Cuando uno evoca su nombre, cuando uno anota en papeles, en teclados, en vinos o en delirios, su nombre y escribe A-L-E-jota-A-N-D-R-O
Debe saber y debe saberlo desde el principio –honroso- de todos los silencios y, sobre todo, por sobre el final de todas las palabras
Debe saber, además, que ese principio y ese final tienen que ver con eso esencial, eso que no comulga ni con dianas ni con dramas ni mucho menos con dracmas; que en definitiva no tiene que ver casi con ningún otro asunto que no sea lo esencial, o sea, en síntesis y con mesura, con eso que es la condición humana, que es el principio y el final de todas las cosas
Y frente a esas cosas, las cosas del mundo: serenidad –y obviamente, sabrán que esto no lo digo yo: lo dijo alguien que se la pasó pensando y pensando –uy, mi dios, ¡pensando!, diría el poeta que tenemos todos dentro nuestro
y yo, desde aquí, desde las montañas de Antaqawa, siento lo mismo, siento esa misma serenidad del que la piensa y la piensa y siento la misma serenidad cuando anoto Gaugamela, cuando anoto, vuelvo a anotar, febril, febrilmente, Alejandro
Es que la condición humana busca eso: busca un fin último, busca un destino, busca algo mejor: busca un desenlace del destino y que el destino, que ese destino, comulgue con uno, y ese uno comulgue y se anude y se aferre con todos, llámalo pueblo, llámalo comunidad organizada, llámalo la alborada colectiva del destino, llámalo el sendero luminoso hacia el destino, llámalo como putas se te antoje llamarlo, pero, por sobre todas las palabras que la escatiman y todos los silencios forzados que la ocultan, hay una verdad y siente que es así
Hay un horizonte común
Cuando anoto Gaugamela, siento la violencia por parirlo, por encontrarlo, por ese afán tan nuestro, tan de la condición humana, de ir, buscarlo, luchar por ello
Alejandro, por eso lo evoco, por eso te convoco
Danos esa serenidad que sólo procura la fuerza
Danos la fuerza para que podamos compartir, todos juntos, serenidad.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 24 de julio de 2019
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