La historia de los restos del Che Guevara y un dilema moral y ético


Homero Carvalho Oliva

Año del señor de 1997, yo era responsable de la oficina del periódico nacional El Diario en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y había hecho amistad con Jorge Gonzáles, director del Instituto de Medicina Legal de Cuba y representante de los familiares de los guerrilleros muertos durante la Guerrilla del Che Guevara en Bolivia; Jorge dirigía la misión cubana que vino a mi país a encontrar los restos del Che Guevara y sus compañeros de lucha.

El equipo seguía las pistas que el general retirado Mario Vargas Salinas, testigo del asesinato, había brindado el 21 de noviembre de 1995 respecto al lugar dónde habían sepultado el Che, uno de los secretos mejor guardados por las Fuerza Armadas bolivianas hasta ese momento. Vargas Salinas declaró que los restos se encontraban bajo la pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto de Vallegrande y Gonzalo Sánchez de Lozada, presidente de Bolivia a la sazón, autorizó la búsqueda años después.

La amistad con Jorge se había incrementado en interminables charlas acerca de muchos temas, literarios, político y sociales, en esa época yo aún simpatizaba con la Revolución Cubana. Un sábado, 28 de junio de 1997, Jorge me llamó de Samaipata, me pidió que lo esperara porque quería que le hiciera un gran favor. Lo esperé en la oficina del periódico, llegó cerca de la medianoche, noté que Jorge estaba emocionado, “tengo que revelarte algo”, me dijo y dentro mío se encendió una alarma: “lo encontramos, encontramos al comandante”, musitó mirándome de frente, luego me confesó algunos detalles del hallazgo. Me levanté, asombrado, y lo abracé, le pregunté que necesitaba de mí, me dijo que su computadora se había colgado, “necesito que me prestes una, ahora mismo, porque tengo que informar al Comandante Fidel, para que él decida qué hacer”. Lo miré desde el fondo de mis ilusiones y le dije que por supuesto que sí. Lo invité a sentarse frente a la computadora y lo dejé trabajar. En unos minutos concluyó y me dijo que se iba a descansar, que había sido un día muy agitado y de muchas emociones, “estoy agotado”, dijo y se despidió.

Jorge salió de mi oficina y yo me quedé pensando en que tenía en mis manos la noticia más importante del año. Sin embargo, mi “Pepe Grillo” me hizo saber que no era correcto traicionar la confianza de un amigo. Durante unos minutos estuve frente al dilema de informar a La Paz para que paralicen las prensas y cambien los titulares o hacer honor a la amistad, un dilema ético y moral. Opté por lo segundo, porque al Che lo habían traicionado mucha gente, incluso los suyos y decidí ser fiel a los sueños de mi juventud. Lo hice también porque esa noche tuve conciencia de que la amistad es necesaria para sobrevivir como seres humanos.

Pasaron los días y, luego de que los forenses reconfirmaron que los restos eran del Che y sus compañeros, en julio de 1997, Fidel Castro informó al mundo del gran hallazgo y de los homenajes que se harían. A veces, algunos amigos reprochan mi decisión, yo sé que hice lo correcto.

_____

*Texto extraído del Facebook del autor. 15/3/2021

Publicar un comentario

0 Comentarios