Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Quema la lámpara de 100 watts. Pero, al fin, luego de meses de oscuridad, puedo leer en cama, evitando la obsesión sobre Donald Trump y su costilla Evo que son peñascos que impiden la luz.
Isaiah Berlin sobre Vissarion Bielinsky. Inteligencia y pobreza; grandeza y pobreza. La generación del 40 rusa, que todavía pesaba hace unos años. Hoy, con Putin, los oligarcas y la mafia, no sé si continúa. Bielinsky, joven rural, modesto. El valor de la palabra. Más de un siglo de influencia. De él tuvieron que hablar Herzen y Bakunin, Turgueniev y Goncharov.
Sobre la mesa está Demetrio Rudin, de Iván Turgueniev. Leí que su inspiración fue Miguel Bakunin. Parece que fue, o también (en Isaiah Berlin), Bielinsky. Nostalgia por la juventud donde se leía a los rusos, en la que por cielos no volaban pavos reales con cartel de escritores y solo se observaba en la nieve sombras, las isbas de Gogol.
Me duele el costado derecho, la nuca derecha, la cadera, derechas costillas, hombro derecho. Gabriel llama a la una de la mañana que está en el hospital. Sangre, hemorragia, y sin embargo su hogar a esa hora luce tan tranquilo, con los perros olisqueando por debajo de la puerta.
Una muchacha, Paz, dice que mis bigotes son chulos. Me miro. Espejo. Veo a mi padre. Sonríe papá pero no habla. Ha crecido barba al otro lado. Me miro. Soy él. Felizmente.
Pero también soy yo.
Puteo sobre la nieve, maldigo el hielo. Un ciervo observa. Ojos del tamaño de mi puño. Bajo la colina, conduzco y resbalo.
Corto un trozo de queso. Humea el café.
Me dices que ya no te gusta el sexo. No te repugna, no. Gusto, no repugno. Y tengo que recoger el calzón verde con liga negra, derrotado. Si al menos el DVD estuviera bien. El Rudin de Turgueniev en este momento no me satisface. Quería imágenes visuales, no mentales. Deseaba tu cuerpo y lo cierras hecho un candado. Ni con barreta lo abro. Y el metal se convierte en suave ramita para fabricar canastas.
Corto más queso. Humea el café. De Sumatra, anuncia la etiqueta, con figuras de hombres casi negros, o parecen negros. Café para ricos de Estados Unidos, cosechado con manos pobres a las que se arroja centavos.
Te has ido. Dejaste olor a perfume no a sexo. La noche se atonta huérfana entonces, ansiaba otra cosa. A ese olor de sexo los mexicanos le dicen en la prisión “meco”. Noche sin aroma de meco, entonces. Queso y café. Pies fríos y calzón verde de liga negra que se ha suicidado de espanto.
Quería besarte estilo Chagall, con la cabeza doblada hacia atrás. Atrás hay sombra. No peco y meco.
01/18
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Publicado en PUÑO Y LETRA (CORREO DEL SUR/Sucre), y en el blog del autor Le Coq En Fer 05/02/2018
Imagen: Marc Chagall
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