Aldo Alcota
¿Te acuerdas de esa reunión Ximo?¿Y tú Fran? Me
acuerdo mucho, claro, en el barrio Goya de Madrid. Hacía frío y llovía. En el
bar Santa Bárbara. La cita con Ana Curra. La entrevista que debíamos hacerle.
Por supuesto. Estábamos nerviosos. Era mediodía. Así es y la ansiedad jugaba
con nuestra paciencia mientras la esperábamos. Que helado estaba Madrid. Lleno
de movimiento. Madrid es un ir y venir de gente por las calles. Y Ana. Llegó con
ese abrigo de manchas. Eran de leopardo. Y el gorro siberiano, con las mismas
manchas. Su cabello de un negro brillante que casi nos enceguece. Parecía una faraona
egipcia. Sus atezados botines como las noches llenas de lobos. Nos acercamos a
ella. Lo hicimos con timidez. La invitamos a nuestra mesa invadida por libretas,
una taza de café y varias cañas de cerveza. Que venga otra, varias, para los
nervios. Ana pide una. Ya estamos listos. Qué tal todo Ana. Las preguntas sobre
su reciente viaje a México. Cómo es el público azteca. Responde siempre muy
animada y eso nos da tranquilidad y confianza. Es una sacerdotisa de la llamada
Movida. Su mirada felina y mineral se te queda dando vueltas en la cabeza. Su
voz te traspasa la piel, los huesos. Cuéntanos más de la promoción del álbum El
Acto de Parálisis Permanente. ¿Cuándo estuviste en Valencia? En los ochentas.
Nos dice que el público valenciano, junto con el vasco, son los más entregados.
En Valencia, Ana se sube a la barra de un bar y juega a dispararle a la gente
con el dedo índice y del medio, como si la mano fuera un revólver de un film
del lejano oeste. Volvamos a México. ¿Fuiste a ver a la Coatlicue? El Acto.
Rito sexual. Eduardo Benavente está siempre presente. Se aparece cuando las cuerdas
de las guitarras no dejan que Malasaña duerma. Es un vampiro de pulseras con
pinchos y recita unos versos sobre las setas de Mefistófeles. Sigue México y su
latido muy bestia. Todos en el concierto se convertían en chamanes. Ana se
emociona. Los hongos marcianos consiguieron traer una aceitunada ola que
arrastró una libreta. Era de Artaud. Ciclón mexicano en Madrid. Todos los fans
con chaquetas de cuero. Piden un deseo a El Ángel. La foto. La de García Alix.
El cartel de El Acto en México, con los pechos de Ana al aire. Su máscara sadomasoquista
y el cierre en su boca. Gracias Ana por el cartel que nos has prometido. Sabes,
lo tendré en mi habitación. En la pared. En la cabecera de mi cama. Te rezaré
con un mirlo en la boca, sostenido con mis dientes. Gran madre del Escorial. La
Edad de Oro y sus noches de copas, de fumar porros hasta decir basta, bocatas y
conciertos en directo. Sigue Ana. No vivimos esa época. Yo sólo la conocí a
través de las revistas Cimoc y por documentales de televisión. Paloma Chamorro.
Alaska. Almodóvar. El Hortelano. Pérez Villalta. Ouka Leele. Costus. Las
pinceladas de Costus. Pintaban bajo los efectos del chochonismo. Las pinturas
donde aparecen Lola Flores y Tino Casal las tengo guardadas en los cajones de
mi retina. Ayer me acordaba de éstas y eso quería confesarte Ana, mi pasión por
Costus. Tú fuiste modelo de algunos de sus cuadros. Templanza se llamó uno. Era
una aparición de cuerpo completo para la serie El Valle de los Caídos. Tiempos con
Alaska y los Pegamoides. ¿En qué se inspiraba Parálisis Permanente? Está charla
podría seguir todo el día. La lluvia se acrecienta. ¿Y es verdad que con el sida
se acabó la Movida, como cantabas hace años atrás? Háblanos de tu escritura. Porque
escribí estoy vivo. Interrumpe la cita a Lihn. México. Querer México una y mil
veces con el kitsch de Costus. Ana, dices que allí la muerte es como tu colega.
Vaya. Apunta eso. Grábalo. Otra caña. La poesía de El Ángel. Persiguió su
sombra por París. Tú has organizado festivales de poesía. El que se hizo en
Festimad fue dedicado a El Ángel. Afuera del bar Santa Bárbara sonríe un cráneo
de azúcar, mientras apoya su hueso frontal en el cristal de la ventana. Llueve
como si fuera el Apocalipsis. Tú te convertiste en un ángel para El Ángel, antes
de su muerte. Ana queda en silencio.
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la tarde tiene elasticidad gótica
No
para de llover. Vamos en el auto de Ximo. Hace una media hora habíamos dejado a
Ana Curra en su apartamento. Nos regaló el cartel del concierto que dio en
Ciudad de México cuando presentó El Acto, y libros de poesía de El Ángel. Nos
detuvimos un rato en una pizzería. Pensé en Ana y sus clases de piano. En sus
manos donde se concentra toda la fuerza de una fauna subterránea. Al terminar
de comer, seguimos nuestro trayecto hacia Valencia. Llueve demasiado en Madrid,
como si se desprendieran de las nubes grises millones de diminutos cuchillos.
Fran decidió bajarse a unos metros del Museo de Prado, porque tenía que
juntarse con unos primos y se quedaría en la ciudad por varios días. Con Ximo
seguimos rumbo a Valencia. Veo un letrero gigante de aerolíneas Iberia en la
azotea de un edificio. Volemos a México en un avión bestia, similar al de Iron
Maiden.
RECUERDO
LLUVIOSO. Había asistido con mi amigo Javier a una presentación de Carles
Santos en una de las salas de Conde Duque, con motivo del festival de poesía Poetas por kilómetro cuadrado, organizado en Madrid. Después
de ver como el artista castellonense había golpeado el piano con sus puños,
necesitaba una cerveza. No quería que se me pasara esa estremecedora embriaguez,
producida por los impactos de los nudillos sobre las teclas, parecido a un
grito de madera proveniente desde una caverna. Era octubre y corría un
entumecido aire otoñal. Fui al bar, acondicionado para los participantes del
evento y el público. Se escuchaba música electrónica en la sala principal,
destinada a la fiesta de bienvenida. Javier se había perdido por unos minutos y
vuelve después para decirme que la DJ era Ana Curra. Estuve casi dos horas parado
frente a ella. No podía creerlo. Bebí mis botellines en pequeños sorbos. El
ambiente se asemejaba a una misa de heterodoxos, calados por el zumbido de la
mesa de mezclas. Ana parecía volar con los sintetizadores. Una profetisa que ha
sobrevivido a las contrariedades de la realidad. Primera vez que la veía en mi
vida. Tan cerca.
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la noche es un muslo dorado
Soy un fans de Chile. Esperaré para hablarte. García
Alix me dice que me corra un poco para fotografiar bien a Ana. Disculpa. Voces
nocturnas se condensan en las botas negras y largas de Ana. Nacen profanos
sonidos. Ana, necesito hablar contigo sobre una entrevista. Soy, somos una
revista de cultura llamada Canibaal y queremos entrevistarte. Ahora estoy
inmerso en la duda del no sé dónde ir después a beber el último trago, por eso
antes que se vaya, antes que te vayas, dime si podemos entrevistarte, genial,
vale, fenomenal que te guste el nombre de nuestra publicación, sí, Nazario
colaboró en el primer número, te escribiremos un e-mail, la seguimos,
encantado. Los tacos de sus botas rompen la luna. Yo rompo botellines porque se
me caen. Acaso fui Carles Santos y golpeé tanto el piano que ya no puedo
sostener, por el agotamiento y dolor, nada con mis manos. Ella se va con un
grupo de jóvenes góticos. Es su corte nocturna, sus ángeles de las tinieblas,
aquellos que despiertan cuando el día deja su capa de colores en el camerino y
sale a relucir su vestido negro por todo Madrid. Nadie detiene los pasos de la
faraona punk por el asfalto mojado, después de llover casi por horas. Javier se
ha ido borracho a dormir la mona. Yo quiero seguir en pie y disfrutar de las
horas que quedan antes del amanecer.
SALA
REVOLVER. “Y ella, con el pelo de mohicano y pantalones campana que
suscitaron la nostalgia por sus famosas medias de rejilla, sudó el estrellato
con entusiasmo. Ana, El Ángel
(voz, guitarra eléctrica y acústica), César Scappa (guitarra y voz) y Los
Volcánicos (tres guitarras más y un batería) ofrecieron un concierto duro y
tierno”. Josep M.
Moragriega. 25 de junio de 1994. El País.
Ana con sus brillantes ojos, mira con firmeza lo
que está delante de ella. Todo es poseído por su vista. Perlas
electromagnéticas. García Alix sostiene la cámara como si fuera un corazón.
Late de forma rápida. Apasionada. La tensión florece en deseo y en un puñal
hecho lente y zoom. Flash. En el iris de Ana se escribe gran parte de la
historia de un Madrid que parece ya lejano, pero no lo es.
El Acto. Los pechos desnudos dispuestos a
amamantar lo desconocido. Quiero escribir sobre el cartel. El negro de la imagen
se me escapa. Me evade. No se deja atrapar. Brusco como una tempestad. Un caprichoso
gato que no se deja tocar. Como hago para describir de mejor manera esa foto.
Persigo la máscara y su cierre en la boca. Qué adecuado adjetivo puede merecer.
Me vienen mareos. Necesito contar todo lo que sucede en esa instantánea. Trato
de escribir algo. Unas palabras precisas que caigan como llovizna. Ana sentada
en el suelo de la sala principal de Conde Duque y yo sin decir nada. La noche
se abre ante García Alix. El encuadre da vida al nacimiento de un mundo cantado
por Ana.
Aquí estoy. Soy un
discípulo de tu oscuridad. Necesito una letal canción que me disloque. Los
botellines que me bebí están en un rincón de la sala. En fila, los que no se
quebraron, aguardan el último suspiro
antes que apaguen la luz. Se oye el cerrar de las puertas en Conde Duque. Afuera
llueve. Son lágrimas de El Ángel y Eduardo Benavente. Lágrimas de Costus. Madrid
se engulle a sí misma. Muchos resucitarán nuevamente. No quiero irme.
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