De manera rauda, asciendes por los cerros. En una hora de marcha, trepas desde los 3500 metros de altura hasta los 4000, o sea, transitas desde la cabecera de valle hacia la puna propiamente dicha. El tránsito lo ocupan los desgajamientos de la precordillera: una infinita serie de cárcavas abismales, todas fosilizadas, que cargan el ambiente de un acuciante misterio, lo cual impulsa la caminata y la elevación, ya que puedes temer caer entre las simas. Hay demasiados precipicios propicios donde arrojarse.
Llaman los lugareños a las alturas con el nombre de Tiñipata. Pata, en lengua autóctona es precisamente eso: altura, lugar elevado. El origen del vocablo “tiñi” está asociado a la cultura impuesta y es una derivación del acto de teñir, de vegetales asociados con la acción del teñido. Se trata de unos líquenes que precisamente recubren las areniscas fósiles. Atesoran un verde tan frágil que magnetiza y carga de poesía el entorno. Puedes encontrar manchones extensos de estos líquenes tapizando temibles agujas o acariciando rocas negras. El contaste de colores es muy evocador.
Cuando al final de la travesía dejas atrás los abismos, la puna aparece de manera intempestiva y se muestra cargada de esplendor. La panorámica que puedes apreciar desde allí es cautivadora, así llueva o granice o reviente el sol: en dirección sur, la vista atraviesa la totalidad del valle lateral que corona Tiñipata y, a su vez, cortas con la mirada otros dos valles, el principal, en cuyo seno se aloja, hacia el oeste, la ciudad de La Paz y uno más, muy extenso también, que es el valle de Achocalla.
Entre ambos valles, se alzan los cerros de Chullpani y Hujata, bellísimos, de color rojo, rojo oxidándose. Al fondo, se instala a pico la línea perpetua del altiplano, la invencible raya desde donde todos los caminos son imaginables, son posibles, son ciertos. En otra línea visual y casi recta, está estándose Amachuma, en el borde que se derrama (pero no se escurre) hacia Achocalla. La tormenta más colosal de rayos que vi en mi vida se precipitó por esos lados. Deberías haber asistido al tremendo y electrizante espectáculo brindado por Illapa.
La puna está caracterizada por praderas de ichu (paja brava) que doran el paisaje y lo vuelven sensiblemente terapéutico. Aquí y allá puedes encontrar plantíos humanos de papa, papa amarga, papa luki, la más resistente a las heladas. El aire es muy límpido. Hay aves maría o alkamaris que te cuidan y propician el buen camino. Se siente una extraña paz allá arriba. Son rastros de antiguos mundos que aún superviven.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 26 de diciembre de 2018
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