Lugar donde sopla el viento


Márcia Batista Ramos

¿Ves esas montañas? Son el hábitat del zorro y de otros mamíferos de pequeño porte. El zorro ya se olvidó de comer las ardillas y otros animalitos, porque prefiere las ovejas y gallinas acorraladas en los muros de piedra, cerca de las casas.

Hay un pueblo allí, después de la curva, cuyos residentes vivieron en cuevas hasta mediados de los años 50 del siglo pasado. Eran hombres de las cavernas que andaban desnudos, hablaban un idioma que se perdió de muchas maneras, porque los hicieron sentir vergüenza de lo que eran. Estaban instalados allí, desde hace muchas lunas, como refieren los mayores.

Les sacaron de sus cuevas y los llevaron al pueblo amarrados, así desnudos. El dolor del látigo y el estampido de las balas los sometieron (tal vez, algunos de los suyos muertos, no lo sé). Lo cierto es que los niños del pueblo se amontonaban para reírse de su desnudez. Entonces, algunas mujeres (piadosas) recogieron ropas viejas y les hicieron taparse. Mientras les civilizaban, les hicieron abrir el camino para la construcción de la Escuela Normal.

Después, los regresaron a su localidad y el cura fue a catequizarlos; una comisión de ciudadanos (respetables) fue a enseñarlos a hacer adobes y les obligaron a vivir como el resto de la gente (pobre) de la región.

Abrieron un camino carretero, que sigue precario hasta el día de hoy, construyeron una escuela, una iglesia y en esos casi setenta años, el progreso que tienen se resume en un puñado de imposiciones: nombres y apellidos en un idioma nuevo, agua potable en el último decenio, luz eléctrica en el último trienio y señal satelital para las elecciones (anuladas) del 2019.

Ellos saben que es conveniente protegerse de cualquier invasor, por eso no hablan mucho, ni se acercan cuando llegan foráneos a su comunidad. La primera vez, que pasé por el lugar, no conocía los antecedentes y me extrañó, ya que parecía un pueblo vacío, a pesar de que las chimeneas de sus cocinas estaban humeantes.

Sólo a mediados del siglo pasado las autoridades provinciales se acordaron de que ellos existían, los otros nunca se enteraron.

La televisión, los aviones, dos grandes guerras, un satélite en el espacio, preparativos para ir a clavar una bandera en la luna, y aquí, ya sabes, la gente viviendo desnuda en las cuevas…

Después de erigir el nuevo pueblo, les hicieron cargar muchas piedras y cerrar las entradas de las cuevas (para que se olviden), consideraron que era la única manera de que dejarían de ser (primitivos) salvajes. Hasta hoy está prohibido ir de excursión a las cuevas, que están dentro de sus propiedades rurales ya saneadas por el gobierno. Aparentemente, pareciera una decisión de los pobladores de no quitar las piedras de las puertas de las cuevas, pero la verdad, es que les implantaron tanto miedo, que cargan en los genes las prohibiciones.

Pienso, cómo se sienten sus hijos que van a Santa cruz a buscar trabajo de ayudantes en las construcciones y tienen que cruzar avenidas y tomar el transporte público (sé que son adaptables), pero sus padres vivían en las cuevas, cuando eran niños y cuando empezaban a crecer, recién, vieron a los abuelos vestirse por primera vez y ahora, ellos migran temporalmente, a la ciudad de los anillos, para mejorar sus condiciones de vida.

La civilización les dio deseos y necesidades que no tendrían si permaneciesen en sus cuevas, pero nadie les dio las condiciones (las herramientas) para vivir en el (supuesto) mundo civilizado. Me siento muy molesta por todo esto, pero siempre ha sido así.

Yo, particularmente, no entiendo (y me alegra) cómo las autoridades no se percataron de que el lugar tenía un nombre en el idioma originario y no lo cambiaron en su afán (colonizador), civilizatorio… Siguieron llamando el lugar con una sola palabra que, en el bello idioma originario, de los lugareños, significa: “lugar donde sopla el viento”.

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