Roberto Burgos Cantor
De las humildes y amorosas ceremonias de la navidad cristiana, una, practicada por los que volvimos a las catacumbas, es aquella de dar un regalo con sentido. Desde las palabras escogidas por el alma para expresar un deseo que atraviesa olvidos, silencios; hasta el objeto que testimonia nuestra amistad, el amor, la felicidad de la existencia.
Tengo la fortuna de haber recibido un regalo que parece dado por mi mismo.
Días han pasado: aquellos en que los niños apelaban a la voluntad Divina para obtener algo. Siempre me pareció que la abstracción del Dios niño potenciaba la imaginación infantil. Más que Nikolau, quien de limpiador de chimeneas fue atraído como pregonero de tiendas de producción en serie.
Ah, el sabio carpintero que dedicaba el año a sus cinco juguetes!
Entonces, en el árbol, revuelto de bonga, mamey de Turbaco, veranera, tamarindo de vientos que arman las nietas sin pedir permiso, encontré La poética de lo cotidiano de Yasujiro Ozu.
Este director de cine ha sido celebrado por los realizadores que todos admiramos. La forma tierna, sencilla, verdadera con la cual se refiere a su arte es admirable. Desmenuza, con perspicacia y utilidad la importancia de las técnicas en la producción de la película. Muestra sus límites para ahondar en el algo más que es producto de la sensibilidad. Sin ella no hay arte. Y sin arte la vida seguiría presa de las trampas de la realidad, sus espejismos.
Hay algo en Ozu que le permite compartir su grandeza sin ostentación, como si no desprendiera un solo fragmento de luz de sus películas. La serena certeza de quien sabe que puso todo, que corrió el velo de misterios protegidos por la aparente serenidad de la tela sin viento. Esa ausencia de estropicios que guarda el secreto de las verdaderas tormentas.
Con su desprendida entrega para referirse a su arte sin complicación, dijo algo sobre el sentido de sus historias: hacer sentir la existencia de lo que llamamos vida sin utilizar acontecimientos extraordinarios.
Clave de igualdad y dignificación de la paciente constancia. Tremenda lección que nos apartará del desvarío de querer ser Pablo Escobar o Donald Trump.
Hasta el próximo sake, pícaro Yasujiro. Así es. Si.
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