No es cuando, bro: es cómo…


 A Juvenal Mercado Vilca, mi pata

 

“Por aquí”, como me dijo hace añares desde su San Fabián de Alico mi amigo Jorge Muzam, “ya es bastante invierno”, desde aquí, desde este ya casi invierno, mejor: desde esta luz de (casi) invierno, bienhechora, que brinda a la montaña una textura imposible de describir, una tersura que sólo es posible recorrer con los ojos y de los ojos al alma, escribo, sin un sentido aparente, que no es lo mismo, pero es igual, todas estas palabras que siguen a continuación:

 

1. LA ELECCIÓN DE PACO

 

Hay un poema de Paco Urondo que empieza así:

 

Sirve y me inclinoante tu palabra, luz de mi pensamiento./ Abrirán las puertas, dejarán entender: los artistas,los intelectuales, siempre hansacudido el polvo de la realidad; descubrieroncaminos, emancipacionesque no siempre lograron recorrer: eraprematuro en algunos casos, en otros fue distinto– convengamos–, otras palabras son, bajarla corredera de la mira, buscar con el guión/
y dar justamente sobre algo que puedemoverse; un bulto,un meneo a menos de cien metrosde tu corazón vulnerable, también enemigo.

 

El país de Paco, la Argentina, aunque esos días –principios de los 70s- valía decir toda América Latina, se incendiaba, estallaba porque el sistema ya era evidente que no contenía, que no daba respuestas, no podía darlas: no había Alianza por el Progreso posible. De ahí que el que escribe se planteaba, desde su corazón de amante, el dilema: o ser poeta o ser guerrero. Cualquier semejanza con la realidad actual, es puro y duro desencanto, mejor digo: coincidencia.

 

El poema sigue y cuenta de esa realidad lacerante de una forma inolvidable, terrible, magistral. Dice:

 

La suerte ha dejado aquí de andarfallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, lasflagrancias: esa manoallí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron/en evidencia y el amorno aparecía por ninguna parte./ Recompuestos/ de la sorpresa, / rendidos ante los hechos,/ nadie
pudo negar que en este país, en estecontinente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.

 

La ausencia de destino es nuestra necedad crónica de no asumirlo.

 

Un continente que parió un Simón Rodríguez, nuestro maestro, el de Bolívar y maestro universal, aquel que señaló primero eso del “hombre nuevo”; un continente que parió un Francisco Ramírez, pariente de virreyes, caudillo de un pueblo en armas contra esas mismas autoridades coloniales, pero que se hizo matar por amor, por amor a la Delfina –si una historia signa el derrotero sensible de Nuestra América es la historia de “don Pancho”, el título que le otorgaron sus paisanos, los entrerrianos- o el continente que parió una Evita que también murió de amor, de amor por su pueblo, por los trabajadores que, para ella, eran su patria, decime vos: ¿Por qué seguimos mortificados, desolados, avanzando y luego retrocediendo en vez de andar caminando todos juntos amparados en esa huella tan ancha y que no debería sernos ajena?

 

Anoté, tan solo, tres ejemplos de una historia tan bella, la nuestra, una historia que multiplica su feracidad desde cada montaña y cada selva, y que resuelve el dilema de Paco que el mismo lo resolvió cuando se volvió montonero: aquí la única verdad es la realidad y el que ama, el que ama esta realidad nuestra, frente a las amputaciones y las injusticias, asume siempre esa triple condición: la de amante, la de guerrero y la de poeta.

 

Es nuestro sino, y proyecta un destino afectivo para la resolución efectiva de nuestros dolores.[1]

 

Urondo culmina así su poema[2]:

 

Aquí estoy perdiendo amigos, buscandoviejos compañeros de armas, ganándome tardíamentela vida, queriendo respirartrozos de esperanzas, / bocanadas de aliento; salirvolando para no hacer agua, paraver toda la tierra y caer en sus brazos.

 

Es un autorretrato feroz, pero con final feliz.[3] Urondo tuvo que elegir, entre la clase o la lucha, el desarraigo o la guerra: se ganó la gloria, una gloria bien merecida por combatiente y por no haber traicionado el mandato de su corazón que era el mandato de esa América irredenta, esa América por la cual valía la pena, de tanto amarla, de tanto luchar por ella, de tanto escribirle poemas, morir por ella.

 

2. LA REVOLUCIÓN

 

Santucho persuadía, convencía. Pero no convencía porque era el que más sabía –si de conocimientos adquiridos se tratase-, convencía porque era el que más creía.

Luis Mattini: Los perros. Memorias de un combatiente revolucionario.

 

A Marcela

 

La revolución no es un mero hecho de fuerza: es la condensación de la fuerza bajo el imperio de la convicción, de la pasión guiando esa convicción, de esa pasión siempre sumando más pasiones y más convicciones, tantas y tan expresivas que, cuando se desatan, se vuelven imparables, se vuelven implacables, se vuelven, tendencialmente, victoriosas.

 

De ahí que la amputación cruel y despiadada de esa generación de jóvenes idealistas, convencidos, apasionados, no sólo conllevó una sangría ejemplificadora que sembró el miedo que seguimos cosechando –que signa este derrotero incierto de triunfos tácticos que se diluyen en la ausencia de ese horizonte estratégico por el cual luchaban (y murieron) esos jóvenes- sino que despojó a la realidad de ese ingrediente fundacional que la vuelve dramáticamente inestable y propiciadora de cambios: la audacia.

 

Esa era la consecuencia de esas voluntades mancomunadas. En la huella, el azar cercó a la fortuna y causó estragos irreparables, vacíos imposibles de llenar, distanciamientos, ceguera momentánea. Pero lo que no pudo borrar de la historia es que no hay atajos para el destino, que sólo el sacrificio es lo que fertiliza y que, producto de la actual complejidad del sistema que mutó para difuminarse y protegerse, tal vez –y ojalá me equivoque- nunca más vivamos esa cuestión de fe esencial –esencial para la condición humana- de desplegar la audacia de las pasiones por querer revolucionarlo todo en aras de una justicia histórica que anidaba en el corazón de las convicciones de esos jóvenes que se jugaron la vida entera para plasmarla, para volverla camino fecundo.

 

3. LA PANDEMIA/ LA DEMOCRACIA “FALLIDA”

 

Me escribe mi amigo F. ante lo que sucede y un texto mío que le envié: Dice el F.:

 

“Tanta lucha, tantos sueños, tanta sangre, tantos adioses, para que hoy impusieran tanto miedo, tanta paranoia, tanta mentira disfrazada de ciencia exacta...Tengo una pena grande, hermano. Sin casi resistencia, se impusieron. Tengo una amargura que creo sin consuelo...Una vez más, lo hicieron, lo consiguieron, sin que ni siquiera lo viéramos venir...  ¿Deberíamos admitirlo de una buena vez?  Son más rápidos, más crueles, no les tiemblan las manos. Mucho menos los corazones.                       

En las dictaduras, y vivimos varias, muchas, porque muchas son nuestras patrias chicas, el Enemigo estaba ahí. Era claro, transparente, sabíamos lo que había que hacer, aún sin saber tan prístinamente cómo hacerlo. Pero hoy...hoy...hoy han convencido a la pobre humanidad de a pie que el enemigo es un virus, un bicho, que es posible y muy probable que habite en nuestro vecino, en nuestro amigo, en nuestro hermano, en nuestra madre...y debemos abandonarlos a su suerte si queremos salvarnos. Mientras ellos, los de siempre, aprovechan velozmente para reformatear (excelso vocablo) nuestras sociedades y nuestras economías, nuestro pan de cada día, a fin de acumular y más acumular. Lo están logrando, no nos engañemos. Ni Conrad lo hubiera soñado”.[4]

 

Queda dicho; mejor: queda anotado.

 

4.

 

El otro día vi un documental titulado El último chamán –The last shaman-, bancado por el bienpensante del Leonardo Di Caprio.

Trata de la historia de un joven norteamericano –James se llama- que padece depresión –la cual, según la ahora famosa OMS, es la enfermedad punta all around the world antes, durante y después de la pandemia, ni te cuento.

 

Es otra historia de Chris, versión siglo XXI. En vez de irse a Alaska en busca de la verdad, el Jaime, bostoniano como Theroux, el de los trenes, se fuga hasta Iquitos, hasta el centro de esa nueva maraña del amor después del amor global y capitalista, del nuevo edén psicotrópico, la redención fast way: la ayahuasca.

 

La película es exagerada, es tópica, es una mierda, en suma, pero tiene su lado amable, el que promueve que la escriba, a saber:

 

1. Muestra el negocio detrás de esa nueva “espiritualidad” proclamada detrás del uso (y abuso) de ese brebaje ancestral de los pueblos originarios de la Amazonía.

 

En la peli, el último chamán, un shipibo de una comunidad del Uyacali llamada Santa Rosa de Dinamarca –decime si la supervivencia de este nombre no te remite a la sensibilidad nutriente que proclamamos-, termina expulsado de la misma por los personeros de una ONG patrocinada por uno de los chamanes de Iquitos a favor de la mercantilización de la ayahuasca como base de un turismo “sanador”, “esotérico” y, sobre todo, contante y sonante, monetizado. Al chamán, si mal no recuerdo lo llaman Pepe, termina viviendo en Lima parchando llantas: pobre, desarraigado, olvidado. Fanon al revés. El pachakuti contra nosotros, siempre a favor del global market.

 

2. Por error, por omisión, muestra el camino de la redención colectiva, la nuestra, esa que proclamamos: el gringuito, vía el Leonardo-que-tanto-le-preocupa-que-no-destruyan-la-Amazonía, viene hasta nosotros a buscar la verdad –a su modo, es una revisita higiénica de las Cartas del Yagé entre Burroughs y el que no quiero nombrar-, viene y vive todo nuestro enchastre –la democracia fallida de nuestro amigo F.- pero no muere (como murió Paco), vive (como vivimos nosotros), sobrevive (como más de la mitad de nuestros hermanos sudamericanos) y dice, finalmente, algo así: la ayahuasca no me salvó pero me abrió una puerta. [5]

 

Es honorable el pibe: reconoce que fue el Pepe, el chamán, el que le ayudó a abrir esa puerta. [6] Es un Don Juan en sentido inverso: no es la droga, sos vos, vos sos el camino, vos sos la huella si eres uno con la tierra, con la pacha, con la naturaleza. The song remains the same, la canción es siempre la misma: como dijo Paco Urondo, “ver toda la tierra y caer en sus brazos”.

 

5.

 

Ahora que ganó las elecciones peruanas el maestro Castillo, muchos, algunos, han vuelto a hablar del malogrado Manuel Scorza, otro maestro.

 

Scorza, escribió cinco libros sobre las guerras campesinas que sacudieron al Perú a principios de los 60s y que, junto a las diversas guerrillas de todos los colores ideológicos, parieron a un patriota justiciero, a un general de ejército que decidió que las armas no estaban más para masacrar al pueblo sino para asegurar la soberanía y la dignidad de una patria, su patria, el Perú. Se llamaba Juan Velasco Alvarado. Yo lo amo tanto como lo amo a Scorza, como lo amo a Javier Heraud, uno de los guerrilleros muertos para que la patria, al fin, vislumbrara un destino, una realidad compartida.

 

¿Cuándo se jodió el Perú?, escribió ese cabrón que es premio nobel…Parafraseando a Dostoievsky: no necesitamos dinero, o mejor dicho, no es dinero lo que necesitamos, ni siquiera es poder, sólo necesitamos lo que se adquiere con el poder y no puede adquirirse sin él: la conciencia tranquila y solitaria de la fuerza.

 

La ausencia de destino es nuestra necedad crónica de no asumirlo.

 

Decía el Manifiesto de Tiwanaku de los indios aymaras de Bolivia en 1973: no necesitamos héroes prestados, tenemos nuestros propios héroes. ¡Cuánta razón tenían! Caminan con nosotros, viven entre nosotros. (algo así, en su delirio activo, decía Roberto Artl)

 

Nuestra fuerza es nuestro pueblo.

 

Sólo así, si lo asumimos, abonaremos nuestro destino.

 

De lo contrario, estamos jodidos. Y como dijo un gran filósofo boliviano: ¿jodidos?!jodidos, estamos todos!

 

6. POST-SCRIPTUM

 

Al crepúsculo, las montañas se funden con el horizonte áureo, infinito: es el altiplano que se incendia con el sol que cae sobre el océano, en la mama cocha, y que se lleva, hasta mañana, todas las promesas, hasta mañana, para que vuelvan, y todas las frustraciones, para que se exilien, se pierdan en el fondo del mar y no vuelvan nunca, no vuelvan jamás.

 

Pablo Cingolani

Laderas de Aruntaya, 14 de junio de 2021 

Imagen: Serranía de Aruntaya, La Paz, Bolivia, Pablo Cingolani



[1] De ahí que los que no quieran a esta tierra, la nuestra, deberían irse. Eso mismo pensó Bolívar: es más, les pagaba el pasaje de vuelta a Europa. Ahora el destino final sería Miami: es más barata la cosa porque la gusanera continental queda más cerca.

[2] Se titula Muchas gracias.

[3] Ese “ver toda la tierra y caer en sus brazos” parece un verso arrancado de cualquier poema de Manuel Castilla. Es emocionante, leerlo en la poética del Paco. La condición, y la sensibilidad, humanas, es una sola. De este lado del mundo. O debería serlo.

[4] El intercambio de correos electrónicos sigue así:

“Yo: tal cual, mi hermano, ni yanquis ni marxistas, acordate, entiendo tu empute, por eso, como Scalabrini, a esperar un nuevo 17....te abrazo fuerte, pablo

F.: Pero esto del miedo colectivo con un enemigo invisible y con toda la dirigencia enganchada en esa es una nueva y peligrosísima estrategia de los de siempre.

Yo: si, hermano, desde ya: no tienen proyecto, no tienen patriotismo, les chupa un huevo el pueblo, cualquier cosa les viene al pelo, el miedo, la democracia liberal, chevrón, lewis, benetton, el fmi, desde el 76 ha sido así, son los mismos oligarcas de siempre y los cagones que no son capaces de enfrentarlos...

F.: Exacto!!!45 años de "democracia" fallida. Resultado: mitad del pueblo pobre. Pero si decís eso sos un golpista reaccionario. Sobre todo, entre los jóvenes”.

El texto que detonó este intenso intercambio entre compañeros lo pueden leer aquí:

[5] Vía Krishnamurti, ese que epigrafía la peli y que decía: “Cuando cerramos las ventanas y la puerta de nuestra casa y permanecemos dentro nos sentimos seguros, tranquilos, pero la vida no es así. La vida está constantemente llamando a nuestra puerta, empujando para tratar de abrir nuestras ventanas para que veamos más, y si por miedo cerramos la puerta, cerramos el pistillo de las ventanas, el ruido de la llamada aumenta. Cuanto más nos aferramos a cualquier tipo de seguridad, más la vida viene y nos empuja. Cuanto más temerosos estamos y nos encerramos en nosotros mismos, más aumenta nuestro sufrimiento, porque la vida no nos deja solos. Queremos estar seguros pero la vida dice que no puede ser, así es como empieza la lucha”. (De El arte de vivir)

[6] A todo esto, cuento una anécdota personal: un día, en el palacio quemado del gobierno de Bolivia cuando empezaba a gobernar el Evo, hablé  con el embajador de la Venezuela bolivariana sobre un proyecto que había escrito junto con un catalán tan loco como quien escribe cuyo objetivo era reunir a todos los chamanes, yatiris, sabedores, sanadores, de la América andino-amazónica, para que se reunieran, se conocieran, hablen entre ellos, sepan que contaban con el apoyo de los estados constituidos y que, si querían, nos dijeran su verdad. Sabíamos que el comandante Chávez estaba interesado en estos asuntos. El embajador me dio el teléfono de uno de los burócratas de siempre y eso me desalentó y lo dejé ahí. Pero el proyecto está escrito: el catalán, por si acaso, había probado, con sus estudios, que la civilización mojeña, la cultura de los llanos de inundación del actual Beni, Bolivia, le daba de comer a más de un millón de personas. Eso, hasta hoy, no se volvió a repetir.


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