Márcia Batista Ramos
Siempre que llueve, sin querer, hago una travesía temporal ya que la lluvia logra conectar el presente con mi pasado. Aunque no logro escapar de la fragmentación del presente, porque es la misma fragmentación que me acompaña desde siempre y que dura toda mi vida.Las primeras
lluvias representaban la llegada de la vida misma, se presentaban entre los meses de septiembre y octubre y solo
duraban unos pocos días, posiblemente, incluso una semana, pero eso era justo el
tiempo y la cantidad necesaria de agua que la tierra endurecida y agrietada,
por la estación anterior seca, necesitaba para comenzar a ser arada.
Regularmente, las
lluvias eran ligeras, pero el efecto en la tierra de esas primeras lluvias del
ciclo agrícola, era absolutamente milagroso. Dejaba al suelo nutrido y
humedecido para luego de haberla arado y sembrado, comenzar a surgir los
primeros brotes tiernos que alegraban el paisaje.
Recuerdo que era
tiempo de lluvias tempranas o primeras lluvias cuando les pedí un astrolabio…
No sé a dónde fue a
parar el caleidoscopio que me regalaron cuando les pedí un astrolabio.
Seguramente, como
era de esperar, no me preguntaron para qué yo quería un astrolabio y no se les
ocurrió que me podría gustar la astronomía y que yo sabía a la perfección como
usar un astrolabio.
Sin el astrolabio, todo
el interés que tenía por las matemáticas desapareció, pues ya no calcularía la
altura y posición de las estrellas. Además, por no tener un astrolabio, perdí
la oportunidad de aprender a medir distancias por triangulación.
Para calcular la
hora yo no lo necesitaba, tenía un reloj, pero, para saber la dirección de La
Meca, sí, me hizo falta el astrolabio.
Empero, el
caleidoscopio fue muy importante en mi infancia, las imágenes conspicuas y
brillantes que producía, me permitían soñar con un cosmos irreal, que existía
solo para mi deleite y satisfacción.
Las imágenes
multiplicadas simétricamente, me permitían viajar por mundos mágicos y
coloridos; obviamente silenciosos.
Fue en ese entonces,
que el silencio dominador en su transparencia, se quedó impregnado entre la
niñez incomprendida y el resto de mi vida.
Las lluvias
torrenciales, llegaban diluyendo el
tiempo, después de las lluvias tempranas, más o menos en los meses de noviembre
y diciembre. Esas lluvias no eran un mero elemento del paisaje, no solo bañaban
los campos ya sembrados y le daban vida volviéndolos fértiles, sino que también
llenaba los depósitos de agua para todo el año.
Con su repetición
incesante y monótona alcanzaba a convertirse en metáfora del deterioro, de lo
ineludible y de la insignificancia de la vida humana frente a los elementos
naturales y a su propio destino.
La tierra ya
entregaba sus primeros frutos; el verdor de las hierbas y su diversidad de
aromas inebriaba los sentidos.
Al ocaso yo miraba el horizonte manchado de
grises y sangre y, pensaba: ¿cuál será la dirección correcta de La Meca?
Pero en las noches,
mirando al cielo, pensaba que me gustaría saber la distancia de las estrellas…
Las lluvias tardías
o las últimas lluvias, eran las lluvias de marzo, que cerraban la estación
lluviosa y servían para completar la maduración de los granos como el trigo y
la cebada, entre otros. Estas lluvias eran leves y se alternaban con días de
sol. Llegaban para llevar el verano y dar paso al otoño que teñía el verde de
naranja y rojo, en una escala cromática de inigualable belleza.
El cambio en el color del bosque anunciaba los
meses sin lluvias, la siega y trilla; también, anunciaba, ahora lo sé, que la
vida empezaba a deshojarse y que venía inconfundible, por su insobornable
variedad a llevarlos de mi vida, a cambiarme de paisaje; a dejar la infancia
silenciosa y mustia en un espacio indefinido como una especie de paraíso
perdido en una lejanía tan remota que, aun hoy, cuando cavilo, me siento
desolado.
No sé a dónde fue a
parar el caleidoscopio
y la vida;
ni las estaciones
bien marcadas por las lluvias
y por la falta de lluvias…
Ahora, cuando
muchas cosas cambiaron, pero, en cierta manera, todo sigue igual, solo queda
una segregación amorfa y caótica de imágenes coloridas gracias al
caleidoscopio, creo.
Un hoyo enorme aquí
adentro, en el pecho, se amplía con la lluvia que logra conectar el presente
con mi pasado.
Esta extenuación
que provoca mi desconcierto perpetuo e impenetrable es lo que hace desear una
ordenación y una coherencia en mis días, aunque sean artificiales, parciales y
completamente inadmisibles.
Por eso, sería
bueno, poseer, por lo menos, un triste astrolabio… para buscar las estrellas,
poder localizar los astros, observar su movimiento y poder medir distancias por
triangulación… Aunque La Meca, para mí, ya no importa.
1 Comentarios
Hermoso, saludos desde Honduras 🇭🇳
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