Pablo Cingolani
Cuando las piedras hablan, hablan desde el principio, desde los orígenes del mundo, cuando no había tiempo y todo era estar eternamente en medio de un caos sublime y revelador: el parto del mundo, la génesis de todo lo que existe, lo que ya no existe, lo que puede venir, lo que ya se fue, la nada y la eternidad atadas a un solo destino. De ahí su mensaje, de ahí su potencia expresiva.
De ahí también la incesante travesía en busca de que las piedras hablen, te hablen. De ahí tu empeño para entender su lenguaje. Es obvio pero lo anoto igual: las piedras hablan, cuando hablan, no sólo desde la matriz universal, sino también en su propio y antiquísimo lenguaje. Sólo sí estás dispuesto a escucharlas, sólo si te empeñas y aguardas, sólo si vas acunando el fervor de que eso suceda, eso te sucede, las piedras te hablaran. Y cuando eso acontezca, ya verás, ya oirás sus mensajes. Ya se te revelará el lenguaje. No es secreto. Es tenaz. Es la tenacidad el único camino que te conduce a escucharlo.
Hoy, una inesperada ráfaga de viento del Oeste, viento del altiplano, viento de la puna, hizo hablar a unas piedras que atesoro. Sobre el estruendo –el sonido de los comienzos, cuando todo era ebullición y fragua-, las piedras se largaron a hablarme, a enviarme sus mensajes desde su ser insondable. Comparto algunos de ellos:
‒Cuida lo frágil. Protege siempre a lo más vulnerable. Puede romperse. Partirse en dos o, simplemente, destrozarse. La ruptura de la fragilidad no tiene retorno. Cuando la fragilidad desaparece, no la encuentras nunca más, por más que te afanes. Debes saber distinguir lo frágil. Debes estar siempre atento a que esa fragilidad superviva, no agonice, no ceda, no sufra, no muera. Si muere, mueren también otras cosas. Muere un poco la paz. Mengua otro poco el sosiego. Hay más oscuridad en ronda. En la insistencia de lo frágil, en su cuidado, está amarrado el equilibrio, y por más precario que este sea, sigue siendo eso: un equilibrio, una nivelación de tensiones y de fuerzas, unas desesperadas, otras poderosas y bienhechoras. Frente a eso, que es irremediable y que también puede llamarse vida, la protección de la fragilidad te procura algo inestimable, algo de lo más valioso que puedes desear: te procura serenidad. La serenidad de las piedras.
‒‒La belleza es un bien deseable. Más la belleza no es un valor absoluto: muta. Puede componerse y descomponerse y volverse a componer. La belleza es un camino, es una huella, un destino que sólo es posible recorrer con los ojos bien abiertos, con el alma siempre atenta en busca de plenitud. Una parte sustantiva de esa plenitud es la belleza pero esa belleza mutante, abierta, reveladora. Esa belleza sólo se te revela si estás dispuesto a perderlo todo. Rastros salvajes: una mística.
‒‒‒Evoco a Ezra Pound, su canto XLV, decía algo así: con usura (with usura), ningún hombre tiene una casa de piedra, cada una de las piedras cortada con suavidad y bien puesta, etc., etc. Es uno de los poemas más conmovedores que leí cuando era chango y siempre lo recordé: lo volví un talismán contra todo desvelo, contra todo falso afán. Las piedras no me hablaron del poeta pero sus mensajes me remitieron a él. Decían las piedras: construye un refugio, siente nuestra protección, nuestro amparo, nunca te sientas solo si nos sientes, nosotras te brindaremos cobijo, calor, luz, inspiración, intensidad, intención, voluntad, ardor, pasión, nosotras te brindaremos todo lo que es necesario para que la vida prosiga, la vida crezca en luminosidad y plenitud, la vida no se agriete ni se astille, la vida fecunde. Nada es más importante en este mundo que sentir esa paz que nosotras sentimos y podemos brindarte si tú te atreves a recibirla y a honrarla. Si es así, construye un refugio contra todas las tormentas, haz del afuera, tú adentro y ese adentro tuyo, compártelo, vuélvelo un hogar, un refugio capaz de resistir todos los aludes, todo el frenesí del caos, el derrumbe, el vacío irremediable: vuélvete como nosotras si eres capaz de iluminarte y aguantar todo el dolor y el desasosiego sin lastimarte y sin lastimar a nadie.
Bueno, ya fue, ya lo escribí. Hablaba, antes de concluir este arrebatado texto, con mi amigo Facundo (azares de las máquinas tecnológicas: Vilanova-Río Abajo, un océano de distancia), hablaba de los mensajes que recibí hoy de las piedras, que los estaba escribiendo, que si sería sensato, insensato, hacerlo, que si sería sensato, insensato, compartirlos. Como sea, ya fue, ya lo escribí, ya está hecho. Ahora no me resta más que compartirlos. Quien quiera oír, que oiga. Quien quiera oírlas, que las oiga. Quienes quieran seguir, que sigan. Quienes quieran seguirlas, que las sigan. Allá van las piedras: claras, vivas, invencibles.
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