Piedra de extraño fervor


Vete a saber desde dónde has llegado, cual fue tu cósmica argamasa, cual tu espacio sin tiempo, de que raspada hechura de estrellas te nutriste, dónde te miraste cuando el infinito espejear de todos los horizontes se vaciaba para darte paso y las manos de los cometas te llevaban lejos

Vete a saber si tras esa travesía larga como era la noche, aquella noche, la noche sideral de las galaxias, la noche vagabunda de otras noches, vete a saber si cuando esa noche cesó y los cielos aclararon, sonreías o dormías

Vete a saber si cuando advertiste que no estabas sola, sonreías, dormías o te conmoviste ante unos ojos, iguales que los míos, pero antiguos como la hora nona, viéndote por primera vez y admirándote, como yo te admiro

Vete a saber que sueños de micas y alboradas fuiste acunando, que silencios de extraño sílice crecieron en tus entrañas minerales, que cuarzos te rasgaron, se desprendieron o encendieron tu piel, cuáles fueron las ágatas que solitaria pariste…

Yo sé que en esa soledad has visto todo y de todo…

Viste alzarse con frenesí sin doma una cordillera. Viste crecer las nieves y los hielos que te alegraron. Viste derramarse ventisqueros bailando con vientos colmados de decisión y música. Viste caer lluvias de aguas, de sapos, de serpientes que antes volaban y luego vinieron, con respeto, a cobijarse a tu sombra —como aquel arriero que nunca dijo su nombre, o aquella mujer que lloraba sin consuelo y sin rabia o ese jinete herido, perdido, que se desangraba

Viste todo y de todo, pero dime, dime piedra, ¿qué sentiste cuando los dedos de Dios te deslizaron montaña abajo? ¿Sentiste una vez más el rumor lejano de los planetas, el abrazo de esa dicha arcana, distante y cercana? Y dime, pero dímelo ya: ¿Sabrías, piedra, que al despeñarte te volverías más altiva y más bella?

Salvaje estampa: no hay lugar para la vacilación, núcleo cerril de la huella, guardián de mil propósitos que en la lejanía se escurren de mis manos pero que vos atajas con tus ariscos destellos de amatista, tu dulzor de cuajado ónix

Faro alunado de un mar de oxidantes cobres, un mar inmóvil, el mar geológico donde halagas a las brumas que lamen tus aristas, a la lluvia que las labra, al sol que las engalana, las corteja, las acaricia

Diente aluvional del destino: te clavaste sin dolor en la crujida piel de la ladera que, limpia de todo vértigo, libre de cualquier culpa, se derramó en la quebrada

Centinela de la aspereza, reina del derrumbe, fortaleza de un sueño sanador y recurrente: volver a verte

Dulce es el temblor que te apacigua en atardeceres de aquel esplendor que ya está ausente porque tu majestad ya no se recuerda. Más yo no me olvido, yo no te olvido…

No olvido que cada vez que te vi, me devolviste la fe en la serenidad de estar y en los motivos para errar, errar sin miedo a la errancia

No olvido que me amparaste cuando sentía que toda mi sangre se congelaba y sólo precisaba de ese ardor de titanes, esa pasión colosal, que tú y solo tú atesoras y me brindaste con tus latidos que concentran divinidad, la develan y conceden, alma pura, buscando arreciar quimeras, quiebres, fogosidades, ceremonias que sólo brillan en los huaycos donde la voz divina cruje, estalla, cruje, danza, cruje, se desata

No olvido que, algún día, otra vez, me fascinará tu presencia y me colmará de esa esperanza que sólo la verdad agita

No olvido tu seca luz, pero luz al fin

¿Qué más hallaré cuando vuelva a verte? ¿qué nuevos secretos tendrás para mí?

Frente a toda la miseria presente, irremediable miseria, piedra de extraño fervor: yo confío en ti.


Pablo Cingolani
Desde algún lugar, 5 de mayo de 2020

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