Tres palabras que lo dicen todo. Tres palabras que forjan, condensan y explican un mundo. Tres palabras y una imagen, un dibujo, polisémicas, polifónicas, totales.
De ese todo conmovedor, tal vez lo que más conmueve son los dos perros y son también los nombres de esos dos perros: Amigo y Lautaro.
En esos dos nombres, otra vez, el autor que camina, vuelve a labrar y celebrar otro mundo, un mundo más dentro de su ancho y personalísimo mundo que de tan suyo, de tan vivido, se volvió el mundo de todos nosotros.
Tal vez toda la belleza de Nuestra América, toda la fuerza y la verdad que acuna y late en esa belleza, esté sintetizada en esta sentencia inmortal del también eterno Guamán Poma de Ayala, maestro y guía.
Yo la escuché dicha por primera vez, y nada es casual, una noche en el Cusco, uno de los corazones palpitantes de esa América que es la nuestra.
El lugar no podía ser más decidor y decisivo: allí, otra noche, lo habían tenido prisionero a Túpac Amaru, antes de descuartizarlo.
Por un momento, por la magia desencadenada por el momento, el bueno de Guamán provocó un milagro: que los espíritus de Amaru y de Lautaro se enlazaran y que toda la rebeldía de América fuera luz, luz infinita, iluminándonos.
Camina el autor, y si el autor camina, como la rebeldía, nunca muere, nunca puede morir, vivirá siempre en la memoria basáltica de nuestras montañas, en las alas de las águilas, en los ojos de los pumas.
Amo tu pasión, Guamán, amo tu apasionamiento: es nuestro tesoro. Escribiste con el alma, hermano, y te volviste parte de nuestro ajayu, la parte más limpia, la parte más pura, de nuestro ajayu.
La vida brilla, la vida seguirá brillando.
Los Andes brillan, los Andes seguirán brillando.
Camina, Guamán, camina.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 14 de junio de 2019
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