Homero Carvalho Oliva
Soy de la generación que creció sufriendo los golpes de Estado en La Paz, la ciudad de Bolivia que más sangre ha derramado por la libertad y la democracia; en agosto de 1971, cuando Hugo Banzer dio su golpe, yo tenía 14 años y ya había experimentado varios golpes o “revoluciones”, término mal empleado para las asonadas militares. Recuerdo que algún extraño sortilegio, propio de la naturaleza materna, hacía que nuestras madres sepan del golpe, días antes de que suceda y con sus ahorros iban al mercado a comprar lo que podían: papas, legumbres, cebollas, arroz, frejoles, marraquetas, sardinas en lata y aceite, lo necesario para comer durante varios días; luego nos daban dinero para comprar velas, kerosene para el anafe y alcohol de quemar para encenderlo; el día antes de que estalle el golpe teníamos que llenar todos los recipientes disponibles con agua, baldes, bañadores, ollas grandes, bacines, la tina, en fin…El momento que en la radio Illimani o en la Batallón Colorados se escuchaba algún bolero de caballería, ya sabíamos que el golpe estaba en marcha y nuestras sabias madres nos pedían que sacáramos los colchones (que en esa época estaba hechos de lana de oveja), para colocarlos frente a las ventanas y de esa manera evitar que las balas ingresaran a nuestras viviendas. Mientras el golpe se desarrollaba con toda su crueldad, nuestros padres intentaban distraernos jugando loba o cualquier juego de mesa ¿Se acuerdan?
*Extraído de un estado de Facebook del autor (21/8/2017)
0 Comentarios