Un año irreal


¡Te has fugado!¡Me hago humo!¡Den la alarma!

Ensayo general para la farsa actual, teatro antidisturbios.

Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota: Vencedores vencidos.

 

 El 2020 pasará a la historia -si es que alguien, en el futuro, se preocupará por narrarla- como el año que perdimos contacto, el año que vivimos a la deriva y perdimos contacto con la realidad. Ojalá no sea un punto de no retorno ya que está claro que hay situaciones de las que no se vuelve. Pensemos en las revoluciones armadas del siglo XX: hoy huelen a Philip Dick, a ciencia ficción, a literatura yonqui.

 

La bola empezó a correr de la mano de un menú siniestro: una sopa bien caliente de murciélagos y pangolines. Y la bola, decía la media global enardecida, desde esa usina del terror desatado, venia desde China, desde ese país milenario que, para nosotros los occidentales, sigue siendo un enigma, un misterio. El epicentro del estallido era una ciudad lejana llamada Wuhan. Parecía un relato de Marco Polo. La bomba se llamaba covid-19. Su poder de devastación era incalculable, apocalíptico. ¡Todos vamos a morir!, era la conclusión lógica del mayor aparataje mediático de la historia. Sucedió algo que no habíamos visto jamás: para vivir, había que parar al mundo.

 

Las imágenes que probaban que el fin del mundo era inminente y había empezado se sucedieron: Italia, España, Nueva York. Ese parar al mundo asumió con decisión códigos medievalistas: el confinamiento universal era, acaso, la única posibilidad de sobrevivir. Todos a las madrigueras como ratas de un laboratorio de control total que buscaba probar hasta donde el miedo puede alterar la conciencia y la condición humana. Lo lograron. El mundo se detuvo. Los más optimistas, dijeron que las aguas del mar estaban más limpias y el aire más respirable. Un espejismo para consolarnos.

 

Ahora estamos a punto de entrar a un nuevo año de la cristiandad y, en la línea de flotación, flamean solitarias las vacunas que tienen la misión de paliar los horrores pandémicos. De la dichosa “nueva normalidad” de los discursos de los primeros días de la peste, ya nadie se acuerda: es lo que hay. La normalidad, la que sea, es la continuidad de la irrealidad que experimentamos por otros miedos y por otros medios.

 

Este plan sistemático de desarraigo de la esencia humana empezó hace cuatro décadas.

 

La médula del impiadoso dispositivo lo señaló con crudeza la señora Margaret Thatcher: la economía es el método, vamos por el alma de los seres humanos, queremos cambiarla, dijo. Y el neoliberalismo, la etapa más elusiva del capitalismo, empezó a copar el planeta.

 

Nada pudo oponerse a ello: encontró en los medios tecnológicos de comunicación masiva su arma más sofisticada y penetrante y empezó a atacar a la población mundial en una escala nunca sospechada, inundando al planeta con lo que ahora se llaman “noticias falsas”.

 

Tuvo dos picos de maestría y espectacularidad, más allá de Hollywood: la primera Guerra del Golfo y el Atentado a las Torres Gemelas. Por algo, la ofensiva contra Irak de 1990 la llamaron “La madre de todas las batallas”. Es que lo era. Y empezaron ganando, no a Saddam, sino a toda la humanidad. El nuevo formateo del espíritu que proclamó la Maggie estaba plasmándose. En ese marco horrible de ensayo general, la pandemia vino a ser una especie de culminación estelar momentánea, una cereza de la torta antidisturbios.

 

 ¿Qué nos espera? No sé.

 

Recuerden que, al principio del “fin del mundo mediático” que tuvimos que soportar, los pocos filósofos que quedan, filosofaron, trataron de hacer su trabajo, incluso alguno se animó a escribir que la post pandemia resucitaría al comunismo. Hace rato que no se escucha ningún nuevo vaticinio, menos hablar de esa nueva normalidad clamorosa que, insisto, ya empezó y es lo que hay, con vacuna o sin vacuna, es lo que tenemos en mesa: un sistema autista y robotizado más desigual que nunca en la historia, una “democracia” crucificada por la pobreza, la exclusión y el racismo, un horizonte maltrecho, una biosfera desangrada, una humanidad herida, maltratada, humillada como nunca antes.

 

¿Qué nos espera?

 

De mi parte, quisiera que la (ya añeja) fórmula pasoliniana triunfe: el caos contra el terror. Que la doble fórmula andradiana triunfe también y Wall Street, todo Wall Street, vuele por los aires y, a la vez, que el Manifiesto Antropófago sea pleno, sea vital, sea bandera.[1]

 

El viejo y anhelado sueño. Que la poesía se alce con la victoria es el único remedio definitivo para curar los corazones de tanta (in) competencia agónica, tanto consumismo intrascendente, tanta voracidad sin sentido. No hay solución dentro de esa vorágine, que nadie se haga ilusiones.

 

La poética del mundo -la de Pier Paolo Pasolini, Drummond de Andrade y Osvaldo de Andrade, la mística de la naturaleza de los pueblos originarios,[2] el impulso artístico genuino, los blues de los arrabales y del planeta, África como metáfora y como prioridad, como inexcusable primera tarea[3]- es lo que salvará al mundo. Lo demás son cuentos chinos, son pajas, son seguir ese rumbo insensible donde sobrevivimos, pero nos suicidan de a poco, a cada rato.

 

(…)

 

Ah, me olvidaba. La buena noticia -siempre hay una- es que ganó Biden y será el próximo presidente de la potencia más agresiva y genocida de la historia. Para los bien pensantes y los pelotudos que siempre abundan y pululan, se reproduce el clima de expectativa positiva que rodeó a la victoria de Obama.

 

Sólo un breve, brevísimo, ejercicio de memoria.

 

Cuando el bueno de Barack, junto a Michelle, su mujer maravilla, la promotora del brócoli, asumió la presidencia, prometió acabar con todas las guerras que heredó de su antecesor, el inefable W, el inventor del 11S.

 

No sólo no cumplió, sino que Obama se convirtió en el presidente de EE.UU. que más tiempo estuvo en guerra de toda su historia. Ni un solo día de su cínico mandato, dejó de sangrar y agredir a algún pueblo del mundo, sean los afganos, los iraquíes, los libios, los sirios o todos nosotros.

 

El año 2009, otro hito rampante de la irrealidad creciente y dominante, como premio a sus masacres en cadena, le dieron a Obama el Nobel de la Paz.

 

En sus ocho años de guerrerismo descarado y despiadado, Obama tuvo en su vicepresidente a su fiel ladero y mejor aliado. Era Joe Biden.  

 

#WelcomeToTheJungleAgain #WeLoveWarLords #GodSaveKimJong-un #AguanteElDiego #AgarrateCatalina #Feliz 2021

 

Pablo Cingolani

Laderas de Aruntaya, 24 de diciembre de 2020



[1] Se puede leer el manifiesto, aquí: http://fama2.us.es/earq/pdf/manifiesto.pdf

[2] Esa que recoge Francisco en su inolvidable Querida Amazonía. Que en los tiempos que corren, el Papa sea el líder más esclarecido del planeta, habla muy bien del pontífice, pero muy mal de todos los demás.

[3] Una cosa lleva a la otra al revisar este texto: esto lo entendí leyendo el Libro Verde de Gadafi. No hay arreglo, si, primero, no se arregla África. Obama organizó el derrocamiento y asesinato del líder libio y la señora Clinton lo celebró en vivo. La inmoralidad del poder nunca fue más asqueante, impúdica y evidente.


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