Ocho horas

Miguel Sánchez-Ostiz

Ocho horas las que pasó M. Rajoy refugiado o escondido en un restaurante de lujo mientras en el Congreso de los Diputados, sucesivos representantes de la ciudadanía se dirigían a él, como presidente de Gobierno. Un bolsón ocupaba su escaño. La imagen no puede ser más demoledora de lo que ha significado un régimen político, el rajoyato, caracterizado por la mentira –recogida por fin en sentencia judicial–, el desprecio a los ciudadanos, su falta de capacidad de diálogo con sus opositores, la corrupción hecha industria, la represión delirante, el empobrecimiento de una parte de la población en beneficio de otra, la destrucción sistemática del estado del bienestar y de un sistema educativo no solo dirigido a crear mano de obra lo más barata posible... entre otras cosas.

De esa tenida bochornosa de ocho horas, M. Rajoy salió, dicen, «desorientado» y con aire un poco más alelado que de costumbre, pero no mucho más. Para cuando dio por terminada su sobremesa era, esperemos, un cadáver político. Bien está que se haya ido con lo más conspicuo de su tropa, pero lo cierto es que ha costado mucho removerlo de donde estaba. Ni siquiera Bárcenas con sus papeles y maletines ha sido capaz de hacerlo.

Al PSOE ahora le toca una tarea ardua para recuperar una credibilidad perdida en estos años de marrullerías, componendas y pactos con quien no debería haber pactado nunca. Una credibilidad no del todo ganada con el éxito de su moción de censura, la que estuvo en globo hasta el último momento. Veremos si es capaz de dejar atrás lo más rápido posible el entramado institucional creado por el rajoyato –empezando por su «ministerio de propaganda»– y regenerar un sistema democrático tocado del ala para todos, menos para los que de él se han estado beneficiando hasta ahora mismo y para esos inexplicables votantes que han ayudado a sostener a M-Rajoy en su puesto.

Veremos si el PSOE es capaz de desmontar el sistema legal oportunista en que se apoyaba el «régimen» de democracia autoritaria y policial instaurado por M. Rajoy con la inestimable ayuda de un sistema judicial que no estaría mal fuera reformado, empezando por ese tribunal de excepción que es la Audiencia Nacional. No lo tiene fácil. No hay ministerio o alta institución que no esté minado por el gorgojo autoritario del rajoyato y hasta por la corrupción de guante blanco, la del amiguismo y el cotarro de favores debidos. Han hecho lo que les ha dado la gana, con leyes o sin ellas, en su filo dijo aquel angelical ministro del Interior.

En este clima enrarecido ha caído, que no de otra forma se puede expresar, la sentencia del caso de Alsasua. Leer pasajes de esa sentencia acoquina, abochorna, indigna, más incluso que las abrumadoras y desproporcionadas condenas contenidas en el fallo. Lo que subyace en ese texto es ideología pura, más que fundamentos jurídicos aplicados a hechos probados, pero prejuzgados con descaro, de manera política, mediática y de instrucción, se advertía desde que se echó a rodar el primer atestado o desde que se interpuso la denuncia, después de la visita del entonces director del Instituto armado, no antes. Un caso en el que la manipulación del relato de lo sucedido la noche del 14 de octubre de 2016 en Alsasua ha ido dirigido a obtener una condena ejemplar y vengativa en extremo, que en un tribunal ordinario hubiese sido diferente, porque era la Audiencia de Navarra la que debería haber conocido el sumario. La aplicación del Código Penal lo ha sido en el sentido político e ideológico de su reforma. De la acusación particular mejor no hablemos. Ha habido irregularidades procesales y recusación de magistrada actuante, no admitida, claro. Los testimonios que hemos ido conociendo son brutalmente contradictorios, las pruebas periciales lo mismo, por no hablar de las que no se han admitido o tenido en cuenta porque se trataba de otra cosa... No sé qué valores jurídicos, éticos y sociales son los que se protegen con esa sentencia. No lo sé y así lo digo. Lo que sí veo es que la sentencia, con su notable carga ideológica y por tanto política, es una consecuencia lógica del régimen autoritario y policial que inició M. Rajoy en 2011 y del clima represivo creado desde entonces.

*** Artículo publicado en Diario de Noticias, de Navarra, y en el blog del autor, Vivir de buena gana (3-VI-2018)

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