La campana de la queda

Miguel Sánchez-Ostiz

A mediados de los años ochenta (DPS), trabajé, a causa de un encargo, en la obra del escritor navarro Ángel María Pascual. Huroneando en la hemeroteca municipal di con unas colaboraciones de prensa muy literarias, basadas en las actas del Ayuntamiento de Pamplona de los siglos XVII y XVIII. En una de ellas, Pascual hablaba de «la queda» ciudadana, es decir de las horas del silencio nocturno, y de unos ministros que recorrían las calles tocando la campana de las Ánimas. Yo confundí las dos cosas y hablé muchas veces de «la campana de la queda», que llamaba al silencio y al recogimiento. De esa historia de comienzos del siglo XVIII, al tiempo de la Guerra de Sucesión, escribía Pascual, en 1937, en plena Guerra Civil, desde las páginas del periódico falangista Arriba España. En mi prólogo creo que no dije nada de la indecente manera en que fue confiscado, fusil en mano, el periódico La Voz de Navarra y asaltados los locales de los nacionalistas vascos que ocuparon los falanges. ¿Por qué? Porque estábamos a otras, bibliófilos, enteraditos, estetas, liberales, oh… Nos pirraban los esteticismos y no nos dábamos cuenta de que estábamos enterrando la memoria de un tiempo criminal, colaborando con la desmemoria generalizada que beneficiaba a los autores de los crímenes. ¿Lo consideramos algo pasado y mera materia literaria lo sucedido entonces, con su armazón de crímenes impunes en una retaguardia en la que no hubo frente de guerra? Ni eso. No nos lo planteábamos. Los estetas de la Falange, oh, ah, convertidos en malditos y en raritos… Menuda prosa, sí, para encubrir el crimen. No lo dijimos. Lo hicimos más tarde, tarde a secas, me temo. No tiene remedio, todo eso se hunde en un tiempo sin tiempo: los ochenta, años de ficciones y espejismos, y mucho tiempo perdido. A este estúpido espejismo mío (y de otros) le dedico algunas páginas en Moriremos nosotros también. No voy a insistir en el mea culpa porque no sirve para nada.

A lo que en realidad iba: a nosotros nos han tocado la campana no de las Ánimas, sino de la Queda a golpe de BOE y de BON, y de multas, sí, pero solo por el lado oficial, por el lado privado ha cundido una evidente remisión del trato que, de ser forzado, ha dado en que estamos poco menos que desaparecidos. Nos hemos tocado la campana de la queda a nosotros mismos ¿Huraños? El inventario de los sacos de humo que arrastramos acoquina ¿Esquivos? Ni tanto. Recogidos. Y en muchos casos, tras haber hecho balance de lo que merece la pena y lo que ni siquiera es de niebla, sino de humo. Las amistades y relaciones que permanecen se ven más valiosas.

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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (28/3/2021)

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