Pablo Cingolani
Apenas sentí tu hechizo
Supe que me ampararías
Con tus labios de volcanes
Con tus senos de fértiles yaretas
Con tu vientre de oquedades
Vientos, amables desgarros
Nunca te temí. Tu voz
Tu canto de antiguas soledades
Pobladas de pukaras y vicuñas
Era más fuerte, atesoraba más soles
Que todas las palabras
Que jamás me animé a pronunciar
Tu voz era más luminosa
Que todos mis silencios
Siempre confié en vos
Siempre me acunaste
Elegí escuchar tus latidos
Esos que agasajabas en arenas ausentes
Que volvieron a retumbar
En el mar lejano y sin fin de los salares
Por allí, andaba el Germán, ese tu eco
Que clamaba y clamaba en medio de la noche
La más hostil, la más desdichada
Él, el centinela, el guardián, me enseñó a danzar
A elevarme, como los cerros
De toda esa miseria que busca
Demonios, domarnos, dormirnos, volvernos sin fasto
Sentirnos crueles, dejar de soñar
El, me enseñó del ajayu, desde su ajayu, tu ajayu
Del alma de las soledades, los silencios
El me contó de ese toro negro, bravo, ciego
Que en medio de lo blanco, de todo lo blanco
Del salar, arremete, busca sangre, enceguece
El me enseñó cómo enfrentarlo
Si vas a sufrir, sufre, me dijo, pero sufre hasta el final
Si vas a querer, quiere, pero quiere igual
Los que padecen a medias
Nunca saben que la desdicha
Es peor que morir, duele más que matar
Los que aman por la mitad
Nunca saben que el dolor
Si se empeña, si se atiza
Jamás se despeña. Te puede acabar.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 18 de enero de 2018
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