Solo es el nombre de un cactus. Carolina lo bautizó así. Andaba tan escaso de compañía el cactucito, que se ligó ese nombre. Símbolo de lo tenaz: el cactus. Símbolo de lo bello y lo tenaz: el cactus, sobre todo, éste cactus. Luego, Solo fue creciendo, desarrollándose como cactus. Luego, un tabaquillo se acercó a él. Solo no estaba tan solo, el tabaquillo le hacía sombra y los colibríes acudían a colmarse de néctar.
Cada vez que lo veíamos era lo mismo: ¡mirá, allí está Solo! ¡Hola Solo! Era una presencia inalterada en medio de un cerro que venía siendo devastado por los hijos de mil putas de siempre: los que ponen por delante de la vida, de la flora, la pasión, la intención, la voluntad, el deseo, el amor, la soledad compartida, eso que abruma y arrasa: la plata.
Cuando hablo del cerro, hablo del Mullumarka, la comarca roja, la montaña roja bermejo, una de las montañas que más amo. La conocí cerril y olvidada encima de una quebrada, también cerril y olvidada, de la precordillera andina. Con Carolina y con todos los amigos que acudieron con nosotros, la volvimos un santuario, un lugar perfecto donde comunicarse con la naturaleza y ofrendar a la Madre Tierra.
Luego, empezó la devastación. Una devoración inexplicable del territorio montañés y la esencia del cerro con afanes de supuesta urbanización en medio de la nada urbana. Porque no hay nada que huela a urbano, allí, en medio de esa montaña –Sánchez Ostiz puede dar fe de lo que digo. Sin embargo, allí le metieron máquina y, ferozmente, empezaron a aplanar. Para empezar, demolieron el Sapo, la Waka Jampatu, que atesoraba el Mullumarka. ¡Sacrílegos!
Solo resistía solo y no tan solo, gracias al acompañamiento radiante del tabaquillo y sus flores amarillas, rudo entre los rudos, y Q.E.P.D., porque ya no hay más tabaquillo, ya fue cortado, cercenado, asesinado sin remedio. Ya le tocará al bueno de Solo. Es inevitable.
Sucede que le andan empedrando los accesos a la urbanización fantasma. Sucede que los trabajadores ya han tirado la línea de construcción del empedrado y Solo cae fatalmente dentro de ella. Solo morirá solo.
Desde ya, y que quede claro, la responsabilidad de semejante crimen no es culpa de los trabajadores. Ellos están allí laburando y rascando un mango –de hecho, hoy mismo le regalé coca al Apolinar, el sol hachando y ellos descansando donde podían. La culpa es de la puta empresa inmobiliaria que dice ser la propietaria del cerro –como si las montañas tuvieron otro dueño que no sea el cosmos- y que lo va desoyendo y destruyendo a más no poder. Yo empecé a caminar este cerro cuando la empresa no estaba; sólo había viento, silencio y la paz de las piedras para agasajar tu travesía. “Que se vayan ellos/ que se vayan ellos (…) basta de muerte basta!/ basta de morir, morir… “[1]
Solo morirá solo.
La próxima vez que acuda al santuario –porque eso no se resigna, sube hacia la cima nomás, allí están la Roca Madre y las apachetas- sé que Solo ya no estará, y por esta vez no quiero creer en milagros.
¡Carajo! ¿Cómo me despido de mi/ nuestro cactus?
¡Hola Solo! ¡Chau Solo! ―esto no es un réquiem, ¡Solo vive! ¡Te amamos Solo!
Fuiste parte de nuestra vida, fuiste parte de la alegría, de la parte más dichosa, de nuestras vidas. Yo sé que te vamos a extrañar. Pero cómo aullaba Cazuza, el más valiente, antes de que el mismo parta: ¿para qué llorar con las despedidas?
Solo estará siempre en nuestros corazones y de allí, nunca nadie jamás, lo podrá arrancar de nuestro lado.
Y desde allí, desde lo más íntimo y lo más feliz de nuestras vidas, seguiremos gritando siempre: ¡Hola Solo! ¡Hola querido cactus! (y aunque lo intenté: igual ya te estoy echando de menos, igual ya te estoy llorando)
Pablo Cingolani
Antaqawa, 11 de junio de 2019
Si quieren verlo a Solo, solo, véanlo aquí: https://500px.com/photo/ 186015533/solo-by-carolina- clocchiatti?ctx_page=5&from= user&user_id=15914749. Dime: ¿no era conmovedor? ¿No te enamorarías de él igual que nosotros nos enamoramos?
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