De la erudición


Miguel Sánchez-Ostiz

«Tuve una visión terrible: vi una enciclopedia acercarse a un erudito y abrirlo», escribía el vitriólico Karl Kraus.

Cien mil datos y ni una idea... o pocas y reaccionarias, el llenar gracias al humo la bolsa y la andorga, siempre por cuenta ajena, es otra cosa, cercana a una picaresca sin gracia. Esto le pasa a alguno de mis personajes novelescos, muy de esta época de reminiscencias y bibliofilias y un patriotismo que huele a chamusquina. y a trampa y a tramoya, el de un saber taurino que se complace en la faena frente al tendido de los incondicionales a los que brinda las cabezas disecadas de sus cacerías librescas. Eso sí, diré que hor konpon y que por lo que a mi respecta todo el tiempo que he empleado en archivos, hemerotecas y demás zahurdas del saber lo doy por perdido. Ni una palabra más en esa dirección.

Unamuno fue más fino y en su ensayo Sobre la erudición y la crítica, dice: «La atención española es viva, sí, pero poco tenaz; se cansa pronto, no medita. Rara vez pasa de la erudición. Aquí, donde ha ha- bido tanto comentarista de teología, no hemos tenido ni un solo teólogo genial, y la prueba es que no ha habido grandes herejes»... Peste de erudición, exclama en otro lugar.

Hablo por mí y por ese tiempo perdido y por algún que otro ciento de libros cuya lectura podría haberme ahorrado.


*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (4/9/2021)

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