Pablo Cingolani
Un mollar está creciendo cerca a mi casa. La tenacidad de los molles volverá a ser puesta a prueba y no dudo que su insistencia vencerá y tendremos un nuevo mollar, un nuevo y bendecido mollar, en este mundo agreste de Río Abajo.
Es de verse a los pequeños molles: ya se elevan a más de un metro del suelo seco y pedregoso de los barrancos. Hay uno, más crecido, que ya pinta arbolito. Las lluvias aluvionales del verano han hecho su tarea y han fertilizado el abismo: los molles se han multiplicado, como los panes, como los peces, como un milagro.
Ese es el fondo de la verdad vegetal: eso es lo que late. Milagros inesperados, milagros cotidianos, milagros desconocidos.
El nacimiento de un mollar es un milagro que desmiente el efecto de la realidad o el efecto de la falta de realidad donde se inscribe el devenir contemporáneo. Nuestro tiempo está signado por un síndrome de abstinencia de la naturaleza –los hombres han sido forzados a alejarse, a romper el lazo- y eso ha desatado a la maldad del desarraigo. El desarraigo es el lugar donde ya no hay milagros.
Entonces, se impone una cultura donde los molles, el nacimiento de un mollar, carece de cualquier significado: no es, ni siquiera, un dato. Y te juro, por el dios de los montes, han nacido cinco nuevos molles.
Esa disociación demencial con el entorno vuelve invisibles a los molles y, sin embargo, ellos están ahí, ellos resisten la hostilidad, ellos con su insistencia, su vehemencia vegetal, afirman esa identidad, esa lucidez de la flora, ese apego del mundo a su origen, a su mística, a su propia piel, al deseo de ampararnos, a la voluntad de proveernos de motivos para que recuperemos la vastedad de la mirada, la hondura del sentimiento.
“Mejor que pares y mires a tu alrededor/ Aquí viene, aquí viene, aquí viene, aquí viene/ Aquí viene tu decimonoveno ataque de nervios”, ¿te acuerdas de esa canción de los Stones? La escribieron hace cincuenta años y la verdad es que no aprendimos nada.
¿Estamos todavía a tiempo? Sí, sin dudas: hay nuevos molles creciendo, está naciendo un mollar y esto no tiene retorno: echa a volar la poética del cosmos y la tierra danza.
Y aunque el acontecimiento parezca mínimo, está tan colmado de dicha y de lírica que si lo miras bien, si lo sientes profundo, rompe el dique absurdo de la redundancia, de la auto referencia masoquista, de la no-salida, del hastío, de la culpa.
Cinco nuevos molles han nacido y están reforzando la gracia del mundo, el fervor, la pasión, su encanto. Cinco nuevos molles son toda la medicina que necesitamos para curar el dolor y evitar el vigésimo ataque de nervios. Cinco nuevos molles, tan solo eso.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 30 de mayo de 2018
0 Comentarios