La belleza de las heridas


Pablo Cingolani

Nieva en las cumbres mientras te escribo. Llueve y ventea y fría que azota en el valle: hay una manera de ampararse, de compartirlo, de conjurarse. Es escribirlo

Pero dime: si no eres capaz de cortejar a la tormenta y arreciar como la lluvia, ¿de qué madera estás hecho? Si no agasajas al frío y lo acompañas y danzas con él, ¿cómo vencerás a los verdaderos miedos?

La sombra escupe su dolor sobre los cerros, vomita ese dolor, ese dolor insondable, ese dolor incunable y helado, y allí se queda, allí persiste, hasta que los líquenes lo resisten, hasta que las piedras lo penetran y se enteran y se sublevan y así, sucede, cuando sucede, que las sombras ceden, se arrepienten, huyen, se van y se repliegan, se van y, acaso, no vuelven

Esa es la historia: la historia de las sombras que acechan, que arrecian, que acosan y asedian y la historia de lo molecular, de lo mínimo, de lo apenas perceptible: el musgo que adherido a la piedra, va construyendo otra historia

Esa es, simplemente, la belleza de las heridas, la belleza de lo que lucha y no se oxida, la belleza de lo que persiste y no se olvida, la belleza del momento donde todo se aúna, se aúpa, se quiebra y se siembra sobre lo que siempre nos espera: la piel inmaculada de los dioses, los terribles dioses de la resistencia, de lo que resiste a la sombra y acaso muere en el combate, ese combate infinito contra el dolor, la tristeza, el vacío

Sucede, siempre sucede que son los ángeles de la pasión los que secundan y fecundan la fragua, la forja, los que custodian la huella, la arena, las armas

Sucede, siempre sucede que de la más pura hostilidad es donde nacen y alumbran los comandantes de la verdad, esos pastores del silencio que van dictando las certezas que derrotarán a las sombras, al hastío, a la angustia

Tatuajes de cemento y plástico; estrellas negras; territorios sin luz: poética de las muchedumbres abandonadas a su propio exilio, acaso, dime: ¿no es eso peor que la muerte?

Eso es el sistema. Vino siniestro que nos obligan a beber para olvidar al pez de los recuerdos –al Redentor del Desierto-, al charque de viento –llámese Viracocha-, al delirio de la thola, la flora sublevada, la flora vuelta poética, la voracidad, el ardor por la secuencia de la piedra y la caravana de sentimientos que son instinto de siglos, de eras, pasiones de tierra seca, sonrisas de las serpientes, luz de los valientes Kataris, pájaros que ellos olvidaron, cóndores, cordilleras, valor, voluntad, arrojo, entrega: rojo sueño rojo, rojo sueño rojo de libertad, blanco sueño blanco, blanco sueño blanco de dignidad, nunca gris, menos negro porque negra es la muerte y hay que olvidarla. Sólo hay que saber recibirla

Si dudas aún, recuerda, recuerda a la gran Simona, a Simona Manzaneda: la arisca geometría abolida por el vértigo de la inspiración: entre las aguas del río hipnótico y las hélices de las montañas, recuperas el lenguaje de la tormenta y el idioma de la nieve, y así, simplemente así, vas, vienes y vas y siembras estrellas que recuperan a los guerreros de su danza inmóvil y a los héroes de los sueños: no hay duda, ellos te amparan, no hay incertidumbre, ellos te guían, ellos te guiarán siempre hasta que, alumbrada final, luz de faro, vos mismo te reconozcas guerrero y héroe, vos mismo –como Simona- la emprendas hasta Itaca, hasta la gracia, hasta la gloria si hace falta, hasta el lugar donde nos redimamos y todos juntos encontremos la paz, la tranquilidad ausente, el rumor del arroyo, la estética del agua, la sanación de las heridas, los peces que nos hablan, los líquenes capaces de señalar un destino

Y aún así, aún si alcanzamos la victoria, volverás a soñar, y volverás a cantarle a la belleza de las heridas, a la estéril belleza de la desolación y el desamparo, porque el mundo es así: el mundo se está, puede ser cruel, puede ser feliz, pero nunca jamás se detiene. Es el mundo, es la vida: son las heridas las que te prueban que el mundo es mundo y la vida es igual. La vida es vida.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 14 de julio de 2018

La base de este texto está construida sobre la narrativa de un proyecto que trabajamos con Gastón Ugalde hacen más de veinte años atrás + aportes de Kavafis, de T.E. Lawrence, de Nietzsche, de Kusch, de Jaime Sáenz y de Kennedy Toole. Se celebra y se agradece a todos los anotados.

Imagen: Ferdinand Hodler

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