Márcia
Batista Ramos
"Y aún me atrevo a amar el sonido de la luz en
una hora muerta, el color del tiempo en un muro abandonado. En mi mirada lo he
perdido todo".
Alejandra Pizarnik
Todos los días,
le escucho contar las mismas historias, que se vuelven más y más interesantes
cada vez que las cuenta. Intento hacer lo mismo y no logro, porque mis
historias se condensan cada vez más y terminan en una frasecita. Y él me dice,
que intente otra vez, porque siempre es bueno, hacer el ejercicio de mejorar
los recuerdos. Me trae a Sartre a la memoria que decía: "Para que el
suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente
contarlo. (…) el hombre es siempre un narrador de historias; ve a través de
ellas todo lo que sucede, y trata de vivir su vida como si la contara". Y es verdad, el mundo digital, está enseñando
a las personas a contar su historia a cada momento, veo que mucha gente cuenta
todo lo que hace, come… Además, agregan fotos. Una manera de contar su historia
mejorada, a través de la fotografía, es utilizando filtros y programas que
cambian el paisaje y el rostro del personaje. Al final mejoran todo, mejoran
completamente el recuerdo y un día, ese recuerdo será la única historia.
Ni siquiera
intento hacer lo mismo, me siento un dibujo fuera del margen, un poema sin
rima. Sí, me siento un cronopio. Por ejemplo, recuerdo muy bien, que desde el
momento en que me enteré que existen guerras, sueño con un mundo de paz, donde
los humanos sean realmente humanos y desechen la maldad. Porque la maldad, la
definió muy bien Agatha Christie, al decir que la maldad: "(…) es algo
menos que humano". Entonces, consciente de ello, ando por la vida con el
sueño de un mundo de paz, en donde los humanos sean, por lo menos, humanos. Y
ese sueño es una preocupación que me acompaña, desde el comienzo de mis días.
Es una muestra de idealismo e ingenuidad, la fe en que todo va a cambiar para
mejor.
Pensando cosas
buenas para toda la humanidad, camino ahora que es invierno, y voy pisando hojas
secas, pateado piedritas, sin prisa, mientras los minutos escurren la tarde en
la coladera del tiempo.
Pienso, en los
diferentes momentos de mi vida, en los libros que me hubiese gustado aprender
de memoria, en los amigos que ya no están y en las miles de cosas que me
cuentan que ocurrieron y ¡por Dios! No las recuerdo. No puedo recordar muchas
cosas. Es como si no hubiera pasado, no hay registro en la memoria de ciertos
pleitos, muchos libros, algunos amigos, diversas circunstancias, y eso, me hace
dar cuenta que no viví mi propia vida. Que, en muchos momentos, no estuve
presente. La verdad, yo no sé cuánto me perdí de mí misma… Total, la memoria es
la que guarda y oculta, la que dice y muestra, en fin, es la memoria quién
decide qué dolor habrá de doler cada día de dolor y pena.
Mi memoria, por ejemplo,
trae dolores antiguos, con botones, lentes y pérdidas difíciles de aprender con
puertas que ya no se pueden abrir sin las llaves perdidas; o lugares que ya no
tienen nombre, pero nos gustaba ir a tomar un café.
Sé que en el
camino siempre se pierde mucho, todos pierden cualquier cosa cada día,
mínimamente, pierden un poco de sí mismos y, con todo, no es un arte perder,
más bien, es un hado. Además, a pesar de todo siempre viene alguien a hacer
recuerdo de que la vida es bella.
La fatalidad se
presenta a cualquier momento de lunes a domingo, después no hay nada que hacer,
lamentar no sirve de nada, porque ya cambió algo y nunca más seremos los de
antes. He andado muchos caminos, en busca de las palabras que podían dar cuenta
de mis trasmutaciones, que constantemente dejaban un pedazo de mí a cada paso,
para convertirme en quien creo que soy. Henry Miller fue quien dijo: "En
cada uno de estos lugares algo me ocurrió, en cada uno de estos lugares dejé un
cuerpo muerto con los brazos extendidos. No era yo sino a mí mismo al que
estaba dejando atrás". Abandonarme
era una manera de olvidar las traiciones, las renuncias y los fracasos… Para
después, desde las cenizas (con un poquito de agua, hacer una especie de
barro), para reinventarme de nuevo. Tal vez por eso, algunas veces, somos seres
mágicos y necesarios.
Entonces, cuando
le escucho contar las mismas historias, que se vuelven más y más interesantes
cada vez que las cuenta, porque el viaje es más colorido y los chicos del
barrio más bulliciosos y los chistes que hacían son más risibles... Intento
hacer lo mismo y no logro, porque mis historias se quedaron atrapadas en algún
cajón de la memoria cuya llave se perdió…. Y él me dice, que intente otra vez,
porque siempre es bueno, hacer el ejercicio de recordar los recuerdos… Y la
frasecita que viene a la memoria es de Alejandra Pizarnik que decía: “Es tan
lejos pedir. Tan cerca saber que no hay”.
Me percato que el lenguaje que ilumina es el mismo lenguaje que
representa hasta que se transforma en las imágenes. Entonces sonrío con la
mirada vítrea, recuerdo los planes que ahora son solo recuerdos, mientras me
siento como un poema sin rima, un dibujo fuera del margen…
“Y ser cronopio
es difícil e intermitente”, decía Julio Cortázar. Pienso que a veces, es
difícil ser un cronopio, otras veces, no.
*El término cronopio no guarda vínculo
alguno con el personaje mitológico, ni tampoco con el prefijo que sirve para
referirse al tiempo o a algo que tenga relación con él; es una más de las
curiosidades y misterios de Julio Cortázar.
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