El escritor boliviano rinde homenaje a Fernando Pessoa, el gran escritor portugués que fue muchos poetas al mismo tiempo, del cual Carvalho siente que iluminó su propia vida y obra literaria.
Homero
Carvalho Oliva
El aislamiento me ha tallado a su imagen y semejanza.
Fernando
Pessoa
Durante la cuarentena me di tiempo para dar clases,
donar libros a los vecinos y ordenar mi biblioteca; entre los libros que
encontré en mis incursiones al pequeño depósito de mi hogar estaba uno de
Fernando Pessoa titulado El regreso de los dioses (Editorial
Seix barrial 1986, España). Un libro extraño, pues no contiene los poemas de
los heterónimos conocidos del poeta, se trata de breves ensayos o notas acerca
de la vida, la filosofía, la religión y otros menesteres en los que Pessoa hace
dialogar a sus personalidades. “Fernando Pessoa es el poeta de los heterónimos;
el poeta que se desmultiplica o despersonaliza en la figura de innumerables
heterónimos y semi-heterónimos, dando forma por esta vía a la amplitud y la
complejidad de sus pensamientos, conocimientos y percepciones de la vida y del
mundo, al dar vida a las múltiples voces que comporta dentro de sí, el poeta
puede percibir y expresar las diferentes formas del universo y de las cosas del
hombre”[1].
Según el Diccionario de la Real academia de la lengua española, heterónimo es:
“identidad literaria ficticia, creada por un autor, que le atribuye una
biografía y una personalidad en particular”.
El escritor Santos
Domínguez afirma que:
“La mayor parte de estos escritos están fechados entre 1916 y 1917, años
decisivos en los que Pessoa crearía a los principales poetas heterónimos y al
prosista heterónimo António Mora, teórico del neopaganismo portugués y a quien
se atribuyen los textos de la primera sección del libro, que da título al
volumen. Textos que tratan de la sustancia y la metafísica del paganismo, de su
ética y su estética, de sus implicaciones políticas y sociológicas, y que son,
junto con la segunda parte, La nueva revelación, la mejor introducción a la
obra poética de Alberto Caeiro”.[2]
Fue Ángel
Crespo, uno de los mayores estudiosos de la vida y obra de Pessoa, quien
recopiló, tradujo y editó este libro con material disperso y en el prólogo señala:
“que ni en vida de Pessoa ni después de su muerte El regreso de los dioses había pasado de ser un proyecto,
finalmente abandonado y confuso. La meritoria labor de Ángel Crespo empezó,
pues, como una tarea casi arqueológica de reconstrucción laboriosa y aproximada,
de ordenación coherente de una prosa ensayística y reflexiva en la que Pessoa
emplea la pluma de sus heterónimos para hablar de la obra de sus heterónimos.
Para construir ese modelo autorreflexivo para hacer esa reflexión
fundamentalmente estética, pero también religiosa, moral, política y
sociológica, sobre los poemas de sus principales heterónimos, Alberto Caeiro,
Ricardo Reis, Álvaro de Campos, el Fernando Pessoa ortónimo y heterónimo, y
sobre todo António Mora establecen un diálogo estereofónico, aquello que Pessoa
llamaba drama em gente”.[3] Este libro está considerado el mejor para comprender a
Pessoa. Héctor Porto, escribió en La Voz de Galicia: “El
libro supone una explicación, capital, diríase, sobre la arquitectura poética y
el ideario de Fernando Pessoa”, que sin duda alguna fue de los más eminentes poetas modernistas portugueses.
La
importancia del hallazgo
Recuerdo que adquirí el libro en una librería de viejo
en Madrid, España, en el año 2001, cuando fui invitado a leer mis cuentos en
Casa América junto a otros escritores bolivianos. Al retornar a Bolivia leí
algunos capítulos y lo guardé en algún lado hasta que apareció como un
entrañable hallazgo, su aparición convocó al adolescente que leyó por primera
vez un poemario del poeta portugués, sin saber aún de sus heterónimos y quedó
maravillado con sus poemas; la poesía de Pessoa fue para mí como una epifanía y
le pedí a la Divinidad que si alguna vez escribía poesía me permita escribir
con la profunda sencillez con la que el lisboeta escribía sus versos. Ahora, en
el aislamiento se dio el tiempo propicio para releerlo y asumir la intensa influencia
que el poeta, solitario y tímido, tuvo sobre mi vocación literaria y mi vida
misma. Recordé una cita suya con la que me identifico plenamente: "Tenemos
dos vidas. La verdadera es la que soñamos en la infancia. La que continuamos
soñando adultos en un sustrato de niebla. La falsa es la que vivimos en
convivencia con los demás. La falsa es la práctica y útil. En la otra somos
nosotros. En la otra vivimos”; así es, mi verdadera vida está en la literatura,
la otra es una apariencia, una hermosa apariencia en la que amo y soy amado,
pero la extrañeza de mi existencia real son las palabras que invento todos los
días para sobrevivir, por eso escribo sin mezquinar tiempo al tiempo.
A medida que recorría las páginas, como si fueran
senderos en mi propio interior, recordé que de joven llegué a sentirme muy solo
e incomprendido, una soledad que ni siquiera el libro El lobo estepario de Herman
Hesse me ayudó a superar, hasta que leí lo que el maestro de Lisboa, una ciudad
que no conozco pero que sé que es mía, escribió: “No sé quién soy, qué alma
tengo. Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi
perpetua atención sobre mí perpetuamente me denuncia traiciones del alma a un
carácter que quizás no tenga, ni ella cree que tengo” y otra cita suya me
iluminó: “Me siento tan aislado que puedo palpar la distancia entre mí y mi
presencia”, esa era la medida de mi soledad, no me había dado cuenta hasta ese
deslumbramiento que la soledad nos llega cuando nosotros mismos somos los
ausentes, cuando nos abandonamos a nosotros mismos; así que ahora después de
muchas palabras convocando alegrías y tristezas, he llegado a la conclusión de
que escribo para no abandonarme. Alberto Caeiro, uno de los heterónimos de
Fernando Pessoa escribió: “No tengo ambiciones ni deseos. / Ser poeta no es una
ambición mía. /Es mi manera de estar solo”, aunque a él, en su interior, lo
acompañaban sus amigos poetas y ensayistas, quizá por eso una vez escribí que
soy el escritor que anda conmigo y también el extraño que
anda con el escritor.
En mi temprana juventud, enamorado del amor,
escribí poemas cursis y ridículos y eso me hizo sentir que nunca sería poeta,
hasta que un poema del maestro vino en mi rescate: “Todas las cartas de amor
son ridículas. / No serían cartas de amor si no fueran ridículas. / En mis
tiempos también escribí cartas de amor, / como las demás, ridículas. / Cuando
hay amor, las cartas de amor tienen que ser ridículas. / Y es que, en fin, sólo
las criaturas que no han escrito jamás/ cartas de amor son las que son
ridículas” y entonces nunca más me sentí ridículo porque comprendí que si no lo
era mis cartas y poemas tampoco lo eran y con él repetía sus versos: "Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte.
¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que
te amo?".
“Soy del tamaño de lo que veo”
En mi vida
literaria me he encontrado con gente de toda laya, poetas que hacen de la
poesía un espacio habitual de la sublimación del lenguaje, escritores herederos
de Sherezade que cuentan historias como si se les fuera la vida en ello, así
como también con sujetos que creen que la palabra solamente sirve para dañar a
otros y hubo momentos en los que me subestimé a mí mismo hasta que recordaba lo
dicho por el maestro: “Porque yo soy del tamaño de lo que veo, / y no del
tamaño de mi estatura” y cuando se me atravesaba en el camino uno de esos individuos
que creen que solamente lo de afuera es bueno, es digno de encomio, desde
Portugal venía a mi memoria un río: “El Tajo es más bello que el río que corre
por mi pueblo/ Pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi pueblo/
Porque el Tajo no es el río que corre por mi pueblo./ El Tajo tiene grandes
barcos/ Y navega en él todavía,/ Para aquellos que ven en todo lo que allá no
está,/ La memoria de las naves./ El Tajo desciende de España/Y el Tajo entra en
el mar en Portugal./ Eso todos lo sabemos./ Pero pocos saben cuál es el río de
mi pueblo/ Y hacia dónde va/ Y de dónde viene./ Y por eso, porque pertenece a
menos gente,/ Es más libre y más ancho el río de mi pueblo./ Por el Tajo se va
al Mundo./ Más allá del Tajo está América/ Y la fortuna para los que la
encuentran./ Nadie pensó nunca en lo que hay más allá/ Del río de mi pueblo./
El río de mi pueblo no hace pensar en nada./ Quien está a su orilla sólo está a
su orilla”, y así el río Yacuma, el río de mi pueblo venía a recargar la tinta
de mi plumafuente para escribir porque entendí que para ser universal se debe
ser genuinamente local.
Un escritor lleno de gente
Pessoa, cuyo apellido se puede traducir como
persona, fue un enigma, quizá porque esa palabra en latín significa “máscara de
actor”, ahora me doy cuenta que siempre que lo necesité su palabra vino a mí; así
fue cuando los seres que me habitan se me revelaron con toda su crueldad y la
muerte me perdono la vida, la memoria del caos me trajo sus palabras: “¿Cuántas
máscaras llevamos, y / máscaras bajo las máscaras, sobre / el rostro de nuestra
alma?” En varias oportunidades he afirmado que la poesía ilumina el camino de
la búsqueda interior en la que estoy desde hace años y la poesía de Pessoa ha
sido esa luz, quizá la más constante, la que nunca se apagó.
Respecto a la unidad o la pluralidad del yo,
una mañana desperté dentro de mí y mucha gente me aguardaba y reconocí que hay
días en los que soy un huésped extraño en mi propia memoria y veo recuerdos que
parecen de otros; entonces, otra vez, el autor que estaba habitado por muchas
personas, autores de El Libro del desasosiego
acudió en mi ayuda: “Me siento múltiple. Soy como un cuarto con
innumerables espejos fantásticos que dislocan reflejos falsos, una única
anterior realidad que no está en ninguno y está en todos. Como el panteísta se
siente árbol, y hasta su flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas
ajenas”. Cada uno de nosotros somos muchas personas a lo largo de nuestras
vidas, somos niños, jóvenes, adultos, hijos, padres; somos empleados, jefes,
trabajadores independientes, amantes y esposos; cada día decidimos si vamos a
ser ángeles o demonios. Pessoa fue todos ellos y supo dejar que escriban sus
propias historias. El genio de Borges también lo descubrió: “Seré todos o
nadie. Seré el otro/ Que sin saberlo soy, el que ha mirado/ Ese otro sueño, mi
vigilia. La juzga,/ Resignado y sonriente.”
Mi devoción por Pessoa se incrementó años después
cuando leí a Antonio Tabucchi, con este escritor italiano fui descubriendo
nuevos alumbramientos acerca del poeta de Lisboa, especialmente en libros como Baúl lleno de gente y Sueños de sueños. Los tres últimos días
de Fernando Pessoa, en este libro Tabucchi recrea un imaginario
diálogo del poeta con algunos de sus heterónimos como Álvaro de Campos, Ricardo
Reis, Bernardo Soares o António Mora, repasando algunos episodios de sus vidas
imaginarias. Tabucchi rescató
el mito creado por el mismo poeta y lo hizo literatura.
Cuando estaba en la universidad y quería hacer la
revolución para regalársela a la muchacha que amaba leí estos versos: “No soy
nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en
mí todos los sueños del mundo” y uno de esos sueños era el de llegar a ser
escritor y convertirme en el fantasma de mis propios libros. Y cuando me sentía
derrotado y el abismo me miraba a los ojos, se me presentaba uno de sus
heterónimos para persuadirme: “Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer
de la caída un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de
la búsqueda… un encuentro”, así estimulado por sus palabras salía del pozo y
luchaba por ser mejor porque comprendí que el mundo está quebrado para los que
están quebrados y el mundo está íntegro para los que están íntegros.
Hoy, a mis 63 años, afirmo que “el guardián de los
rebaños”, tenía razón cuando afirmaba que: “Los dioses no
han muerto: lo que ha muerto ha sido nuestra visión de ellos. No se han ido:
hemos dejado de verlos. O hemos cerrado los ojos o una niebla cualquiera se ha
interpuesto entre ellos y nosotros. Continúan existiendo, viven como han
vivido, con la misma divinidad y la misma calma”; a veces, al meditar, imagino
que estoy con Pessoa en un café de Lisboa, rara vez podemos conversar los dos,
porque junto con nosotros nuestras personalidades se sientan a la mesa y
discuten hasta el amanecer, al despertar me doy cuenta que con sus palabras
retornan a mi espíritu las deidades de las palabras, los espíritus del verbo,
las sirenas del verso, el infinito hecho literatura y agradezco a la vida por
tanto amor. En otras ocasiones sueño con él y se me presentan imágenes
surrealistas, como la vez que soñé que caminaba sobre un puente que fluía sobre
un río inmóvil, con él aprendí que tan importante es tener los pies en la
tierra como que nuestras almas tengan raíces en el cielo.
Releyéndolo
constaté que para los escritores la palabra es el hogar que habita el lector, el lenguaje,
para los escritores es el sexto sentido, el sentido que ordena y explica todos
los otros. Y en estas horas aciagas, Pessoa me dio la respuesta: “El aislamiento me ha tallado a su imagen y semejanza”
y como lo dijo el poeta
de los lentes redondos antes de morir: “No sé lo que traerá el mañana…”, sin
embargo, tengo la esperanza de que será algo mejor que ayer. Hoy puedo decir
citándolo que “De todo quedaron tres cosas:/ la certeza de que estaba siempre
comenzando, / la certeza de que había que seguir/ y la certeza de que sería
interrumpido antes de terminar”.
1.
1 Comentarios
¡MARAVILLOSO!
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