Viejos asuntos / Baúl de Mago


Roberto Burgos Cantor

En un desprendido gesto de solidaridad entre lectores, Augusto Beltrán, envía lecturas escogidas a sus amigos. En veces quedó con la sensación de no agradecerle lo suficiente. Es sabido que empresarios ricos contratan a un lector cuya labor diaria consiste, en leer los periódicos y las revistas y recortarle aquellos textos que son de su interés. No vaya a creerse que aplican su tiempo al precio del dollar o el dow jones. No. Para eso están los agentes en las bolsas del mundo.
Puede entenderse cuánta sanidad mental, cuánto ahorro de empapadas de vulgaridad, cuántas sonrisas se preservan ante el alud de pleitos inanes, inoportunos y de argumentos de aburridos de cantina. Sepultan la temblorosa razón de lectores de periódicos quienes hoy no siempre tienen el refugio de los crucigramas.
Hay excepciones. La prosa chandleriana de Villalba Bustillo cuando desentraña misterios del halcón maltés. La demanda por la gasolina del yate. La nominación a determinado ministerio de la hija de Juan Crisóstomo.
Por lo general los lectores padecen el decaimiento de los discursos religiosos, políticos, cívicos. Los que alimentaban la formación de comunidades, colectivos, formas entonces de incluir, igualar, enseñar.
El reciente tema, recibido de Augusto, se refiere a la pregunta, ¿para que sirven las novelas, o ampliando, la literatura? Una reflexión de Vargas Llosa de abundantes líneas. Allí cuenta, que Borges no se ocupaba de dicha cuestión. Para él era tan sin sentido como inquirir para que sirven los crepúsculos o el canto del ruiseñor. El peruano se alertó cuando supo que muchos de los libros que firmaba, no eran para quien los compraba, sino para la mujer, la nieta, la tía. Al averiguar, le contestaron al autor que no tenían tiempo para leer.
¿En qué se escurre el tiempo?
Es probable que la dificultad surja de la pregunta incorrecta. Servir no es lo propio de las novelas, de la literatura, de las artes. En ninguna de las veinte acepciones de la palabra servir, encontrará el lector una función propia de las novelas, del arte. Si observará, que implica servidumbre. Y resulta que la naturaleza de las novelas es la libertad. ¿A qué puede sujetarse sin estropearla?
Habría que tener el valor de contestar que las novelas, las artes, no sirven para nada. Y que es una maravilla que las mujeres y los hombres produzcan expresiones que se aparten de lo útil.
Quizá, es allí en esa nada, donde el ser humano confía su intimidad, rescata su libertad, y se sacude de tantos intereses y servidumbres abyectas. En definitiva, lo recuerda Compagnon: reunifica la experiencia, restaura la lengua.

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