Homero Carvalho Oliva
Hace unas semanas, la Embajada de Suecia me invitó a participar en un conversatorio sobre Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017. Después de aceptar la invitación pensé en los autores que lo habían recibido y los que yo había leído a lo largo de mi vida. Recuerdo que en mi juventud hacíamos apuestas acerca del escritor que sería consagrado con el galardón literario más importante del mundo, eran otras épocas.
De 1967 a 1980
El primer Premio Nobel que leí fue Miguel Ángel Asturias (1967), inolvidable su novela El señor presidente, lo hice en colegio y su lectura inauguró para mí no solamente las novelas sobre dictadores, sino que me abrió las puertas para la magia de otros autores latinoamericanos. Yasunari Kawabata (1968) me impresionó con La casa de las bellas durmientes y un microcuento titulado Rostros, que me marcó por la fuerza expresiva del relato. De Samuel Beckett (1969), sin duda alguna Esperando a Godot, que la vi en varias versiones. De Alexander Solzhenitzyn (1970) leí Archipiélago Gulag, por un tiempo creí que era propaganda anticomunista. Del poeta Pablo Neruda (1971) creo que he leído todo, incluso sus memorias y con él todos ganamos en las apuestas.
De Heinrich Boll (1972) recuerdo el título Retrato de grupo con señora, pero no los detalles; Saul Bellow (1976) sigue siendo una asignatura pendiente, hace años compré Herzog, espero leerla algún día. Del poeta español Vicente Aleixandre (1977) me acuerdo de haber leído muchos de sus libros, pero no recuerdo ningún título en particular. De Isaac Bashevis Singer (1978) viene a mi memoria Un amigo de Kafka y otros relatos, un consumado cuentista, sin duda alguna. De Odisseus Elytis (1979) recuerdo algo atribuido al archicitado Borges (recordado cada año como el premio que no fue), que consultado acerca de Elytis habría respondido que no lo conocía, pero que como era griego seguramente escribía muy bien. A Czesław Miłosz (1980), espero leerlo, lo prometo. A partir de la década de los setentas leí otros Premios Nobel anteriores a 1967, como Tagore, Kipling, Gidé, Mistral, France, Eliot, Hesse, Hemingway, Camus y otros; tengo una colección denominada Premios Nobel, pero ésa es otra historia. Sigamos.
El primer Premio Nobel que leí fue Miguel Ángel Asturias (1967), inolvidable su novela El señor presidente, lo hice en colegio y su lectura inauguró para mí no solamente las novelas sobre dictadores, sino que me abrió las puertas para la magia de otros autores latinoamericanos. Yasunari Kawabata (1968) me impresionó con La casa de las bellas durmientes y un microcuento titulado Rostros, que me marcó por la fuerza expresiva del relato. De Samuel Beckett (1969), sin duda alguna Esperando a Godot, que la vi en varias versiones. De Alexander Solzhenitzyn (1970) leí Archipiélago Gulag, por un tiempo creí que era propaganda anticomunista. Del poeta Pablo Neruda (1971) creo que he leído todo, incluso sus memorias y con él todos ganamos en las apuestas.
De Heinrich Boll (1972) recuerdo el título Retrato de grupo con señora, pero no los detalles; Saul Bellow (1976) sigue siendo una asignatura pendiente, hace años compré Herzog, espero leerla algún día. Del poeta español Vicente Aleixandre (1977) me acuerdo de haber leído muchos de sus libros, pero no recuerdo ningún título en particular. De Isaac Bashevis Singer (1978) viene a mi memoria Un amigo de Kafka y otros relatos, un consumado cuentista, sin duda alguna. De Odisseus Elytis (1979) recuerdo algo atribuido al archicitado Borges (recordado cada año como el premio que no fue), que consultado acerca de Elytis habría respondido que no lo conocía, pero que como era griego seguramente escribía muy bien. A Czesław Miłosz (1980), espero leerlo, lo prometo. A partir de la década de los setentas leí otros Premios Nobel anteriores a 1967, como Tagore, Kipling, Gidé, Mistral, France, Eliot, Hesse, Hemingway, Camus y otros; tengo una colección denominada Premios Nobel, pero ésa es otra historia. Sigamos.
De 1981 a 1999
De Elías Canetti (1981) leí muchos de sus libros, recuerdo especialmente sus autobiografías La lengua salvada y La antorcha al oído. Cuando en 1982 le otorgaron el Nobel a Gabriel García Márquez fue como si hubieran reconocido a un tío muy querido que venía a nuestras casas a contarnos historias. El señor de las moscas, de William Golding (1983), fue uno de los primeros libros que recomendé a mis hijos, les advertí que la novela era una recreación de la historia de la humanidad.
De Jarsolav Seifert (1984) y Claude Simon (1985) no leí nada; sí leí la poesía de Wole Soyinka (1986); así como la de Joseph Brodsky (1987). Naguib Mahfuz (1988) es de mis escritores favoritos; no tanto Camilo José Cela (1989); luego viene uno de los poetas y ensayistas al que siempre vuelvo, un pensador universal llamado Octavio Paz (1990), que me hizo comprender y amar mi ser latinoamericano. De Nadine Gordimer (1991) reconozco que solamente he leído algunas cosas sueltas; no así del poeta Derek Walcott (1992), cuyo descubrimiento fue una epifanía para mí, lean el poema El amor después del amor y lo sabrán. He leído muy poco de Tony Morrison (1993), de Kenzaburo Oé (1994) y de Seamus Heanney (1995). Me enamoré de Wislawa Szimborska (1996) a la primera línea: “Medio abrazados, sonrientes/ buscaremos la cordura, / aun siendo tan diferentes / cual dos gotas de agua pura”. De Darío Fo (1997), vi su emblemática Muerte de un anarquista. Con José Saramago (1998) tengo una relación de amor y odio, hay novelas que me fascinan y otras que definitivamente no he podido leer (lo mismo me sucede con otros autores). Gunther Grass (1999), por supuesto que leí El tambor de hojalata.
De Elías Canetti (1981) leí muchos de sus libros, recuerdo especialmente sus autobiografías La lengua salvada y La antorcha al oído. Cuando en 1982 le otorgaron el Nobel a Gabriel García Márquez fue como si hubieran reconocido a un tío muy querido que venía a nuestras casas a contarnos historias. El señor de las moscas, de William Golding (1983), fue uno de los primeros libros que recomendé a mis hijos, les advertí que la novela era una recreación de la historia de la humanidad.
De Jarsolav Seifert (1984) y Claude Simon (1985) no leí nada; sí leí la poesía de Wole Soyinka (1986); así como la de Joseph Brodsky (1987). Naguib Mahfuz (1988) es de mis escritores favoritos; no tanto Camilo José Cela (1989); luego viene uno de los poetas y ensayistas al que siempre vuelvo, un pensador universal llamado Octavio Paz (1990), que me hizo comprender y amar mi ser latinoamericano. De Nadine Gordimer (1991) reconozco que solamente he leído algunas cosas sueltas; no así del poeta Derek Walcott (1992), cuyo descubrimiento fue una epifanía para mí, lean el poema El amor después del amor y lo sabrán. He leído muy poco de Tony Morrison (1993), de Kenzaburo Oé (1994) y de Seamus Heanney (1995). Me enamoré de Wislawa Szimborska (1996) a la primera línea: “Medio abrazados, sonrientes/ buscaremos la cordura, / aun siendo tan diferentes / cual dos gotas de agua pura”. De Darío Fo (1997), vi su emblemática Muerte de un anarquista. Con José Saramago (1998) tengo una relación de amor y odio, hay novelas que me fascinan y otras que definitivamente no he podido leer (lo mismo me sucede con otros autores). Gunther Grass (1999), por supuesto que leí El tambor de hojalata.
El tercer milenio
A partir de la década de 2000, la difusión de autores se multiplica al infinito, justamente por las veloces ventajas de Internet y a la posibilidad de leer autores en PDF o en EPUB, si en las anteriores décadas conocíamos a la mayoría de los candidatos al Nobel, a partir del nuevo milenio ya no hacíamos apuestas, pues nuestra información y lecturas ya no abarcan la inmensidad de autores que se han universalizado y las librerías bolivianas no traen tantos autores. Así los premiados Gao Xijian (2000), V.S. Naipaul (2001), Imre Kertezz (2002), JM Coetzee (2003), Elfriede Jelinek (2004), Harold Pinter (2005), Orham Pamuk (2006), Doris Lessing (2007) y Jean Marie Le Clezio (2008), eran nombres que solamente había leído en suplementos culturales o cuyos libros había visto en ferias internacionales de otros países, imposibles de encontrar en el nuestro antes del Premio Nobel e incluso después.
La narrativa de pueblo de Herta Muller (2009) me recuerda al mío: “La otra gente dice que mi madre es hija de otro hombre y mi tío es hijo de otro hombre, pero no del mismo otro hombre, sino de otro. Por eso el abuelo de otro niño es abuelo mío, y la gente dice que mi abuelo es el abuelo de otro niño, pero no del mismo otro niño…”; me alegré cuando en 2010 se lo dieron a Mario Vargas Llosa, autor de muchas de mis novelas preferidas. Tengo varios poemarios de Tomás Trastômer (2011), lo leo y siento que debo seguir para entenderlo mejor; de Mo Yan (2012) leí su hermoso discurso de aceptación del Premio Nobel y tengo una novela suya en mi velador, ya llegará la hora de abrirla. El libro de cuentos Las lunas de Júpiter fue lo primero que leí de Alice Munro (2013); de Patrick Modiano (2014) y Svetlana Alexievich (2015) me enteré de sus obras por la prensa, mi ignorancia respecto a sus obras la he ido resolviendo con lecturas en suplementos y revistas. Llegamos al controvertido premio de 2016: Bob Dylan, de quien había escuchado sus hermosas baladas y había leído una que otra letra de sus canciones, me pareció bien la polémica. Me hubiera gustado que también se lo otorgaran a Antonio Tabucchi y si me preguntan sobre algún autor boliviano, les responderé que Franz Tamayo lo merecía sin duda alguna.
Volviendo a Kazuo Ishiguro (2017), no había leído nada de él hasta hace unas semanas. Había aceptado participar en un conversatorio acerca de su obra y me dediqué a buscar alguna de sus novelas para hablar con propiedad de su obra. Visité varias librerías de Santa Cruz de la Sierra y no encontré ninguno de sus libros; entonces, desesperado, recurrí al crimen: fui a los piratas. Me dolió hacerlo, pero no tenía alternativa posible. En uno de los puestos encontré su novela Los restos del día, realmente extraordinaria. Conté los pormenores de mi búsqueda en mi muro del Facebook, aceptando mi culpabilidad de buscar entre los piratas, lo que no confesé es que a la edición pirata que compré le faltan dos hojas, karma, le dicen. Semanas después llegaron algunos de sus libros a una librería cruceña y una buena amiga, Verónica Ágreda, se apiadó de este pecador y me obsequió una versión original.
Sobre Ishiguro es sin duda un magnífico escritor, de una escritura sobria y precisa con imágenes sugerentes y elegantes.
A partir de la década de 2000, la difusión de autores se multiplica al infinito, justamente por las veloces ventajas de Internet y a la posibilidad de leer autores en PDF o en EPUB, si en las anteriores décadas conocíamos a la mayoría de los candidatos al Nobel, a partir del nuevo milenio ya no hacíamos apuestas, pues nuestra información y lecturas ya no abarcan la inmensidad de autores que se han universalizado y las librerías bolivianas no traen tantos autores. Así los premiados Gao Xijian (2000), V.S. Naipaul (2001), Imre Kertezz (2002), JM Coetzee (2003), Elfriede Jelinek (2004), Harold Pinter (2005), Orham Pamuk (2006), Doris Lessing (2007) y Jean Marie Le Clezio (2008), eran nombres que solamente había leído en suplementos culturales o cuyos libros había visto en ferias internacionales de otros países, imposibles de encontrar en el nuestro antes del Premio Nobel e incluso después.
La narrativa de pueblo de Herta Muller (2009) me recuerda al mío: “La otra gente dice que mi madre es hija de otro hombre y mi tío es hijo de otro hombre, pero no del mismo otro hombre, sino de otro. Por eso el abuelo de otro niño es abuelo mío, y la gente dice que mi abuelo es el abuelo de otro niño, pero no del mismo otro niño…”; me alegré cuando en 2010 se lo dieron a Mario Vargas Llosa, autor de muchas de mis novelas preferidas. Tengo varios poemarios de Tomás Trastômer (2011), lo leo y siento que debo seguir para entenderlo mejor; de Mo Yan (2012) leí su hermoso discurso de aceptación del Premio Nobel y tengo una novela suya en mi velador, ya llegará la hora de abrirla. El libro de cuentos Las lunas de Júpiter fue lo primero que leí de Alice Munro (2013); de Patrick Modiano (2014) y Svetlana Alexievich (2015) me enteré de sus obras por la prensa, mi ignorancia respecto a sus obras la he ido resolviendo con lecturas en suplementos y revistas. Llegamos al controvertido premio de 2016: Bob Dylan, de quien había escuchado sus hermosas baladas y había leído una que otra letra de sus canciones, me pareció bien la polémica. Me hubiera gustado que también se lo otorgaran a Antonio Tabucchi y si me preguntan sobre algún autor boliviano, les responderé que Franz Tamayo lo merecía sin duda alguna.
Volviendo a Kazuo Ishiguro (2017), no había leído nada de él hasta hace unas semanas. Había aceptado participar en un conversatorio acerca de su obra y me dediqué a buscar alguna de sus novelas para hablar con propiedad de su obra. Visité varias librerías de Santa Cruz de la Sierra y no encontré ninguno de sus libros; entonces, desesperado, recurrí al crimen: fui a los piratas. Me dolió hacerlo, pero no tenía alternativa posible. En uno de los puestos encontré su novela Los restos del día, realmente extraordinaria. Conté los pormenores de mi búsqueda en mi muro del Facebook, aceptando mi culpabilidad de buscar entre los piratas, lo que no confesé es que a la edición pirata que compré le faltan dos hojas, karma, le dicen. Semanas después llegaron algunos de sus libros a una librería cruceña y una buena amiga, Verónica Ágreda, se apiadó de este pecador y me obsequió una versión original.
Sobre Ishiguro es sin duda un magnífico escritor, de una escritura sobria y precisa con imágenes sugerentes y elegantes.
*Publicado originalmente en Cambio (Bolivia) 4/1/2018
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