Roberto Burgos Cantor
Hay noticias que, si bien son inevitables, perturban el ánimo. Se aferra quien la recibe a quitarle óxido a la máquina de las rememoraciones. A invocar, sabedor ya que todo será arrebatado y ninguna certeza volverá.
A veces queda un consuelo: las cercanías de la amistad sumaron años a la vida de cada quien. Tejieron redes de ampliación. Quizás agregaron una calle a esos pasos de crepúsculos efímeros.
Cuando conocí a Marta Viñals tenía tres hijos jóvenes y un marido poeta. La pareja fumaba con una constancia de pedidores de milagros. Y ella vivía esa edad en que el cuerpo se olvida del peso, las siluetas de moda, la cintura de ánfora, el cuello de garza; y encuentra otros atractivos. Quienes la recuerdan con su trasero en altitud de dignidad y la miraban sentarse, reconocían que había adquirido un trono propio.
Ellos, venían de Buenos Aires, Argentina, y se instalaron en Bogotá D.C. para trabajar con un hermano de Marta que tenía almacenes de ropa y una fábrica de cromados.
Por alguna razón, Martha se dedicaba a los telares. Era una tapicera cuyos tejidos reproducían ideas, figuras, cuadros, de pintores.
Tal vez, como el poeta, regentaba una galería de arte, ella prefería a los artistas contemporáneos argentinos, y uno que otro del devocionario estético de su hombre.
Con prontitud se vínculo a la universidad de los Andes. Allí enseñaba y aprendía. Contrató carpinteros para hacer un telar que ocupó un espacio amplio en el apartamento donde habitaron y después en la casa. En el primero, años en que la ciudad tenía silencios, mientras crepitaba el fuego de la chimenea, se oía el zumbido de los hilos, lanas y lanzadera en la ruta de encontrar su forma. Del piso de abajo golpeaban con un bastón el techo y una voz anciana que gritaba: ¡ Domestiquen la electricidad ¡
En tapices de puntadas de pincel, se conocieron pintores. Cogorno, Berni, Pagano. Pedro Pablo Pont Verges, rey del telar.
A poco de regresar a su país todo cambió. Clima triste y noches sobresaltadas. Ulular siniestro de automóviles sin placas. Borges no caminaba por Florida y Sábato acumulaba el inventario de los desaparecidos.
Con Marta tuve una bella conversación sobre el amor de mujeres y hombres. Sabiduría de hilos, talismán contra la intemperie.
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