Pablo Cingolani
Y no hay nada que pueda consolarme porque no tengo porque hacerlo: la Dana era insustituible, era prodigiosa, era única: siempre negaré su partida porque no me queda otra
Si me resignase, no seguiré sintiendo su presencia cada vez que me despierto y abro los ojos y la veo, entre la luz y la niebla, pero la veo
Si me rindiese a seguir sintiendo su presencia, esa ausencia se poblaría de monstruos que me comerían, de negaciones que destruyen, de tristezas que soy incapaz de soportar
Y, dime, ¿por qué tengo que hacerlo?
¿Porque tengo que abandonarla en el yermo atroz del olvido?
¿Porque tengo que dejarla de sentir como si aún respirase y estuviese viva?
Si ella era una luz, dime, ¿Por qué debería apagarse?
Ella andará –yo lo sé- por esas montañas celestiales a donde acuden todos los perros de las montañas cuando mueren
Ella andará por esas montañas del cielo que son las mismas montañas donde ella corría y corría en Río Abajo, las montañas aquí, en la Tierra
Ella andará por ahí, domando al tiempo, al tiempo que llaga, al tiempo que hiere, al tiempo que mata
Este poema es contra vos: es contra el tiempo que duele, el tiempo que rompe, el tiempo que distancia
Vete de mí 2018, vete de mí con el poncho negro que envolvió a la Dana
Vete, vete y muérete tú.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 31 de diciembre de 2018
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