Bilbao, Bilbao...

Miguel Sánchez-Ostiz

Esta mañana, en el Café Iruña, me acordaba de mis viajes a Bilbao en los años setenta, ochenta y hasta mediados de los noventa. Casi todos fueron viajes felices: conferencias, lecturas, libros y encuentros con buenos amigos que todavía conservo y con otra gente que lamento de veras haber conocido y tratado. Las cosas se han torcido y retorcido mucho en estos años por razones diversas, la política una de ellas, y el mismo periódico que te jaleaba entonces y en cuyas páginas escribías, hoy te silencia y veta de manera grotesca. Aquellas tertulias del Café Concordia pasaron a mejor vida antes incluso que el propio café... lo del remedo de una nueva Escuela Romana del Pirineo era una sandez y al final, del modelo liberal unamuniano solo quedó la bandería y las trincheras, es decir, la más genuina tradición del país.
Esta tarde, después de presentar en una librería mi libro Chuquiago, llegué al Hotel Carlton a tiempo de escuchar a una escritora decir que le gustaba tanto Bilbao que iba a meter o había metido «un personaje vasco» en una de sus novelas. Cosas que oyes y te hacen desternillarte de la risa. Somos estrafalarios de veras y cuando nos ponen un micrófono delante de la boca no nos resistimos a soltar lo primero que se nos ocurre. También oía al pasar un retazo de conversación: «Oye, a sus treinta y cinco años se ha escrito una novela entera... y él solo», le decía un trabajador a otro que estaban a las puertas de EITB echando un pitillo. Frases, palabras aladas que se quedan colgando, como esta escuchada con desgana: «Bah, un escribidor que escribe de esto y de lo otro», puesta en boca de un jurado del premio Euskadi de literatura para desautorizar la obra de un autor hacia el que tiene inquina manifiesta expresada de manera pública.
Bilbao, Bilbao... en los versos de Brecht o en los de Blaise Cendrars, y sobre todo en los de Blas de Otero.


*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (18/04/2018)

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