudónimo. Su preocupación por el lenguaje es
evidente y su estilo, consecuente. Volvemos a comprobar que Homero no se
desentiende de la temática de su tiempo. La lleva hasta los extremos del
paroxismo, la trama de thriller americano de su última novela desborda en
parodia, el Zacarías sensible y atormentado por las ligazones sintácticas del
lenguaje no puede ser ya un personaje serio, su tragedia es demasiado grotesca,
su figura, ridícula.
La mirada
que proyecta sobre las “limitaciones lingüísticas” –vitales, en definitiva- de
sus personajes no es recriminatoria sino indulgente. Homero atiende la
frustración del hombre al no ser capaz de ser quién le gustaría ser, o quién
cree en realidad ser.
“El sobrino era el vínculo con aquella realidad a la que él
había dejado de pertenecer desde que entro en el servicio secreto y resolvió
vivir de incógnito en un mundo donde los manuales dictaban las normas y le
decían quiénes serían día tras día, viviendo vidas inventadas sin poder ser
ellos mismos ni siquiera al final de la jornada”
Parece que
en este punto encontramos al poeta y
no al escribidor de versos. El gran
escritor no es aquel que condena ni aquel que justifica, es aquel que comprende
a las personas. Esta mirada comprensiva hace que el fracaso de sus personajes
tenga la virtud de enardecer al lector, de sugerirle la posibilidad de una vida
auténtica, de una relación amorosa y no mercantil con el lenguaje. En realidad,
toda la narrativa de Homero es esto: un cuidado amoroso de las palabras, un
ascetismo para evitar la perversión del lenguaje. De ahí la poderosa sensación
de autenticidad que nos transmite.
Si
trasponemos esto a lo escrito más arriba sobre mundo y lenguaje, el amor del
que habla Homero es amor de uno mismo y del prójimo. La manera de la que se
sirven sus personajes del lenguaje para transformar su identidad personal es
falta de humildad, que es verdad, que es conocimiento de uno mismo. La
perversión del lenguaje es lo que provoca el desajuste de la realidad, como en
aquel hidalgo que creía ver gigantes en las aspas de los molinos. La senda de
la libertad y del conocimiento propio es la del poeta, capaz de nombrar la realidad, de otorgarle la sustancia
lingüística correcta. Los diferentes vicios que alejan de esta adecuación a la
realidad son los del escribidor de
versos. Pero no es esta la condición humana, si es cierto que a menudo
mercantilizamos el lenguaje hipotecando nuestra autenticidad, los hombres hemos
nacido todos con vocación de poetas,
con una desesperada necesidad de verdad.
BIBLIOGRAFÍA
•
CARVALHO OLIVA, Homero. Memoria
de los espejos. Permio Municipal de Novela, 1995.
•
CARVALHO OLIVA, Homero. La
conspiración de los viejos. Grupo Editorial la Hoguera. Novela la Mancha.
Bolivia, 2011.
•
CARVALHO OLIVA, Homero. La
maquinaria de los secretos. Grupo Editorial la Hoguera. Novela la Mancha.
Bolivia, 2009.
•
YURKIÉVICH, Saúl, Suma crítica, México, Fondo de Cultura
Económica, 1997.
•
SUCRE, Guillermo, La máscara y la transparencia. Ensayos sobre
poesía hispanoamericana, México, Fondo de Cultura Económica, 1985.
•
PARKER, Alexander. El
concepto de verdad en el Quijote. http://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_antologia/parker.htm.
•
SHAW, Donald. Nueva
narrativa hispanoamericana. Cátedra. Crítica y estudios literarios. 2005.
•
Todas las lecturas, los artículos colgados en el campus y
las clases impartidas durante el curso.
JAIME NÚÑEZ DE PRADO FRANCO
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