La traducción al quechua de Juvenal Mercado Vilca de El Fantasma de Canterville de Charly García.
EL FANTASMA DE CANTERVILLE
(Charly García)
Traducción al quechua
Allin runalla ñoqa kakurqani,
pitaq kaypi ahina kanman.
llapan huchaykuna pampachasqa
munanakusqaytapis kutichini
Kunan pampapi laq'arparisqa
pipas ñoqata yuwariwanchu.
runa ukhunta purini
Canterville ajayuhina
Nishu k'irisqa kani
mana pipis chaninchariwanchu
wañurqochiyta atiyman,
mana mancharisqa ruwarqoyman
Hup'allapuni kaj kani
Iñiyniyoq.
kunanqa hawapi kaspa
wayrahina kayta atini
Kunan munakuyta atispa, urpi
munakusqayki sut'inta
samayniyoq kashaspa,
k'oñillata kachisayki
Hayk'aqpis riparasaqchu
waqkunaq uyankunapi
chai kutitiqraq uyakunapi
haik'a kutiña wañuni
Llaqtapi kuchunakasqa
wañusqa kay aswanpis allin
yanqa yupanasqa kanapaq
Wañusqay ukhupi, alqoykuna kan
ahinallataq allichaq kajniykuna
wañusqaña kaspa, urpiy
qan hamurillawanki.
Juvenal Mercado Vilca
Sandia, Perú: el camino del corazón
1.
Los Kallawayas (o Callahuayas), los dueños de los secretos de la naturaleza, los médicos itinerantes de los Andes, los terapeutas del cuerpo y del alma universal, formaron un señorío en las cabeceras de los valles orientales del Sur Andino. Su capital era Sandia.
“Los que cargan y los que llevan” (el nombre significa algo así), se organizaron en un territorio de fantasía, donde confluyen cinco pisos ecológicos diferentes, desde la puna árida a más de 4800 metros de altura a los bosques y yungas del trópico y la selva misma, la más vasta del mundo.
Esta naturaleza singular y diversa, fue su laboratorio donde estudiaron las plantas, los animales y los minerales y donde aprendieron a curar.
Por ello, fueron los médicos oficiales del gran estado incaico del Tawantinsuyu y su prestigio era tal que eran los encargados de portar a los Incas en sus literas, como lo muestra Guamán Poma en sus dibujos. Los Kallawayas sirvieron como intermediarios entre los señores del Cuzco y los pueblos de la selva amazónica, aquellos que fueron conocidos con el nombre genérico de Chunchos.
Hacia el siglo XII de la era presente, organizaron su propio señorío, luego del declive del imperio teocrático de Tiwanaku. Escribe Thierry Saignes que el Kurakazgo de los Kallawayas estaba dividido en dos mitades: la mitad superior formó la provincia de Hatun Carabaya (Carabaya La Grande; cuyos territorios hoy forman parte de la República del Perú). La cabecera era Sandia y eran importantes los pueblos de Ollachea y de Ayapata; el señorío tenía relaciones fluidas con el Kollasuyu, hay documentos que prueban el traslado a Phara y a las minas de oro de mitimaes desde el Collao.
La otra mitad era Carabaya la chica, la mitad inferior, y tenía por capital a Charazani e incluía los pueblos de Moco Moco, Carijana y Camata, la puerta de entrada al valle cocalero de Apolobamba, donde el Inca trasladó trabajadores para la producción de la hoja sagrada desde la lejana y norteña Chachapoyas. En la actualidad, estos territorios forman parte de Bolivia.
Hoy una frontera los divide, una raya, un límite: hace bien un gringo llamado Michael Schulte en hablar de la “región kallawaya”. Siempre fue una sola, de un lado y del otro de la actual línea demarcatoria. El nombre (Kallawaya, Callahuaya, Carabaya que es su castellanización) quedó también a ambos lados: en Perú, designa a la cordillera (que, en Bolivia, se denomina Apolobamba) y a una provincia; en Bolivia a los descendientes de este pueblo histórico y que siguen ejerciendo sus labores de médicos itinerantes. Pero el alma del territorio sigue siendo la misma y el destino, lo sabemos, tiene también un rostro compartido porque son el mismo pueblo y las mismas montañas, la misma raza y las mismas piedras, separadas por los abusos de los dominadores, sean estos los que llegaron cruzando el mar o los que se refugian en las capitales, en sus despachos y en su visión burocrática de las relaciones entre los pueblos.
Será por eso, porque la historia es común y el futuro que llega también lo es, que cada vez que voy por Sandia me siento en mi casa, habito mi hogar. Allí están mis amigos y mis hermanos. Los Juvenales y los Augustos. Allí también están los herederos de los señores Kallawayas.
2.
Allí nació Juvenal Mercado Vilca, mi hermano del alma, mi compañero de rutas, mi amigo de Sandia, que un día inesperado me envió un tesoro que quiero compartir con quienes así lo deseen.
Son un conjunto de fotografías que muestran la belleza del territorio donde vino al mundo, que nos revelan la singular geografía de una región donde hemos compartido nuestras huellas, nuestros destinos, nuestras búsquedas y que, por él, por su familia, sus amigos, y por Lars Hafskjold, ya está marcada a fuego en la piel de mi corazón, ya está signada como un destino de ida permanente (uno nunca abandona los lugares queridos) en la cartografía más íntima de mis sentimientos más hondos.
Amigos y amigas: tengo el honor de presentarles a Sandia, Departamento de Puno, República del Perú. Lo que es lo mismo que decir la raíz profunda de la América nuestra; en el punto exacto donde confluyen una historia que seduce y la magia de esa historia arrasadora, como los aludes que se precipitan de esas montañas colosales que verán y que me erizan la piel al volver a contemplarlas; en el centro de mi mirada, mis convicciones, mis arraigos y que espero, hermano, hermana, que te motive igual, te comprometa igual, te conmueva igual como a mí me sacuden esas fotos como si me brindasen un poco del torrente del bravo y amado Inambary que ya también verás, como una cinta de plata imposible en medio de esas moles de piedra que parecen inconmovibles.
Las piedras hablan, decía el gran Arguedas: a ver lo que te dicen estas que están fotografiadas. Allá abajo se encuentra Sandia, en una de ellas la verás, la podrás intuir a la distancia, debajo y al frente del camino que –si te animas a recorrerlo- puede llevarte hasta allí (de sólo verlo, un rasguño en la ladera verde, ya estremece, ¿no?) y visitarlo al Juvenal que siempre tiene un abrazo, una cama y un vaso de cerveza para recibirte y hacerte sentir como si estuvieras en casa.
Por ese mismo camino, ingresó Lars Hafskjold a la selva. Si tú prosigues y bajas, más lejos y más adentro, está la gran foresta del Planeta Tierra: está la Amazonía, la tierra del gran río y las mujeres guerreras. Saltas de la cuenca del Inambary y accedes a la del también mítico río Tambopata y de allí, si lo deseas, nadie puede detenerte hasta Lisboa o hasta Noruega, de donde vino Lars. En 1997, conoció a Juvenal y siguió su ruta: San Juan del Oro, Putina Punco, San Fermín, el río Colorado, la búsqueda de los Toromonas.
Mi dios, Juvenal: ¡Cuántas huellas, cuántos latidos, cuántos brillos arrastra ese camino a Sandia, carajo! De las lagunas altiplánicas que verás, tras haber cruzado la Apacheta de Sayaco –en el corazón del corazón de las montañas de Carabaya-, se abre esa quebrada imponente, tan profunda que es imposible que no penetre hasta el fondo de tu espíritu: allí está Sandia.
Por allí, anduvo Tunupa, el Cristo que buscaba redimir los Andes. Se internó en las selvas de Carabaya y allí construyó su cruz de chonta, la madera más dura y resistente de todas. Se le enredó en sus cabellos y la cargó a cuestas, y la llevó hasta orillas del lago mayor, el Titikaka, hasta Carabuco, donde la depositó y donde puedes también buscarla. Después, dos sirenas lo sedujeron desde las aguas y se internó en ellas, para abrir un cauce por el desierto, hasta los volcanes y los salares.
Un día, esa ruta de Tunupa, de Lars y de todos nosotros, se nutrirá con los pasos de otros hombres sabios, de otros caminantes, de otros buscadores. Es el camino del corazón, del mío y a lo mejor del tuyo: allí sobra la salud para la mente y el espíritu, hay muchos secretos que descubrir y no sólo puede mojarte la lluvia incesante –una bendición de la Pachamama para los Andes orientales- sino inundarte la belleza, la paz, el reencuentro contigo mismo.
Un día, tal vez, te animes. La encares para Sandia, Puno, Perú. Desde Juliaca, sigue el camino de tu corazón. Cuando llegues, pregunta por el Juvenal, por el “chuncho” Mercado, por mi hermano, mi jilata, mi cumpa: te mostrará el meteorito que tiene latiendo en su puerta. Te lo digo en serio: tiene un pedazo de planeta en el umbral. Así que anímate: Ve y descúbrelo. Como quería El explorador de Kipling: anda a ver qué hay detrás de las montañas. Allí está Sandia.
Pablo Cingolani
Del blog del autor, 23/04/2006
Un correo enviado por Juvenal el 2 de febrero de 2009:
El Tata de Juliaca
En estos últimos días hemos vuelto al Tata (cerro tutelar que domina en la altiplanicie nor-puneña), es un elevado muy atractivo. Uno puede trepar sus elevadas pendientes con una buena dosis de arrojo, dar cada paso sintiendo las contracciones coronarias que indican lo alto que estamos sobre el nivel del mar. El Tata es un coloso telúrico hecho de purísima roca muy dura, en su punta han erigido un templo pétreo sus hijos que cada tres de mayo se reúnen para tributarle gratitud i veneración. El Tata es todo un tata en medio de Lampa, Ayaviri, Azángaro i Juliaca. Es una atalaya estratégica elaborada por Viracocha dador de vida desde donde se puede registrar la cordillera Occidental, así como la cordillera Oriental; a sus pies cuan vasallos fieles están aquellos pueblos históricos. El Illimani le mira desde La Paz i se ven cada vez que los cielos se despejan, el Titicaca es un espejo de agua que también se puede ver desde el Tata. El Tata es lo máximo.
En estos últimos días, dicho más concretamente, el próximo fin de semana pasado, hemos vuelto a trepar al Tata. Fuimos a recoger un ánima que se había quedado penando desde inicios de año. Fuimos, llegamos, le saludamos al Tata con coca, alcohol, vino i mucho respeto del cual es dignísimo el Tata. Recibió de buen grado nuestra ofrenda, devolvió el ánima que lo tenía retenido por no haberle participado en una pequeña francachela de fin de año, nos colmó de bendiciones i nos despidió personalmente.
He tomado algunas fotos de Tata i ahora se los envío amigotes; cuando quieran ir por allá, solo pásenme la voz, que solos no pueden ir. Yo sé cómo se puede llegar allá en menos de 4 horas caminando hacia el cielo.
un fuerte abrazo
Juvenal
Vagos, místicos, santos
Revolviendo en mi correspondencia, encuentro una joya: un correo electrónico que Juvenal Mercado Vilca me envió el lunes 26 de noviembre de 2007 a las 08:31 de la mañana. La misiva atesora una historia potente y tantos y estimulantes sentidos que, a modo de conjuro, me incité a publicarla. Hay además alegría, entusiasmo, magia, entre sus líneas. Desde ya, ante todo, lo hago como homenaje a una amistad de décadas, pero también como un testimonio de fe en la riqueza de la vida, especialmente la vida andada, andariega, la vida que sólo brilla en los caminos.
La ruta señalada en el escrito es una ferviente travesía por los derroteros de la geografía sagrada de los Andes. Retoma los inicios de la marcha de Tunupa, el Cristo andino, el Cristo de la Cruz del Sur, quien, con una cruz de madera de chonta en sus espaldas, bajó desde las montañas donde se encuentra Sandia –cuna de Juvenal y antigua cabecera de los dominios de los sabios Kallawayas- hasta las orillas del Lago Titicaca, a cuyas aguas, incomprendido y humillado por los lugareños, fue arrojado, amarrado a su cruz. Tunupa no muere: es salvado por unas sirenas. Luego, abre su propio cauce y crea el río Desaguadero…
Signo de los tiempos, el periplo incluye el paso por la mina de oro de La Rinconada, un lugar extremo, donde la necesidad y la codicia lleva a los hombres a laborar el metal más preciado incluso entre los glaciares de unos nevados, a alturas superiores a los cinco mil metros sobre el nivel del mar. Es tal el frenesí minero que los alrededores de La Rinconada están llenos de peligrosísimos cráteres, huecos infernales, tierra lacerada que recuerda más un bombardeo, una invasión, una guerra.
Escrita en un peculiar estilo, la comunicación es muy energética, vivida, tanto que trama un mundo que puede parecer lejano y, sin embargo, está ahí. Conocí a Juvenal una noche de sueños con ojos abiertos, en una fonda de Sandia, su pueblo. Este año se cumplirán 20 años de aquel suceso. Estos días, espero con ansia que cesen las calamidades que nos separan y poder juntarnos para subir hasta las apachetas del Tata de Juliaca y así celebrar la vida y honrar a la piedra que nos inspira y nutre.
Sin más preámbulos, el correo dice así:
“Pablito, hermano mío:
Muchas gracias por comunicarte con este servidor, me siento muy feliz cuando recibo alguna comunicación tuya, ¿cómo estás? ¿cómo anda esa salud? ¿qué es de nuestros otros hermanos como Ricardito Soliz? ¿cuándo volveremos a encontrarnos?
Antier sábado tuvimos una conversación con un amigo místico francés, en realidad es un santo i muy vago, en el buen sentido d la palabra. Partiremos de sandia con destino a ananea, luego a la mina rinconada, donde el sufrimiento de la gente, me cuentan, es dramático. De allí bajaremos a putina, luego a huancane i ladearemos el lago titicaca hasta desaguadero.
Al momento d partir no llevaremos ni un penique de dinero, trabajaremos haciendo artesanía i vendiendo cruces a la gente sedienta de Dios.
Se trata de caminar cuarenta días, conociendo tantas cosas i entrando en ese contacto libre con la naturaleza. Esta será una vacación inolvidable, pienso.
Mi amigo, el santo, tiene setentaipico años, i mantiene buen físico. Él trabaja desde hace 15 años con alcohólicos a quienes, muchas veces logra integrarlos a la sociedad exitosamente. pero gran parte de las veces, los alcohólicos se le escapan llevándose consigo las pocas cosas que San Benito compra.
Bueno, Pablito mío, eso es a grandes rasgos el plancito que se tiene. Si te integras seria magnifico, entonces seriamos dos santos; San Benito i San Pablo i un recalcitrante ateo como soy yo.
Afectuosamente, i con un fuerte abrazo, se despide tu amigo que te quiere mucho,
Juvenal”.
Pablo Cingolani
Desde algún lugar, 11 de agosto de 2020
Imagen: Con Juvenal en La Paz, día de zahories, Viernes Santo de 2015
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