Pablo Cingolani
Hay que volver a las montañas
Hay que volver al seguro santuario donde las viejas verdades perviven, donde las viejas verdades se aferran a las piedras para no morir, donde las viejas verdades cantan si te animas a escucharlas
Hay que volver a los queñuales para sentir cómo se aferran a la tierra y como se elevan para engalanarla y poder deslumbrarnos con algo cierto: la belleza que atesora el árbol, ese estarse allí, con humildad, sin ansiedad: lo verdadero
Hay que volver a las montañas porque hay que volver a lo real, hay que volver a lo auténtico: sólo así recobraremos la fuerza, sólo así podremos reconocerla, sólo así la vida recuperará todos los sentidos que le han ido mutilando, escamoteando, suplantando
“Aún estoy vivo –dice el huayno-, el halcón te hablará de mí/ la estrella de los cielos te hablará de mí/ he de regresar todavía/ todavía he de volver…”.
Hay que volver, hay que volver a las montañas, a recobrar la fuerza y la sangre para alejar la simulación que nos corteja a diario, para despeñar la impostura, para arrojarla lejos y olvidarla. Hay que olvidarlos
Hay que volver a rescatar la fuerza, la energía de los dioses, la conmoción, el calor, el abrazo, la intensidad de los dioses, las verdades antiguas que ellos nos procuraban y que se obstinan y brillan entre las piedras, la nieve, el viento, la tormenta, el abismo: hay que mirar adentro, hay que morar en la convicción de estar vivo, alentar la fe, la lírica, la luz, la música, enterrar la mentira, sepultar lo que es mentira
Hay que volver a las montañas y hay que volver como siempre lo hicieron aquellos que nos precedieron en el mismo camino: hay que volver con mochilas y con entusiasmo y una dosis de mística, una buena dosis de mística, la suficiente dosis de mística para que nuestro corazón pueda templarse, aceptar la necesidad del sacrificio y celebrarlo mansamente y así abrirse con pasión a las revelaciones y a la vida
Ahora es cuando. El tiempo de la espera acabó, murió, ha cesado. No es tiempo de llorar, muru pillpintucha, asegura el canto serrano: no es tiempo de llorar, hermano. El final es estremecedor. Dice así: “La apacheta que elevé en la cumbre/ no se ha derrumbado/ pregúntale por mí”.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 29 de diciembre de 2018
El huayno está incluido en Los ríos profundos de José María Arguedas.
Imagen: Cordillera de Apolobamba (Diario Página Siete)
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