Pablo Cingolani
Fuiste la brisa que reconforta en medio del viento atroz de los combates. Eras ese vientito de ternura que decía, que nos decía: podemos ganar, podemos vencer, podemos tomar el poder, podemos cambiar todo, podemos hacer la revolución y después vemos de qué se trata, compañero
Fuiste la palabra y el rostro de esa revolución feliz, alegre, tumultuosa, bailable –la revolución que no renegaba de sus muertos pero los llevaba al hombro para que sigan bailando, sigan vivos, sigan siendo felices junto a nosotros, y sigan peleando con nosotros, sigan luchando, sigan combatiendo
Vos te diste cuenta, antes que ninguno, que la tristeza podía vencernos, que la solemnidad podía extinguirnos, que el deseo no consumado podía consumirnos, que la revolución, si era revolución, debía ser una fiesta, debía ser una celebración permanente de la vida, de lo mejor que tiene la vida.
Del pan compartido, de la mano sincera, del despojarse de todo para llegar al cielo, de la plenitud de vivir por los demás y sólo y simplemente por eso era revolución y había que hacerla, había que sentirla, había que cumbiarla, había que hacerla pueblo
Porque, vos sabías, sin el pueblo, no hay verdad, no hay felicidad, no hay revolución verdadera
Porque, vos sabías, sin el pueblo, no puede haber verdad, no puede nacer el amor colectivo, no puede existir el liderazgo ni la patria liberada ni nada que se le parezca. Sin el pueblo, no hay nada
Y vos peleaste por eso: porque el pueblo sea todo y todo sea para el pueblo, y así te volviste nuestro mejor compañero, y así te volviste el mejor montonero, allá en Colombia, allá en tu patria, allá en las venas que te sangraban por esa patria, por ese pueblo
Fuiste la palabra esclarecida, la sonrisa perfecta, fuiste el guerrillero más seductor de todos –como el negro Olmedo, como Fernandito Abal Medina, como Javier Heraud: no somos monstruos, señora: somos guerrilleros
Fuiste una luz de virtud y belleza y sabías combatir, también, con tu imagen y con las palabras, cada palabra
Hoy, vos no estás, Jaime Bateman, no está tu cuerpo, no está tu piel colombiana para ponerle el pecho a las balas o a lo que venga; hoy vos no estás, Jaime, te fuiste, como se fueron tantos combatientes, tantos compañeros. Hoy vos no estás y estás, querido Jaime Bateman. Hoy vos no estás y estás. Hoy y siempre estás, Jaime Bateman.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 17 de junio de 2018
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