Frutos de febrero


Matamos tristeza escribiendo. Ayer cosechamos membrillos, sobre este generoso fruto mucho se escribió, las abuelas de antes iban con la luna llena a cosechar sus frutos, delicadamente, uno a uno, depositándolo en una canasta llena de paja, así no se lastimaban. Luego, cuando estarían bien secos y maduros, los colocaban en los cajones, entre sabanas y ropa interior, perfume de frescura, de pasión femenina y mucha ternura. La antigua madera de estos cajones rejuvenecía, algunas noches en invierno se acordaría de otros tiempos, las fundas de las almohadas, con recamado el nombre de la esposa, ofrecían nuevos sueños.

Los higos, negros y blancos, siempre bíblicos, ramas traicioneras, ramas débiles, bajo este árbol es bello sentarse con el solleone, y tomar vino, contar chistes, inventarnos historias, acariciar la joven amada. El higo es sombra impenetrable, árbol del fruto perfecto, dos veces al año se acuerda del hambre del hombre, las brevas de julio que anticipan las hojas, y su paulatino madurar en el árbol, se come su rica piel; su nobleza es no tener miedo al viento, a los ladrones y en la vejez. Fue pan de los pobres y símbolo de fertilidad, con la vid y el olivo.

De la guayaba resiste el olor de la conversación entre Plinio Apuleyo Mendoza con su viejo amigo Gabriel García Márquez. Penetrante su perfume, frondosa la planta, con sus hojas los guaraníes siguen curándose de muchas enfermedades, más hoy en el Chaco las utilizan para prevenir la peste que estamos sufriendo. Es la mermelada mas rica en familia, no hay pastafrola sin dulce de guayaba, moliendo hasta el hueso las durísimas semillas, seguir respirando esta fragancia que Fogg y Passepartout no conocieron, seguir mirando aquel psicodélico color que contrasta el amarillo intenso de su piel. Fruto pop, sabor afrodisiaco.

El parral de la casa es aquel que trajo Charles De Gaulle, una vid francesa que cruzó el océano y de la cual no conocemos la variedad. Raquel hizo vino algunas veces, embriagador, por cierto, antioxidante también. Los años corroen más que el vino. El racimo de uva es la naturaleza muerta de la metafísica, ebriedad que espera, cantos, bailes, rimas y revoluciones, amores libertinos e ideas puritanas. Niños envueltos entre sus hojas.

Las pocas granadas de este año deben ser por la mucha lluvia en así poco tiempo, el árbol no goza del peso del fruto, está tardando en enrojecer el fuerte cascarón que protege los entrampados frutos, rojos, gelatinosos de un jugo amistoso. El licor es demasiado dulce, melífero o demasiado amargo, depende de cuanto endocarpio entró en él. Afrodita plantó el primer árbol de granada para la belleza y el amor. Las ultimas granadas anuncian el otoño del calendario, son más fuertes, preparándonos al invierno. Recuerdo de niño cuando nos manchábamos todos intentando extraer sus afanosos dientes, siempre me gustó el color, la textura, el sabor de un fruto, su historia.

Al fondo de la casa hay un nopal, un árbol de tuna, según mi suegro lo trajeron de Sicilia, árbol único que hizo el viaje al revés de Colón. Sus frutos son enormes, el compost de la casa es su primer destino, recibe minerales y cariño, todo lo nutritivo que descompone y recompone la tierra, el humus que da vida…la mirada del águila y de la serpiente náhuatl, fico d’india en Italia…hojas que podrían ganarle al hambre mientras los gourmets de todo el mundo andan diseñando recetas minimalistas, con quinua real, con las trufas de Alba, como ceviche…

Es cierto, enero poco, febrero loco, por todo y para todos, sus frutos preparan la otra estación, manzanas camuesas, nueces del nogal, las primeras aceitunas que cambian de color, cosechar la memoria de todas nuestras historias, de toda nuestra Historia.

Maurizio Bagatin, 21 de febrero 2021

Imagen: Fra Angelico, Virgen de la granada, 1426 (c.)

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