Ensalada de orejas de cerdo y poesía

 Márcia Batista Ramos

“La poesía es el espacio que hay entre dos realidades” 

Anne Carson

Muchas veces, es difícil entender todo lo que pasa. Hay cambios en el mundo a cada momento. No terminamos de asimilar un concepto y surge otro, debido a los descubrimientos científicos que son puestos al conocimiento de todos, de forma inmediata. Otras veces, los tiempos son difíciles y es un poco desconcertante ser feliz, en medio de tantos desaciertos de la humanidad.

Mi abuela decía, que la abuela de su abuela preparaba ensalada de orejas de cerdo, cuando no sabía qué hacer, porque estaba agobiada por algún tema que no lograba asimilar. Entonces, preparar ensalada de orejas de cerdo, era algo que le permitía, ordenar las ideas o vaciar el alma, cuando le dolía la vida, como solía explicar mi abuela.

La poesía, también ayuda a vaciar el alma, a expresar todos los sentimientos secretos, aquello que como personas no logramos decir en nuestras conversaciones corrientes y quisiéramos hacerlo; a través de la poesía logramos expresar lo que no comentamos, por eso García Lorca decía que la “poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”.

Las mujeres, desde tiempos remotos, tuvieron negado su derecho a expresar sus pensamientos y sentimientos. La vida para las mujeres fue oprimida, porque el mandato social basado en el patriarcalismo, mantenía a las mujeres en una situación de desventaja ante los hombres, como ocurre, con las mujeres en nuestro tiempo, en muchos aspectos y con todos frente al capital. Seguramente el mandato social subyugante afectaba a la abuela...

En tiempos difíciles, como los que nos tocaron en el año 2020, la poesía es una ventana abierta que permite respirar, cuando el aire está contaminado por el virus, que “dicen” que el “otro”, expira.

La soledad, es una paradoja en la vida actual, pero siempre fue el contrasentido de la vida, especialmente, de la vida de las mujeres y, en nuestros tiempos, es la incongruencia a que estamos sometidos, pese a los avances tecnológicos que nos mantienen comunicados.

Imagino que no era muy fácil, encontrar orejas de cerdo frescas a cualquier momento, en los tiempos de la abuela, de la abuela de mi abuela. Porque las ciudades eran más reducidas, no existían los supermercados ni los friales... Seguramente ella, caminaba mucho yendo a la casa de cada carnicera a preguntar si habían faenado cerdo y si tenían orejas de cerdo disponibles, para poder comprarlas.

Por todo el yugo a que las mujeres fueron sometidas, a través del tiempo, también puedo pensar en la trascendencia de hacer la ensalada de orejas de cerdo, ya que era una manera de salir a la calle sin permiso de su esposo, en un día cualquiera, para simplemente caminar, ya que ella andaba callada por las calles, como si usara un barbijo, solo hablaba lo que era esencial, mantenía la total distancia social, muy propio de todas las mujeres de su época.

Tal vez, mientras buscaba las orejas de cerdo, el aire en la calle le trasfería palabras nuevas para ella, ya que a ella le gustaban las palabras y no tenía muchos libros ni acceso a ellos. Ella compraba unos dos libros al año, los leía una y otra vez, los sabía de memoria, podía recitarlos y es muy probable que lo hiciera, mientras cumplía con sus labores domésticas en la soledad de su casa, escuchaba su propia voz, así se acompañaba a sí misma. Ya que normalmente ella era callada, serena cuando hablaba, era la que perdonaba, dulce...

De ella las otras abuelas heredaron la sumisión, que les enredó la vida y que nos cuesta tanto abandonar.

Pedro Salinas dijo que “La poesía es encontrar la esencia de la realidad, descubriendo el tiempo y sus interrogantes”. Tal vez, por eso ella salía a caminar por la ciudad en busca de orejas de cerdo, porque era su forma de colocar sus pensamientos en orden y quizás, encontrar la esencia de la realidad y resolver sus interrogantes.

Caminar, en busca de orejas de cerdo, era su forma de transgredir, ser más osada para el vivir exterior, para no dejarse morir; ya que, seguramente, estaba asfixiada, pero no cegada, se sentía aplastada y estaba callada.

Posiblemente, eso le ayudaba a dilucidar sus interrogantes. Le ayudaba a comprender, lo incomprensible, a aceptar lo inaceptable. Ella era mujer y las mujeres no podían decir lo que sentían en los tiempos de la abuela, de la abuela de mi abuela...

La abuela de... llegaba a casa con su canasta de mimbre, retiraba el abrigo negro de salir a la calle en días normales, porque tenía un abrigo para ir a la misa entre semana, otro para ir a la misa de los domingos y uno para fiestas, también un abrigo para ir a entierros. Pues bien, retiraba el abrigo entrando a la casa y cambiaba los zapatos, para luego colocar un mandil, que era una especie de uniforme de ama de casa (decente), que traía puesto, casi todo el tiempo, lo sacaba a la hora de sentarse a la mesa para comer.

Lavaba con agua hirviendo una y otra vez las orejas de cerdo. Primero echaba en una sartén abundante aceite. Reservaba. Lavaba y cortaba las orejas en tiras y cuando el aceite estaba caliente, las freía en la sartén. Salaba con sal gorda. Al tiempo que salaba sus angustias, temores e impaciencias.

Era una manera de encurtir sus sentimientos...

Antonio Machado dijo que la poesía: “Es como la palabra esencial: inquietud, angustia, temor, resignación, esperanza, impaciencia contada con signos del tiempo y revelaciones del ser en la conciencia humana”. Y el poeta, ni siquiera conoció la abuela, de la abuela de mi abuela.

A continuación, la abuela, de la abuela de mi abuela pelaba ajo y lo picaba bien. Lavaba menta, orégano, perejil y cebollino y picaba finamente. Las colocaba en un plato junto al ajo y aliñaba las hierbas con aceite de oliva extra virgen.

 Cuando las orejas de cerdo estaban bien cocidas, las escurría en un papel absorbente.

Los tiempos eran difíciles y era un poco desconcertante ser feliz, en medio de tantos desaciertos de la humanidad. Las mujeres estaban más oprimidas que ahora...Además, se les negaba el estar comunicadas, entre muchas otras cosas que se les negaba...

Por otro lado, la abuela de..., lavaba y picaba chile rojo retirando las semillas. Emplataba, poniendo las tiras de oreja frita y añadía por encima el aliño de hierbas frescas y el chile rojo picado.

Servía a toda su familia... y después de la comida, lavaba los platos, limpiaba el piso y sentaba a la mesa de la cocina silenciosa y solitaria y, escribía una poesía.

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