Sin poesía, no viviríamos. Sin pasión, nos apagaríamos. Sin la exaltación necesaria, sin el ímpetu templado a piedra, el fragor sin mezquinarlo, sin el deseo de no corregirnos, ni adaptarnos, ni aceptar sus reglas, mi hermano, ay de nosotros: nos extinguiríamos
Si es así, ¿Por qué deberíamos reclamarle certezas a la vida? ¿Por qué las seguridades contra el dolor, el espanto, la soledad, el desamor, porque los candados contra nosotros mismos?
Sin misterio, sin secretos que develar, sin enigmas que nos acucien, dime: ¿cómo seguir? ¿Cómo oler la arena? ¿Cómo dejar atrás los muelles?
Sin poder descubrir el encantó y la belleza escondida de otra montaña, la profundidad de otro abismo, la dulce serenidad de la puna que los corona, dime tú pero dímelo ahora: ¿cómo respirar?
Por algo somos humanos, simplemente eso: la certidumbre no es nuestra. Es divina
Ellos tienen derecho a la perfección, a la gloria, a la inmortalidad
Nosotros tenemos el desafío de la felicidad y la rebeldía, a cada momento, día a día.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 31 de octubre de 2018
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