Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Fray Mocho, seudónimo de José S. Alvarez, a quien se considera el primer escritor profesional argentino, publicó en 1897 sus memorias de un viaje al Paraná, más precisamente a los rincones del gran río donde se refugiaban los descastados, los criminales, los rebeldes y los tristes. En el páramo, el único gobierno válido es el de uno mismo; no se debe nada a nadie y se recibe lo que se merece.
El ambiente de Un viaje al país de los matreros difiere algo del de José Hernández y su Martín Fierro. No existe en las páginas de Fray Mocho la presencia indígena, considerable todavía a finales de aquel siglo. La zona entrerriana se ha desindigenizado, por así decirlo, y su referente más cercano es el gaucho, y el gaucho en rebelión, lo que lo hermana con el personaje hernandiano. En la región viven la sombra de Artigas y sus orientales, la de Francisco Ramírez y la república de Entre Ríos. Ramírez fue hombre de todas las guerras (estuvo al lado de Lavalleja, Lavalle, Urquiza, y llegó como pocos a viejo). Era analfabeto pero sabía pelear. Además, la geografía de Fray Mocho es la de las exuberantes aguas de la tierra media -y rica- de la Argentina, en oposición a la miseria del desierto y sus tolderías.
El matrero, hombre sin patria, que vive como alimaña escondida en el zarzal, se rige con códigos que a pesar de no ser los tradicionales de la sociedad a la que ha desdeñado, no dejan de tener rasgos de honor. La simpleza de la vida lo hace filósofo al mismo tiempo que lo bestializa, y de tan incongruente reunión sale un ejemplar humano muy peculiar.
El estilo sobrecargado de la prosa no impide una lectura amena y muy interesante. Comparte datos y detalles con toda la literatura gauchesca, pero al ser un relato de viaje, las descripciones de primera mano le prestan una dinámica que no se obtiene en un libro de ficción. La cacería del "peludo" (armadillo) es simplemente deliciosa narración, como lo es la descripción en extremo hogareña de una frugal comida familiar, consistente en menudencias fritas que gracias al pincel del artista se hacen hasta apetitosas.
No dejo de pensar en Horacio Quiroga; a su manera fue otro matrero como los de Fray Mocho. Quizá la última alegría consista en el olvido y que luego de vivir intensamente lo que resta para disfrutar de la memoria es el aislamiento. Hay que observar a las aves, al triste assum preto del nordeste de Brasil, y al caraú del Paraná, que llora su eterno dolor mirando las aguas, vestido de negro.
26/04/03
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Publicado en Opinión, 04/2003, y en Le Coq En Fer, 23/12/2013
Imagen: Fotografía tomada por Eugenio Courret de un gaucho argentino en Lima, Perú, 1868
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