Mirar sin ver

Márcia Batista Ramos


En el mirar sin ver, está la base de la abstracción que carcome los nervios y que llamamos stress.

Me contacto contigo, mientras escribo, con la sensación de que escuchas mi voz.

Y no nos conocimos.

Y tú no sabías que escribo para ti.

 Yo no sabía que tú me leerías.  Que escucharías mi voz al leerme. Que, después, recordarías mis palabras. Que, de alguna manera, después, yo me quedaría en tu memoria. De alguna manera, haría parte de ti para siempre, cuando se extinguiera tu cuerpo y yo me quedara en tu mente al unísono con el universo, mis palabras que fueron leídas por ti, te acompañarían en la eternidad. En el infinito.

Yo no sabía.

Gracias, por haberme explicado.

Te contactas conmigo, mientras me lees escuchando mi voz, que te buscó en el espacio, en un viaje energético, que resistirá al tiempo y a nuestros cuerpos y a nuestra era, porque está registrado de forma escrita y de forma akáshica, en los anaqueles del tiempo, también llamados: anaqueles de la memoria colectiva, anaqueles del universo.

Sé que te miras al espejo a menudo. ¿Pero, te viste en el espejo últimamente?

Vivimos en la misma ciudad, nos abastecemos en el mismo mercado y paseamos por los cafés más elegantes de la ciudad, que son los mismos… Vamos a esos locales, para que nos vean, para no sentirnos tan anodinos en un mundo, miserablemente, diseñado en padrones de importancia: tener, demostrar que se tiene, darse importancia… Todos nos miramos y no nos vemos.

 En vano vamos a esos lugares.

Pasamos, lado a lado y en la memoria no hay ni la sombra de ese momento.

Tantos lugares comunes y, sin embargo, no nos conocemos.

 Nos miramos por ahí y nunca nos vimos.

No existes para mí.

No existo para ti.

Todo fue siempre así:

El filósofo Baruch de Spinoza solo conoció a Rembrandt después de su muerte, porque el doctor Joannis Van Loon fue médico, amigo y admirador de Rembrandt y lo acompañó durante los últimos momentos antes de su muerte, además, pagó el funeral del pintor; el médico le contó a Baruch, muchos detalles de la vida, circunstancias y expiración de Rembrandt; con tanto detalle, que el filósofo, se quedó con la certeza de haber conocido a Rembrandt, íntimamente.

(De cierta forma, pasa lo mismo conmigo y Alejandra que sabe cuándo estoy en la calle y me repite, insistentemente, que estoy en la calle…)

El doctor Joannis Van Loon, absorbió todo el desconsuelo de Rembrandt quién, por un cúmulo de circunstancias adversas, murió en la peor de las miserias, en total pobreza, sin pertenecías, sin su colección de arte. Paupérrimo…

 Empero, la triste situación que rodeó la muerte de Rembrandt, más que la pobreza económica, fue la injusticia sufrida por el genio, que llevó a su único amigo Joannis Van Loon, a hacerse una serie de cuestionamientos sobre la falta de misericordia en el género humano y lo desagradecidas que son las personas, aquellas que en determinado momento reciben alguna clase de ayuda y que cuando se las necesita retribuyen con maldad, envidia e indiferencia, mostrando lo miserables y mediocres que son.

Estas ideas sobre la pequeñez del género humano, sobre la ingratitud, codicia humana, mezquindad y tacañería, sumadas a la muerte del amigo sumido en la pobreza, enfermó (en el alma) al doctor Joannis Van Loon. Quién, reflejó en su propio cuerpo la situación espiritual por la cual transitaba.

No es fácil, asimilar la conducta humana basada en el despecho, especialmente, de aquellas personas que en determinado momento recibieron alguna clase de ayuda de uno...

Cuando miramos al detalle el mundo que nos rodea, pareciera que colocamos los ojos en el lugar equivocado, al ver la poquedad del otro, que te sonreía y te decía amigo, después, arratonado por sus propios sentimientos, te apuñala por la espalda.

Al observar ésas actitudes, sumadas a otras, igualmente, bajas, uno se queda desconcertado y se pregunta. ¿Qué pesadilla es ésta?

A lo mejor, no te olvides de tus audífonos, porque el ruido de la calle se mezcla con la maledicencia de la gente vil. Hay que evitar la sordidez humana, sea cual fuere el canal.

Debido a las circunstancias, el doctor Van Loon fue a reposar a casa de otro amigo, Christiaan Huygens, el famoso científico que inventó el reloj de péndulo. Allí se encontró con el filósofo Baruch Spinoza, también amigo de Christiaan, con quien tuvo la oportunidad de conversar.

Baruch Spinoza, era conocedor de la obra de Rembrandt, porque tuvo la suerte de ver sus más bellas pinturas en las colecciones privadas de muchos de sus amigos, a los cuales visitaba.

Tal vez, cruzó una mirada con Rembrandt en alguna esquina, o le cedió el paso en alguna puerta donde se cruzaron por, simple ironía del destino y se miraron, pero no se vieron…  Como suele suceder.

Así es: Baruc y Rembrandt, seguramente se miraron, pero no se vieron, tampoco fueron presentados, pese a que habitaron la misma ciudad, en la misma época y tuvieron amigos que eran amigos de sus amigos…

Baruc Spinoza, se interesó por las circunstancias del deceso de Rembrandt, le pidió al doctor Van Loon que le relatara la triste historia de la muerte del pintor. Y así, durante unos cuatro días consecutivos, Van Loon narró con todo detalle, lo que ocurrió durante los últimos días de vida de Rembrandt.

Tal vez, fue de gran impacto para Spinoza, enterarse de la gente mezquina y tan poca cosa, que, en algún momento, obtuvo algún provecho del genio y después lo dañó o trató de aislarlo, sin pena ni gloria, de la manera más burda, propia de cierta parte del género humano, que se mimetiza en los espacios donde, por algún motivo, son común a ciertos grupos.

Posiblemente, de esta conversación, surgió la inspiración en Spinoza para hacer un análisis detallado de toda la gama de sentimientos humanos… Y escribir sobre el hombre ético.

 No sé, si fue así, apenas medito.

Muchas veces, encontrarás el éxito en lugares lejanos, donde las personas tienen la mente más abierta que aquellos que habitan cerca de tuyo; la gente de otros paralelos, tal vez no tema a la competencia, porque, sencillamente, ya comprendieron que no existe la competencia.

Ten cuidado cuando salgas a la calle, el mundo no es un sueño, casi bordea la pesadilla. Depende de ti, mantenerte atento, a pesar de los audífonos.

Baruch de Spinoza dijo al médico enfermo que debería “Escribir para sanar” y el médico, en su postrimería dejo escrito que la escritura fue su curación.

“Un rostro frente a tus ojos que lo miran y por favor: que no haya mirar sin ver.”[i] Me dijo, Alejandra  y ahora me miras, mientras lees lo que te escribí, sin saber que lo leerías…

Sé que me ves.

Sabes que te veo, mientras me lees.

Porque somos uno en el tiempo.

En la vida agitada, casi sin sentido, está la base de la abstracción que carcome los nervios y que llamamos stress.

(¿por qué Alejandra, no me dijo que hay el mirar sin ver?)

 

 



[i]  ALEJANDRA PIZARNIK: Poesía Completa (1955-1972);

https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/11/poesia_completa.pdf

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