Márcia Batista Ramos
La escritura siempre fue un medio de empoderamiento, motivo por el cual estuvo vetada a las mujeres por mucho tiempo.
Sin embargo, la literatura del siglo XXI, vuelve su mirada hacia las posibilidades artísticas de su propia materia constitutiva: la lengua. Contextualizada, por la nueva realidad social vigente en la región. Sin alejarse del eterno drama existencial humano. Al tiempo que vive un impasse radical. Ya que, por un lado, no consigue convertirse en la gesta de la edificación nacional (en ninguno de los países de la región), ya que las luchas, tienden a ser inmediatistas y concernientes a grupos específicos, generalmente asociadas a reivindicaciones sectoriales.
Cabe mencionar, como lo han señalado otros críticos y teóricos, entre la literatura y la sociedad existen vínculos profundos y determinantes que, en la medida en que la sociedad se modifica, la literatura y el arte en general, a su vez, también se transforman dando cuenta de los nuevos aspectos de la sociedad en la cual se encuentran inmersos, al tiempo que se dirigen a esa misma sociedad.
En tal sentido, no es extraño que, en el nuevo momento social y cultural vigente, que la literatura haya adoptado características que la distinguen de la literatura de los últimos treinta o cuarenta años del siglo pasado. Puesto que responde a las pautas generales de la sociedad del siglo XXI y que responden a los nuevos rasgos como: la subjetividad, la relación con el pasado y la tradición, las relaciones intersubjetivas, la política, la filosofía y la economía del final del siglo XX y comienzos del XXI.
Así, el nuevo siglo provocó el nacimiento de nuevos narradores cosmopolitas, que buscaron y optaron por un discurso diferente al realismo mágico, a la revolución, a las guerrillas y militarismos, que caracterizó la segunda mitad del siglo XX. Por ende, fueron derrumbados conceptos de diversas índoles como: del artista o intelectual comprometido.
Con este cambio de paradigma, la literatura de Latinoamérica actual, fusiona el compromiso, se evade en el decadentismo ético y renuncia a cualquier búsqueda nacional o territorial. Presenta una nueva visión de lo real, que es resultante de las tecnologías y de la comunicación multimedia que establece un nuevo orden en el planeta, ahora globalizado.
De tal suerte que, desapareció la idea mítica de América Latina y ésta ha sido sustituida por visiones más pragmáticas y cosmopolitas, geográficamente hablando, pero también, más subjetiva e intimista, humanísticamente hablando.
Empero, la escritura hecha por mujeres en Latinoamérica, en lo que va del primer cuarto de siglo, del siglo XXI, permite identificar las múltiples y heterogéneas voces literarias mujeriles, que se hacen escuchar en una etapa de intensa fermentación cultural, donde se hacen visibles los espacios íntimos de hechos compartidos (sea por la experiencia personal o por el sentimiento de justicia que provocan): la violencia y las desigualdades que sufren por cuestión de género.
Hoy, en este espacio geográfico, la literatura no es nueva, pero vive una renovación que acompaña cambios sustanciales en la sociedad, que se modifica a pasos atropellados, exigidos por el ritmo frenético del mundo globalizado, cada vez más acelerado con el acceso a las redes sociales, imponiendo los estándares a los que todos deben adecuarse.
La escritura literaria tiene género e ideología femenil, que, además, está conquistando un dominio, con toda legitimidad, que de “per se” enriquece la literatura mundial, ya que las mujeres se expresan por sí mismas, dejando atrás la fuerza del patriarcado que las sometían a escuchar monólogos.
Empero, aún está vigente en la tradición literaria, la nomenclatura de “literatura escrita por mujeres”, como si se tratara de un subgénero literario, sin vislumbrar que, desde las distintas expresiones literarias, las mujeres abordan temas privados, tornándolos públicos y así, politizándolos.
A esa politización de lo privado, se puede llamar ruptura de viejos esquemas (pues, crearon lo privado para ocultar actitudes reprochables públicamente), entonces, hacer de lo íntimo una narrativa de algo compartido, fue totalmente revolucionario. Representó la ruptura de modelos, y difundió tópicos que, según el contexto, resultaron y muchas veces, aún resultan, impensables. Al tiempo que, fue la manera de crear imágenes que cuestionan ciertos modos de vida y de escritura, basados en roles establecidos. ¿Y por qué no decirlo, que de ésta forma se creó la conciencia de género?
Pues, el cambio de paradigmas en la escritura femenil en Latinoamérica, se da a partir de la conciencia de género, momento en que las mujeres rompieron con la preponderancia cultural de la sociedad patriarcal construida en torno de la mujer abnegada. Figura, que cobró espacio en el imaginario colectivo y persiste como símbolo de nobleza de espíritu, el ser abnegada madre o esposa, hasta el día de hoy.
Este prototipo relacionado a la abnegación, es altamente lesivo, pues, vincula a la mujer a lo doméstico, al sufrimiento y al altruismo extremo, que puede anularla como persona, siempre y cuando su marido e hijos estén bien.
Lógicamente, que, al asumir el rol de abnegación en la sociedad, las mujeres también lo asumieron como figura literaria correctamente aceptada y contribuyeron para mantenerse en un espacio determinado en la sociedad. Cuanto a la abnegación, concluyo y afirmo que históricamente la mujer en Latinoamérica, se recluyó al hogar, asumiendo la posición de doméstica virtuosa, que se sostiene en el complementario masculino y viril, comportamiento reforzado, inicialmente, por las revistas femeninas y luego por la televisión. Construyendo un espacio de silencio, donde era fácil acumular el dolor, al tiempo que la mujer se fragilizaba por la suma de frustraciones y por la dependencia económica del marido.
Se tuvo que pasar la mitad del siglo XX, para empezar a vislumbrar cambios comportamentales y se tuvo que pasar dos tercios del mismo siglo, para empezar a ver los cambios sociales reflejados en la literatura escrita por mujeres. Pues, no es fácil el cambio de paradigma en la literatura, mismo porque, las editoriales, en su mayoría, están en manos masculinas que responden a ancestros modelos patriarcales y capitalistas.
Hoy por hoy, la literatura escrita por mujeres, está ganando fuerza día que pasa, mostrando su valor y potencia; como nada es casual, anda en paralelo con la renovación de las luchas feministas y con la crítica a las violencias, a que las mujeres y niñas son sometidas.
El cambio de paradigma literario, apareció en la poesía y en la narrativa desarrolladas por mujeres, que no tuvieron miedo de mostrar diversas formas de intimidad y registrar, mucho (no creo que todo), de lo que ocurre a nivel privado, en una huida real de la zona de confort. Sin temor a acompañar las luchas políticas y las batallas teóricas del momento.
Es obvio, que, en la literatura, se siguió hablando de la familia y del ámbito doméstico, de la maternidad, de la sexualidad, empero se sumó a esas temáticas los feminicidios, el erotismo, el hogar como lugar no siempre seguro, se mostró la literatura desde la contrariedad de las experiencias en el mundo patriarcal y se empezó a escribir sobre la perspectiva política de las mujeres. Se visibilizó la carga simbólica que se da a lo privado y eso hizo emerger a la superficie las desigualdades y violencias sexistas que se manifiestan de lo privado a lo público.
Frente a temas y escrituras de este tipo, era de esperar que no fuera del gusto de todos y naciera la controversia y en muchos medios se banaliza la literatura crítica escrita por mujeres, que es el producto histórico, determinado por luchas sociales y políticas, de largo aliento.
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