Homenaje a mi amigo Guillermo Aguirre


Pablo Cingolani

¿Para qué sufrir con las despedidas? –aullaba Cazuza y su guitarrita, sabiendo que el mismo se moriría, condenado y sin remedio por culpa del sida. Siempre sentí lo mismo –los finales son todos inútiles, escribí, hace añares, desgarrado- porque no creo en esa idea triste de la muerte que nos impusieron para cercar nuestro corazón y llorar angustiados por que todo se acaba. Las pelotas.  Cesa la presencia física, el cuero se evade y deja de crujir, deja de existir el abrazo, la mirada, la mano que te brinda un libro o un vaso de agua, pero el resto, y el resto es todo lo demás y es casi todo, queda, queda inalterable y queda para siempre.
Mi amistad con Guillermo Aguirre quedará para siempre. Cada momento, cada encuentro, cada viaje, cada conversación, cada trago, cada alegría, cada toma, cada corten, cada puteada, cada palabra, quedaran para siempre. Quedara para siempre el sol que compartimos, la luna que cortejamos, los arroyos donde nos bañamos, las arenas que caminamos. Quedaran para siempre, para vos, para mí y bien adentro, el silencio más revelador de todos, el silencio de esas montañas, donde conocimos cada verdad que valía la pena que así suceda.
Fuimos y volvimos, Guillermo, fuimos y volvimos siempre sobre nuestras heridas, sobre nuestras lealtades gitanas, anarcas, nacionales, populares, forja de la lucha y de la travesía. Fuimos y volvimos altiplanos y selvas, días y noches sin tregua, sin dolor, sin sed, para llegar, cada vez, al mismo sitio: al fondo de lo que sentíamos que era la vida. Y era la vida, hermano, era la vida.



Querido Guillermo:

Encontré la foto que te envío ―de esos días de vino y rosas por los lados del Amboró― y me decidí a escribirte, recirculando en mis venas el cariño que nos tenemos, la amistad madurada de años y esa convicción de lejos, de adentro y de siempre que dice que justicia es todo lo que necesitamos, inspiración y lucha para encontrarla.

Vos dijiste siempre de mí: “este es mi amigo, el poeta errante”. Reasumo lo dicho y vuelvo a vagabundear la vida, sabiendo nunca a donde llegaré, a donde llegaremos los que ardemos, los que nos inflamamos y sabemos que más allá siempre habrá ese algo que nos está esperando. La justicia, en sus infinitas formas, también se llama belleza o paz o agua fresca o un camino.

La vida, vos sabés ―y lo dijo el poeta guerrillero cobardemente asesinado por los genocidas de mi país―, la vida, dijo, es lo mejor que tenemos. La vida a secas. Para nosotros: la vida dura, a veces extenuante, a veces silenciosa, a veces gloriosa, que hemos elegido. Nadie nos obligó, salvo el amor que le tenemos a los humildes, a los perseguidos, a los humillados. Nadie nos obligó a despeñar montañas, atravesar ríos, quebrar murallas. Siempre supe que los latidos, los brillos, los fulgores de esa vida a los saltos, sin aliento, sin muelles, eran los más breves, los más efímeros, los casi inasibles, pero, porque eran verdaderos y porque son nuestros, son, a la vez, los más felices, los más limpios y los más sinceros. En esa vida de emociones fuertes, de pasiones que arrebatan, de todo menos la tregua, en esa vida, te encuentro.

Y te celebro, como siempre: mi gran hermano de Santa Bárbara, el cuenta cuentos inmortal de los viajes atravesando la patria, “El Guille”, “El Gordo”, el hermano del alma, el de las mil andanzas, las mil noches, las mil rutas, que un día serán polvo y olvido, como casi todo, pero no para nosotros; no para nosotros que las vivimos, las sufrimos, las gozamos. Allí seguiremos estando siempre: en la isla perdida del salar perdido, perdidos en la noche; en la trocha desde ninguna parte hacia ningún lugar y contactando con nuestros hermanos de otras galaxias; en medio de la nada, que como leí por ahí, también es un lugar, y puede que esté lleno de cactus o de botellas.

Te quiero mucho, Guille, y no me olvido.

Nunca me olvido,

Tu amigo

Pablo Cingolani

PD: Este texto lo acabo de encontrar buscando las fotos que lo acompañan. Estaba escrito, según la machine, el 1 de diciembre de 2017. La carta es de antes, cuando Guille vivía. Vale, macho Camacho: lo importante no es ganar, si no resistir. 

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