Miguel Sánchez-Ostiz
Brassaï, «el ojo de París», ineludible fotógrafo de un París desaparecido por completo –fue otra víctima de la SGM como bien dice Peter Galassi, comisario de la exposición– sostenido en las luces y en las sombras espesas de la noche y de la niebla, ciudad desierta la suya y ciudad recodera y escenario de historias que se quedan en el aire, que ya estaban en las páginas de Carco, de Kessel, de Léo Malet, cantante en La Vache Enragee, de Pierre Mac Orlan sobre todo que acuñó el término «fantástico social»: esa salida del Lapin Agile, propia de una tournée des grands-ducs qué poco tiene que ver con El muelle de las brumas. Burdeles de Saint-Denis y fiestas nocturnas de Longchamps. Una fotografía sostenida también en el dudoso encanto (cuando se ve de lejos) de lo turbio, lo marginal, lo socialmente relegado a las trastiendas: maleantes, proxenetas, chaperos, prostitutas de calles desaparecidas, como esa Quincanpoix todavía viva a finales de los sesenta o de los bailes y tugurios de la rue de Lappe, escenario de leyendas populares y temibles: el fantástico social que acuñó Pierre Mac Orlan. Atrapar un ambiente, una atmósfera literaria, un folclor a menudo siniestro. Brassaï retratista de los autores de nuestros veinte años: Henry Miller, Lawrence Durrell, Jacques Prévert –algunos de cuyos libros están ilustrados en cubierta con fotografías de grafitis de BrassaÏ–, León-Paul Fargue, el peatón de París, Michaux, el del halcón de tu debilidad domina… Brassaï y Miller en Grandeur nature, algo más que una mera biografía de un escritor admirado, Brassaï y Morand en París la nuit (ouvert-fermé)…
*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (9/6/2018)
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