Miguel Sánchez-Ostiz
El año empezó con nieve que cubrió el valle de madrugada y dejó luego momento hermosos. El Pablo Cingolani desde las montañas bolivianas envió en escueto mensaje de ánimo, «vamos che!», acompañado de esa imagen de Villa y su leyenda que sea o no apócrifa, está bien. La de ayer fue una noche rara, ni cohetes, ni petardos, ni disfraces, ni luces en las ventanas. Le puse una vela a mi ñatita, encendí una astilla de palo santo (contra la inbidia) y me acordé de los amigos que están lejos, en Chile –qué tristeza tú carta de ayer, Adolfo, no somos conscientes del drama que se está viviendo en Chile, que vida tan dura la vuestra–, en Bolivia, en Colorado... Monté unas miniaturas de obra de casa en construcción que compré hace unos años en la feria de Alasitas de La Paz, e hice challar por yatiri, para ver si acababa de dejar el bulto de una vez en alguna casa que mereciera ese nombre. El año pasado, en este día del agua nueva, el de Jano, no tenía la menor idea de dónde iba a acabarlo ni cómo. Veremos este año, estará más feo, seguro, porque los trabajos cada vez se hacen más cuesta arriba... «¡Plata y miedo nunca vamos a tener!», decía con entusiasmo mi añorado Ramón Rocha Monroy, cada vez que se tropezaba con un obstáculo, lo que le ha sucedido demasiado a menudo como para tirar una toalla que no ha tirado nunca. Pues eso, ni plata ni miedo, nuevos libros, novela, ensayo, memorias de confinamiento... como para perder el tiempo estamos... ¡estamos listos!
*Texto publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana, 1/1/2021
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